En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
HE visitado de nuevo nuestra ubérrima sierra, pasando unos tres días en ella, con benigna climatología otoñal y un cielo algo aborregado, que corona en estos momentos, estos contornos montañosos.
La he recorrido por distintos puntos de su configuración geográfica, al igual como lo hacía en mi actividad cotidiana, tiempos atrás, habiendo dejado fiel constancia de mi andadura por toda su orografía montañosa, entre sus parajes idílicos, recreándome en esa belleza innata y ubérrima, que tanto le caracteriza y la hace inigualable.
He vuelto a recibir en estos días que la he visitado, nuevas sensaciones, porque he ido conociendo otros rincones, a cada cual más bellos, revistiéndose de ese cromático y jaspeado colorido de su estación otoñal.
La sierra en su parte umbría se viste de gala con su traje nuevo, porque los castaños han trocado sus hojas verdes y trémulas en tornasolado color, dando al paisaje una deslumbrante visión.
Sobre el suelo, entre su hojarasca, han quedado las bolas erizadas, con sus bocas abiertas, dejando asomar las lustrosas castañas de su interior. En el pisar de mis pies, por esa alfombra de hojas caídas, de dorado y ocre color, va dejando un sonido metálico. Voy observando en mi recorrido la extensa arboleda que muchas veces sus ramas se entrelazan, enarcándose sobre el camino, tamizando como un polvo de oro entre sus hojas, dejando sobre el suelo lunares luminosos.
¡Verde que te quiero verde! como bien dice la copla, y en verdad que esta nuestra sierra puede presumir de su grandeza sublime y ese jugo vital que la ennoblece y esa brisa que se esparce entre la sombra de sus vaguadas.
Altos álamos, ágora con su ramaje yerto, orillando los arroyos Múrtiga y Chanza, que serpentean con sus aguas transparentes por sus valles y sus bajos desfiladeros entre susurros cadenciosos y piares de pajarillos posados en los chopos de los senderos.
Entre las altas cumbres de sus montes, entre los claros-oscuros del terreno, con sus pardas y onduladas cuestas y en el valle sus ubérrimas huertas de los más preciados frutos, llenando todo ello los ámbitos del cielo y de la tierra.
En esta maravillosa sierra huelvana, avance de la andaluza Sierra Morena, se afinca toda una cadena de pueblos y aldeas que para no extenderme en mi escrito quiero resaltar algunos de estos poblados, con su idiosincrasia que los define.
Aracena, con sus Grutas de las Maravillas. Galaroza, con sus buenas cosecha de manzanas y la ribera de su arroyo Múrtiga. Alájar, con su Virgen de los Ángeles y su Peña de Arias Montano. Jabugo, con sus famosos y exquisitos jamones de pata negra. Fuenteheridos, con su fontana de doce caños. Almonaster la Real, con su mezquita musulmana, y La Nava, con sus aterciopelados melocotones de exquisito sabor. Y así muchos más municipios serranos con esa particularidad y peculiaridad que llevan en sus adentros.
Deseo volver de nuevo a nuestra sierra y visionarla bajo otro prisma distinto, con una perspectiva más usual, pero no menos bella.
Allá quedó entre su otoñal vestidura con su amalgama colorido digno de una bella estampa, es la estación que más la define y favorece. No dejen de visitarla.
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