La firma
Antonio Fernández Jurado
¿Derribando su muro?
In Memoriam
MANUEL ya estaba allí. Yo pienso que en definitiva Manuel estaba ahí desde siempre, para los que mas tarde o temprano hemos aterrizado alguna tarde de nuestra vida por el albero de la plaza de la Merced. Pero aquel día, mi primera tarde sobre ese ruedo, con una pequeña grabadora buscando que contarles a ustedes, Manuel ya estaba ahí. Con su camisa de manga corta los veranos o con ese chalequillo rojo 'tostao', los inviernos. Siempre al hilo de las tablas, sobre el estribo otras veces, seguramente ilusionándose con tanto chiquillo como quería ser torero de nuevo en esta tierra suya o quizás, recordando lo cerca que tuvo siempre, como 'mozoespá' los alamares de todas esas figuras del toreo que se llegaban cada agosto por ese patio de cuadrillas amplio y luminoso de aquella Monumental del recinto colombino. Manuel pasó la vida con su afición por bandera. A veces seguramente intentando digerir con elegancia las tonterías del 'enterao' de turno, y aunque currista, se desvivió siempre por estar en su sitio, con su gente, cuando un festejo se anunciaba en Huelva.
Juro que nunca le llamé Manolín. No es por nada, pero su humildad imponía por encima de esa sabiduría y ese don que todo buen taurino practica: hablar poco y llevar razón.
Por norma, los tanatorios no son lugar de encuentro apetecido de ninguna de las formas, pero la otra noche la cita se hacia incuestionable hacia el encuentro con sus hijos, su familia. en definitiva su gente.
Hora tardía, pero franca para el abrazo de respeto con sus dos hijos y la charla, alargada en el tiempo de la noche, donde su hijo Pepe rompe el silencio mientras argumenta. "Se ha muerto 'rodeao' de carteles de toros. Su pasión". Después, en el mejor homenaje que podíamos hacerle, las cosillas del toro nos llevaron hasta más allá de las doce.
No encuentro una foto apropiada de don Manuel Prieto. Las que encuentro no tienen el son preciso para la última imagen de un hombre protagonista de este mundo tan particular, que desde muchos rincones le brinda el último homenaje a su figura. Seguramente porque se lo habrá merecido, y porque, con seguridad, será de las imágenes que se echaran de menos cualquier día que volvamos a entrar en esa plaza.
Su sitio. Detrás de las tablas del callejón, esperando que el paseíllo se haya desbaratado para entregar al torero ese percal que rasca, sonoro, el filo de las tablas para saltar de sus manos hasta las del torero. Hoy, ese minuto de silencio debe 'sonar' a justicia,
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