'Platero', el 'Quijote' andaluz que canta a la libertad

Expósito apunta que la obra surgió como una "reivindicación andaluza" en un momento en que el castellanismo mandaba. Cree que sus ideales krausistas coinciden con las ensoñaciones cervantinas.

José Antonio Expósito Hernández, ayer, en el salón de actos de la Facultad de Derecho, junto a Soledad González Ródenas.
José Antonio Expósito Hernández, ayer, en el salón de actos de la Facultad de Derecho, junto a Soledad González Ródenas.
Elena Llompart Huelva

26 de noviembre 2014 - 05:00

De manera espontánea, cualquier persona recuerda sin problema alguno los comienzos sugestivos y atrayentes de El Quijote, Platero y yo y Cien años de soledad, las tres obras que cambiaron la prosa (ya nada volvió a ser como antes) y que han pervivido desde el comienzo. "Vicente Aleixandre decía que un poema tiene que arrancar desde las alturas, como las águilas, y a partir de ahí elevarse. Igual pasa con los libros", aseguró ayer José Antonio Expósito.

Después de cien años, mantener viva la llama de la investigación en torno a Platero y yo y a su autor es el reto esencial del simposio internacional que durante esta semana organiza en Huelva la Cátedra Juan Ramón Jiménez y, en la mañana de ayer, el especialista en la obra del moguereño lo afrontó centrándose en las coordenadas en las que surgió la obra para desentrañar su significado.

Expósito abordó el momento en el que fue escrito el libro, la influencia del krausismo, la moda por lo castellano, la generación del escritor y su relación con la Real Academia Española, factores que "confluyen", junto al Modernismo, en la universal obra del moguereño. Porque, en opinión del experto, Platero y yo es, ante todo, "una reivindicación andaluza en un momento complejo".

Según relató el investigador, cuando Juan Ramón salió por vez primera vez de Andalucía y llegó en el año 1900 a Madrid no encajó y se asustó porque la capital era "sucia" y "cenicienta". Extrañaba la luz y el campo y "sintió añoranza de los patios andaluces, de mirar a través de las casas donde se veía el mármol y la luz". De nada sirvió que el modernista Francisco Villaespesa lo llevase a las imprentas y a las tertulias; él se sentía aturdido. Hasta el punto de que "aquel Madrid en el que los escritores buscaban la gloria en tertulias de café y con humo de bohemia lo acabó hastiando".

En su segunda estancia en la capital del país, Juan Ramón intentó escapar del Madrid oscuro y, para ello, se alojó en el Sanatorio del Rosario, a las afueras, con vistas a la Sierra de Guadarrama. Allí era feliz. "Esa dicotomía le pasó también entre el Ateneo -que representaba las maderas oscuras del centro de Madrid y una infraestructura decimonónica; y la Residencia de Estudiantes, un espacio con un aire limpio y nuevo, con luz y con chopos. Juan Ramón siempre apostaba por el futuro", aseguró Expósito.

En torno a 1905, cuando el poeta se marchó de Madrid, encuentra el especialista "la clave" para interpretar el arranque de Platero, que comenzó a escribirse un año después y hasta finales de 1912. Porque fue en 1905 cuando, según recordó el ponente, se celebró el tercer centenario de la publicación de El Quijote y en los años previos y posteriores "todo el mundo se apuntó al carro de los homenajes". Lo hicieron, por ejemplo, Unamuno, Azorín y Ortega. Hubo "una efervescencia de libros a propósito de El Quijote que nada tenía que ver con Juan Ramón, al que no interesaba en absoluto la moda de Castilla".

Para entenderlo mejor, Expósito recordó que en el 98 se produjo "el desastre", se perdieron las últimas colonias y Castilla fue el centro de reflexión de todos estos escritores. Pero, tal y como advirtió el investigador, Juan Ramón "no sentía a Castilla". Y al no hacerlo era "coherente", puesto que "él sabía cantar a su tierra, su luz y gentes y no fingió apuntarse a los temas castellanos".

A juicio del profesor del I.E.S. Las Musas de Madrid, Campos de Castilla, de Antonio Machado, supuso "la puntilla" para Juan Ramón. La tierra de Alvargonzález, un poema de este libro dedicado precisamente a él, no le gustó nada. Y se lo afeó. El Nobel no entendió la vuelta a modelos del pasado y que un poeta en el siglo XX imitase un estilo con un vocabulario y un ambiente de otro siglo. No en vano, Juan Ramón "pensaba que un poeta, para ser clásico, primero debía ser actual".

En medio de este ambiente, cuando llegó a Andalucía, Juan Ramón escribió, en palabras de Expósito, un nuevo Quijote, "un Quijote andaluz que nada tuvo que ver con las imitaciones y las recreaciones que se hicieron entonces de Cervantes y su obra". Por decirlo de otra manera, no imitó en ningún momento al Quijote, sino que "lo actualizó" y lo trasladó a su tierra.

"Cervantes llevó a sus personajes hasta Sierra Morena en el episodio de los galeotes, el punto más al sur al que llegó. Más abajo, al sur del sur de Cervantes, empezó Juan Ramón a trotar con Platero", comentó.

Platero es, por lo tanto, "un Quijote andaluz lleno de luz, color e intensidad". Un canto a la Andalucía del Nobel, que nada tenía que ver con la moda por Castilla que había en España. Pero, tal y como advirtió el conferenciante, Juan Ramón no lo hizo a propósito: "El poeta nunca escribió mirando el retrovisor, sino al futuro. Son coincidencias porque las obras universales tienen componentes que las hermanan".

A juicio del investigador, que ha editado libros inéditos del Nobel, otra de las confluencias en Platero es el krausismo. Juan Ramón bebió en Madrid del ansia de libertad, del interés por lo verdadero -lo popular, la naturaleza- y de la creencia en el ser humano y en el progreso que defendía Francisco Giner de los Ríos. Esos ideales, ese humanismo "están en Platero y coinciden con las ensoñaciones de Cervantes". En Cervantes ve Expósito el espíritu soñador, esa aspiración a unos ideales nobles, mientras que Platero es también, en su opinión, "una defensa del sueño, del ideal de una humanidad más libre, más pura y alejada de las convenciones sociales". Por si esto fuera poco, don Quijote es un "héroe caballeresco" y Juan Ramón es un "héroe lírico".

En su opinión, ambos autores crearon un mito y sus obras fueron dos cantos de libertad. Al respecto, Expósito halla un eco o coincidencia en la libertad que defiende don Quijote con los galeotes y la que defiende Juan Ramón con los niños que dan palmas para que los pájaros se vayan y no caigan apresados en la red en el capítulo Libertad.

Del mismo modo, los paralelismos y coincidencias en ambas obras pasan también, según señaló, por el hecho de que "uno sale de Moguer y otro de otra aldea manchega que desconocemos", así como por que Juan Ramón va armado con una chaqueta en cuyo bolsillo porta "un buen libro de versos" y don Quijote va "pertrechado con la lanza".

Expósito abundó también en que si la locura de don Quijote estructura toda la novela (un loco que viaja hacia la cordura), Juan Ramón fue un loco, un soñador, un hombre que se alejó de los demás porque no coincidió en sus pensamientos y sueños. Y si don Quijote luchó contra molinos de viento, Juan Ramón "luchó consigo mismo" y con sus obsesiones y depresiones. Sus molinos "fueron su propia obra, un molino gigante contra el que batalló toda su vida" porque se empeñó en mejorarla, en corregirla.

En su tesis, el especialista incidió en que si don Quijote se volvió loco a fuerza de leer libros de caballerías, Juan Ramón estaba "adbucido" y "seducido" por la poesía: fue un lector devoto de los grandes poetas que hicieron que viera la realidad "de otra manera". Y, si en Platero y yo hay una lengua popular y culta, en El Quijote hay un diálogo entre dos mundos: el culto y el popular.

Platero surgió, por lo tanto, como "una reivindicación andaluza, de luz, de color, en un momento en el que el castellanismo arreciaba en la literatura". Juan Ramón se desmarcó de sus contemporáneos, de su generación y lo hizo en un momento difícil, de crisis.

Una crisis que, a ojos de Expósito, Cervantes ya anunció con El Quijote en su época, cuando las fichas de dominó "comenzaron a caer a lo largo de los siglos hasta el desastre del 98, cuando el imperio español que forjó Castilla se derrumbó". De este modo, el investigador apuntó que Cervantes denunció la decadencia de España con El Quijote, mientras que Juan Ramón, con Platero, habló de la "decadencia" de un lugar como el Moguer de aquella época.

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