Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Política decente
Hace unos días, exactamente el pasado jueves, intervenían en el curso "La sociedad del empleo: una mirada crítica al mundo laboral", organizado dentro de las actividades que desarrolla la UNIA en la Universidad de La Rábida, el escritor Juan Cobos Wilkins y el director cinematográfico Antonio Cuadri. El autor de la novela de notable éxito El corazón de la tierra y el realizador que dirigió su adaptación a la gran pantalla acertaron a la hora de aprovechar la ocasión para denunciar como merece el estado de abandono en que se encuentran los principales atractivos de esta zona minera onubense de singular importancia para potenciar un turismo que, aprovechando, la curiosidad que sobre tan prodigioso entorno desplegara la película, puedan sentir el deseo de conocerlo personalmente.
Por encima de la consideración de El corazón de la tierra y de la evidente reivindicación de los trabajadores en aquellos graves momentos, laboralmente vividos y sufridos en la cuenca minera, que supuso una intensa conmoción en aquellos años penosos "no sólo para los mineros, sino también con la solidaridad de otros colectivos, como los agricultores", como bien recordaba Antonio Cuadri, y que representó una de las primeras movilizaciones "donde había una conciencia medioambiental muy grande, ya que los empresarios ingleses buscaban establecerse en enclaves con gobiernos muy sobornables" -lo que ha ocurrido siempre y, desgraciadamente, sigue ocurriendo en estos días-, por encima insisto, hay una evidencia que va más allá de lo puramente cinematográfico.
Y ello, desde el punto de vista de la revalorización del patrimonio de la cuenca minera de Huelva, que es de lo que se lamentaba Juan Cobos Wilkins como riotinteño que es, pidiendo la apertura de Corta Atalaya como valor patrimonial de todos los onubenses, porque según él resulta "frustrante que eso que muestra la película no se pueda ver". Imagínense que un espectador de cualquier parte del mundo que hubiera visto el film y los increíbles parajes que en él se reproducen, viniera a Riotinto y se encontrara "la joya de la corona, un espectáculo hecho a pico y pala -como dice el escritor- se está inundando" o que viera el cementerio británico cuyas "tumbas está profanadas, saqueadas y llenas de litronas", convertido en "un lugar en el que se hacen botellones".
Sé que todo esto excede de este espacio dedicado al cine, pero aquí mismo en su día, tras el análisis que nos mereció la película, junto al autor del libro y a su director, con quienes estuve tan cerca y tan ilusionado cuando surgió el proyecto de su adaptación a la pantalla, fuimos los primeros en advertir la importancia que su impacto visual tendría para sus espectadores y la repercusión que, desde el punto de vista turístico, supondría para Riotinto y su comarca. Pero la mediocridad política en la que vivimos y la falta de imaginación de quienes nos gobiernan, a todos lo niveles, pero sobre todo en el ámbito local, como es el caso, hacen inviables tan propicias ocasiones para difundir los valores de este privilegiado territorio en algo tan fácil como son sus aspectos históricos y paisajísticos, en su peculiar fisonomía, que la película reproducía con unas calidades estéticas bien notables. Yo espero aún que el espíritu de El corazón de la tierra, en su amplia significación, fructifique a favor de esa asombrosa y mítica realidad telúrica digna de más amplias y ambiciosas perspectivas.
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