Cenizas que esperan un lugar sagrado
Hay parroquias y capillas de hermandades que tienen ya espacio para columbarios El obispado tiene pendiente la realización de una normativa al respecto
"Para la omnipotencia de Dios no hay diferencia en resucitar un cuerpo inhumado o incinerado". Las palabras del cardenal Jorge Medina, prefecto de la Congregación para el Culto, pronunciadas hace una década en la presentación del Directorio de piedad popular y liturgia daba una respuesta al deseo muchos sobre la creciente práctica de la incineración. Hoy se espera que en parroquias y capillas de hermandades se puedan conservar las cenizas de fieles y devotos.
La Iglesia dio su visto bueno a la incineración en 1963 sin manifestar preferencia alguna; era una de las nuevas ideas que llegan con el Concilio Vaticano II. Lo que sí entiende es que la cremación debe ser evangelizadora, explicar su sentido desde la óptica cristiana. Desaconseja el conservar las cenizas en casa, e invita a depositarlas en el cementerio. Se insiste en que "con los cuerpos y las cenizas no se puede frivolizar; hay que guardarlos en lugar sagrado".
La incineración ha ido ganando espacio en la cultura de la muerte de la sociedad actual y con ello la pregunta de qué hacer con las cenizas. Los familiares han pensado en espacios abiertos, cercanos a la vida del fallecido, a aquel que le sugería motivos de felicidad. La ría, el mar, algún paisaje hermoso continúa siendo lugar preferido para depositarlas, o incluso para que sobre ellas crezca un frondoso árbol. Tierra a la tierra.
Hay lugares como en El Rocío donde el Ayuntamiento de Almonte ha prohibido esparcirlas en la marisma. Desde 2005 sólo se pueden llevar a lugares destinado para ello por el Ayuntamiento, con sanciones de hasta 15.000 euros. Algunos se preguntaban si "tiran las cenizas de los marineros al mar, porqué no esparcir la de los rocieros en El Rocío". Aquí, más que las cenizas en la marisma, lo que preocupaba era la proliferación de cruces y coronas junto al paseo.
La puesta en marcha del primer horno crematorio en la provincia de Huelva tiene lugar el 20 de octubre de 1995 en el Cementerio de la Soledad, era el séptimo de Andalucía. Desde ese momento la práctica de la incineración se irá incrementado, dos años después de su puesta en marcha el Ayuntamiento dice que es el tercer horno crematorio más utilizado de España. A pesar de estos datos en ese mismo año y siguientes se acometen diversas obras de ampliación del camposanto para albergar más nichos. La evolución de las cremaciones va siendo lenta pero en crecimiento, así en noviembre de 2003 el número de enterramientos es de 790 y de incineraciones de 452, además de 77 incineraciones de restos; anunciándose un aumento de la capacidad del Cementerio de la Soledad en 495 nichos, con lo que se construyen tres calles nuevas que se abrirán en 2007, año en el que el número de cremaciones 711, hasta el mes de octubre- supera al de los entierros, 702 en total. A partir de ahí se estima con rigor que las incineraciones y entierros están al 50%.
Esto lleva al propio Ayuntamiento de Huelva a habilitar, en 2010, en el cementerio el llamado Jardín de las cenizas, para que estas puedan ser esparcidas en él. En ese momento se contabilizan 707 cremaciones frente a 632 entierros.
Muchos y diversos son los motivos que va cambiando la tradición, lo cierto es que también es una forma de no estar permanente vinculado al cementerio, cuando al final por el paso del tiempo se irán perdiendo ese cuidado que otras generaciones han ido manteniendo en el camposanto hacia sus difuntos.
Sin olvidar los cuantiosos gastos que esto conlleva, ahora con nuevas tasas municipales de mantenimiento anual y con la preocupación en un futuro de la privatización de la gestión en el cementerio, lo que presupone el aumento de tasas para pagar el déficit que, según el propio Ayuntamiento, tiene su conservación y mantenimiento.
Sin embargo esta práctica de la incineración vuelve a a crear la posibilidad de que los restos de los difuntos, en este caso sus cenizas, puedan esperar la resurrección eterna en los lugares de cultos, en iglesias y santuarios. Costumbre que cesó a finales del XIX por las corrientes ilustradas ante las numerosas epidemias que asolaban Europa. Ahora no hay problema, o al menos no debería existir, cuando hace medio siglo que la Iglesia aprobó la incineración. Ocurre que hay diócesis como la de Huelva en la que se lleva años esperando una normativa al respecto.
La Hermandad de la Esperanza fue la primera en manifestar su deseo de acoger en la ampliación de su nueva iglesia, de 2009, las cenizas de sus devotos en un columbario que ya han dejado hecho. Lo mismo que la parroquia de Sor Eusebia Palomino que dedica una planta sótano a habilitar en el futuro un columbario, en una superficie de unos 560 metros cuadrados. Hay parroquias que en algunas reformas se plantearon esta opción, aunque por diversos motivos se desechó, como es el caso de la de San Sebastián. En el santuario del Rocío es un tema que se estudió en su momento y está aparcado por cuestión de espacio. Otras iglesias más antiguas de la ciudad, lejos de abrir nuevos columbarios dejaron selladas sus criptas, como San Pedro, la Concepción o la Merced. En las Agustinas se restauraron y los restos, revueltos tras el asalto en la Guerra Civil, fueron trasladados al altar mayor de la iglesia, en lugar no accesible. En la ermita de la Soledad está expuesta para las visitas, mientras los restos tras la investigación arqueológica realizada en su momento no los devolvieron nunca.
La cuestión de los columbarios en las iglesias puede abrir de nuevo una puerta desechada por la vanidad de listas de personas enterradas, pero igualmente puede ser una interesnate fuente de ingresoa.
El Obispado de Huelva aunque reconoce que existe el deseo sobre estos columbarios en los templos, tiene pendiente una normativa al respecto. Lo cierto es que cada vez son más las diócesis que autorizan estas instalaciones en sus iglesias.
Los últimos restos depositados en iglesias han sido los de Manuel Siurot, en la iglesia de La Palma del Condado, en 1998, en su traslado desde Sevilla y los del obispo Rafael González Moralejo, en la capilla del Seminario, en 2004.
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