Gonzalo Revilla

Partido X

La otra orilla

16 de enero 2013 - 01:00

CON escepticismo: así han recibido la creación, o posible creación, de este partido de corte indignado que quiere canalizar las energías de una ciudadanía harta de lo que está pasando, y que desconfía, al mismo tiempo y con la misma intensidad, de las fuerzas políticas tradicionales, por mucho que coincidan con sus demandas. El debate está servido y será agitado, sin duda. Por un lado, a sus potenciales votantes -los diversos movimientos de indignados, 15M, DRY- les costará asimilar una estructura de partido, después de tanto batallar contra ellos. A los partidos de izquierda -muchos de cuyos afiliados y simpatizantes han participado y participan en estos espacios de indignados- les constará entender cómo se dispersan aún más los votos de la izquierda. A las instituciones, tan poco dadas a los cambios, tampoco les será fácil asimilar un Partido X, con reivindicaciones que, por lo que se va escuchando, socavan el status quo, y pretende cambiar la reglas del juego, tan manifiestamente a favor de los poderosos y tan manifiestamente en contra de los ciudadanos.

A ver qué juego da todo esto. En cualquier caso, no sentará mal a esta estructura democrática nuestra -tan maniatada, tan cercenada, tan poco democrática en muchas cosas- que se abra el melón de las reformas, que se rompa con lo establecido, habida cuenta de que sirve poco al bien común.

Bien harán los que coinciden con las reclamaciones de esta Partido X -anónimo de momento, paciente de momento- en escuchar lo que vienen a decir, en observar sus formas y sus objetivos, en aprender, en discutir, en aportar, en corregir. Es una oportunidad, sin duda, porque es patente que la indignación necesita estructuras -nuevas o clásicas, pero remozadas- que canalicen y hagan posible las reformas que enarbolan en la calle, en las pancartas. Porque sólo con pancartas no se cambia la sociedad, y el poder político no es intrínsecamente malo, sólo es intrínsecamente tentador.

No sabemos aún qué hoja de ruta seguirá este partido, qué contactos ha tenido o dejado de tener con otras fuerzas políticas, qué intenciones tiene respecto a los proceso electorales venideros, tan cruciales. Por otro lado, tampoco sería muy inteligente dispersar mucho los votos que aspiran a transformar las estructuras, aunque hay fórmulas para evitar esto. Y en cualquiera de los supuestos, las formaciones políticas clásicas deberían tomar nota, porque la sola existencia de un partido de este corte pone en entredicho la representatividad que pretenden ejercer, y la falta de reflejos que están teniendo ante el debilitamiento -premeditado- de nuestra joven democracia.

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