Los visigodos en la historia de Huelva
Historia menuda
DE la pluma de Plinio, los godos entran en la historia sobre los años setenta de nuestra Era, y un poco más tarde Tácito los vuelve a nombrar al referirse a los "gotones", pueblo ignoto, que se detuvo, según los historiadores Jordanes y Casiodoro, junto a los muros de la Dacia del emperador romano Gordiano. Pasan los siglos, y desde finales de la centuria III hasta las excursiones de los vándalos de Genserico, en el siglo V, el centro de gravedad económico y urbano se polariza en torno a los núcleos de Ilipla (Niebla), erigida en sede episcopal, una de las once existentes en la Bética hasta la llegada de los árabes, de cuyos obispos sobresale, por dilatado gobierno, Vincomalos (1) "nombrado obispo en 466, a los 42 años de edad y fallecido en el 509, a los 85 años, después de un largo obispado de 43 años…", y Tucci (Tejada la Vieja, que estaban en el eje de comunicación con la Lusitania (eje Mérida-Itálica). Esta opinión es generalizada. Así, el arquitecto Alejandro Herreros, nos dice:
"Entramos en la Alta Edad Media en la mayor oscuridad. Nada se sabe de la dominación visigoda en la cual Huelva aparece eclipsada por Niebla…".
De este mismo parecer es Amador de los Ríos, quien en la página 81 de su obra 'Huelva', fechada en 1891, vierte lo siguiente:
"… cobrando entonces inusitado prestigio en cambio la fortificada Illipula, de que hicieron Ilipla los españoles, erigiéndola en sede episcopal, y una de las once que figuraron en la Bética hasta la invasión muslímica, y aún hubo de perpetuarse en los tiempos posteriores hasta el siglo XII.
No existen en nuestros días testimonios que acrediten la presencia de los imperiales -se refiere a los bizantinos, añadimos nosotros- en la ciudad de Huelva, ni es dable ya por las reliquias conservadas en la moderna Niebla, venir en perfecto conocimiento de lo que hubo de ser la Elepla visigoda…".
Y la Onuba Aestuaria de los romanos, a pesar de su excelente puerto natural y por no tener la explotación minera la importancia que alcanzara en tiempos romanos, queda un tanto desplazada y no tiene la importancia de Gades, Hispalis, Córdoba y Mérida y la próxima Itálica.
Onuba fue destruida en las guerras surgidas entre los autóctonos y el citado pueblo bárbaro que invadió Andalucía. De este mismo parecer es Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho, de quien son los siguientes párrafos:
"… de las naciones bárbaras que sucedieron a los romanos, silingos, vándalos, suevos, alanos y godos, aún tenemos menos noticias de si conservaron a Onoba o la destruyeron. A esto segundo me inclino más por no encontrarse en Huelva rastro ninguno de estas gentes ni memoria de su Historia…".
También es posible que nuestra ciudad continuara habitada por una pequeña población que no dejara rastro por su escasa importancia y los humildes edificios que en ella se levantaba y porque, en ocasiones, en los trabajos arqueológicos se encuentran materiales de construcción y creemos (2) que son romanos cuando, en realidad, podrían ser o son visigodos, ya que la técnica que seguían éstos en la fabricación de ladrillos, en los métodos de construcción de edificios y en el trabajo de los calados, cabujones, crismones de hierro o bronce y otras piezas eran propiamente romana.
Después, la provincia sufrió las correrías del suevo Rakhila (441-448) que atacó a los romanos y visigodos (godos del Oeste o godos sabios) de Lusitania (Portugal), llegando, al parecer, a la extensa zona Bética (Valle del Guadiana), causándoles graves derrotas.
A pesar de que algunos historiadores estiman de que Huelva, o parte de la provincia, perteneció en esta época al imperio griego bizantino gobernado por Justiniano, ya que -aseguran-los bizantinos tuvieron durante un espacio aproximado de setenta años un área conquistada que ocupaba todo el Sur de Portugal (Algarve), hasta la fecha no existen testimonios que acrediten la presencia de los imperiales en la ciudad y provincia de Huelva. Del primer parecer es el historiador Antonio González Gómez, quien en la obra 'Huelva y su provincia' (Tomo III) nos dice:
"… Las tropas bizantinas entraron en el Algarve y en Andalucía -asentándose en la franja que va desde Medina Sidonia a Denia -como aliadas del partido del nuevo monarca Atanagildo (551-567). Los bizantinos derrotaron a Agila y durante setenta y tres años controlaron el citado territorio andaluz y algarbio, gracias a la alianza entre el Imperio Romano y la aristocracia bética, y al apoyo que encontraron entre los mercaderes de las ciudades, que de esta manera se insertaban en el circuito del comercio oriental. De esta forma, la actual provincia de Huelva se convertía, durante cierto tiempo, en un espacio fronterizo entre bizantinos y visigodos…".
Nosotros coincidimos con esta postura histórica, ya que las victoriosas campañas bizantinas en el Norte de África, bajo el reinado de Justiniano que les trajo el antiguo concepto de vida, Arte y letras de la época romana, ilusionaron a los españoles deseosos de tener nuevas relaciones con los greco-latinos, ansiosos de volver a sus antiguas raíces culturales.
Además, muy posiblemente llegaran desde las costas africanas a las de Huelva trirremes imperiales con gentes deseosas de establecerse en nuestras fértiles tierras.
Décadas de oscurantismo político para la urbe onubense que, paulatinamente, va incrementando su población, hasta alcanzar varios cientos de personas cuando alborea el siglo VIII., fecha en que los mahometanos asentaron sus reales en esta ciudad.
En el año 711, los árabes audaces, consecuentes con sus creencias y fieles a la promesa de ayuda que le hicieran al Conde don Julián frente al rey visigodo don Rodrigo, pasaron el Estrecho al mando de Tarif Ziyad y descubrieron la debilidad del país que dominaban los visigodos. Poco después, en sucesivas oleadas, fueron conquistando todo el territorio que había constituido la Hispania romana.
Estos guerreros árabes de abigarrados turbantes, de blancos jaiques y de curvas cimitarras, en veloces corceles llegaron a Niebla, Ossonoba y Huelva, a la que llamaron Madina Welba, en el año 714. Estas tropas sarracenas conquistadoras iban al mando de Abd-al-Aziz, hijo de Musa, que abre el capítulo de la historia sarracena de España y por extensión de nuestra capital.
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