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PARA leer un libro hay que hacerse niño. Hay que volver a la edad de la pureza, de la generosidad, de la libertad, de la inocencia. Para leer un libro hay que volver a la infancia. Absorber todo aquello que se lee sin contaminación ni intereses, sin postureo, sin pretensión. Recibir el alimento con el provecho de la propia aceptación.
Aunque ese sea el ideal hay muchos tipos de lectores. Recuerdo a un amigo que planificó su formación lectora. Eligió una serie de libros (de alta talla) y, tras sus lecturas, comentaba que había terminado su formación. A partir de ese momento indicaba que se había convertido en un escritor, en un artista. Decía que había leído todo lo que tenía que leer. ¡Qué falsedad! Nunca se termina de leer, nunca se acaba la formación.
Otro tipo son los lectores de pose. Aquellos que dan la impresión, que se dejan ver, que se hacen notar. Aquellos que leen para figurar en antologías de lectores, en paraísos de imbéciles sin paraísos. Nunca se debe leer por reconocimiento, la propia aceptación es nuestra ganancia, una utilidad sin lucro.
También están los cultos, los que saben en todo momento aquello que deben leer y rechazan, no lo de mala calidad, aquello que ellos creen que no deben leer. A los niños la lectura les gusta o no les gusta. Pero si gusta siguen. Y prosiguen, y lo hacen en lentitud, con el provecho de la asimilación, de la sencillez, con la humildad del que no sabe y desea conocer. Con la esperanza de la ilusión.
La lectura nunca entristece, nos hace libres, independientes, ayuda a hacernos, nos amplía, nos hace crecer. Y todo esto con los pies en la tierra. Como los niños que toman sus primeros libros y enseñan a sus padres las páginas que han sido capaces de leer desde la ilusión.
Para leer un libro hay que hacerse niño. Principalmente porque nuestra formación no acaba nunca, y no dispondremos de tiempo en nuestra vida para leer todo aquello que tenemos que leer. El más noble fin de nuestra vida queda marcado por la cantidad de libros que leemos, y por la calidad de nuestra lectura. La última página de un libro es el primer paso de nuestro desarrollo.
Una vez escribí un aforismo: "Y si escribir solo fuera leer para los otros". Y tal vez sea así, pero siempre está la lectura. Y leer nos enseña a hablar, nos enseña a escribir, nos hace mejores personas.
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