El balcón
Ignacio Martínez
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Palabra en el tiempo
RAJOY estuvo el domingo en Granada. Fue un extraordinario baño de multitudes celebrado, para desesperación de sus adversarios, en uno de los feudos históricos del socialismo local, Atarfe. No faltó nadie, los autobuses fletados por el partido venían a rebosar y los 10.000 simpatizantes se lo pasaron divinamente, aunque el discurso del presidente anduvo corto de contenido, tanto que pasó de puntillas sobre los dos asuntos de mayor actualidad: la reforma laboral y las pensiones. El ambiente a mí me recordó el de los días previos a las victoria de José María Aznar, cuando el ex presidente levantaba pasiones desconocidas allá por donde iba.
Pero yo quiero hablar de otras cosas, del éxtasis del político ante la muchedumbre entregada, de la enajenación pasajera que sufre el orador al contemplar el devoto y aquiescente rugido de la masa. En esos momentos desenfrenados de comunión, el orador corre el peligro de descuidar las cautelas que recomienda el sentido común y en el calor del discurso deja escapar los sentimientos o las convicciones profundas que el pudor suele refrenar.
Le ocurrió al presidente del PP de Granada, Sebastián Pérez, que dejó la gran perla del día: "Ésta es la tierra de María Santísima y por eso no se pueden quitar los crucifijos de las aulas". Entre los muchos argumentos y contraargumentos que he leído y escuchado en la polémica (falsa, pues salvo contadísimas excepciones los colegios han sido un remanso de entendimiento) sobre la retirada de crucifijos faltaba éste, el de los tópicos religiosos andaluces, que a partir de ahora llamaré el argumento Pérez. El asunto es serio, mucho. Ya no se trata de discutir si la Constitución ampara la presencia de santos en las aulas, si hay que acatar los pronunciamientos de los tribunales internacionales o si la laicidad es un componente sustancial del Estado moderno desde la Revolución Francesa. El argumento Pérez se limita a afirmar que puesto que Andalucía es la tierra de María Santísima, los crucifijos son intocables. Pero no sólo los crucifijos. Si admitimos el tópico de María Santísima, son posibles (y quizá obligatorios) otros dogmas políticos: la confesionalidad de la enseñanzas, la voluntad de los obispos, los pecados, la moral católica y el catecismo. Ya sólo falta, para redondear la escenografía, organizar la entrada al mitin bajo palio mientras suena el Te Deum.
Me inquieta mucho que un político recurra a María Santísima en un mitin para arreglar controversias terrenas. Y más le debería inquietar al PP, porque su esfuerzo para mostrar el perfil más amable y contemporizador puede desmoronarse por el peso de los tópicos de la España conservadora, zaragatera y profunda.
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