Almonte, doscientos años de agradecimiento a su Patrona

El Rocío Chico celebra este año su bicentenario · Los almonteños volverán a velar a la Virgen para rememorar la protección frente al Ejército francés

La Patrona de Almonte vestida de pastora espera el momento del traslado a Almonte.
La Patrona de Almonte vestida de pastora espera el momento del traslado a Almonte.
Carlos López / Almonte

18 de agosto 2012 - 05:01

Aún resonando el eco de la apertura del Año Jubilar y ante el eminente traslado de la Virgen de Pastora, que acontecerá el domingo al caer la tarde, Almonte ha de cumplir un último culto en el Santuario: el voto de acción de gracias por la protección que brindó la Blanca Paloma a sus hijos cuando pendía la amenaza de ser aniquilados a manos del Ejército francés. Conocido popularmente como el Rocío Chico, este año se cumple el bicentenario de este histórico acontecimiento. Se trata de la sincera muestra de agradecimiento anual de los fieles a su protectora. Un voto que se rememorará desde la media noche de hoy y seguirá mañana con una homilía que presidirá el obispo José Vilaplana.

Esta tarde, a las 19:30, se celebra el acto de juramento e imposición de medallas a los nuevos hermanos en el santuario. Más tarde concluirá el triduo preparatorio.

Dicha tradición hunde sus raíces en el periodo de ocupación francesa en la que España se vio sojuzgada por fuerzas extranjeras (1808 y 1814). Durante estos años el sometimiento de los ciudadanos a las fuerzas de Napoleón estuvo marcado por innumerables episodios de insurgencia. El férreo control de la población a manos de los franceses pareció esfumarse y saltar como la pólvora tras la marcha del coronel Manteu. El Condado se vio envuelto en una especie de anarquía escenificada en soldados franceses que diariamente eran degollados bajo los filos de las navajas españolas. Para frenar este sangría de efectivos el Mariscal Nicolás Jean de Dieu Soult encomendó al capitán Pierre D'Ossaux mantener a raya la insurgencia dando cumplimiento a la Milicia Cívica a la que por ley abrían de alistarse todos los varones entre 15 y 60 años, bajo amenaza de ser arrestado e incluso condenados a muerte quienes se negasen.

No tardaron en sucederse un sinfín de revueltas en múltiples puntos de la geografía española en contra de este alistamiento. En Almonte, estos episodios fueron especialmente virulentos tras la decisión de treinta y nueve hombres de levantarse en armas contra este decreto que constreñía las libertades individuales. Cuentan la historia local que en la calle Cepeda se libró una batalla campal que acabó con la muerte de Dossau, dejando huérfano de mando al Ejército francés.

Este nuevo capítulo de inseurreción desató la furia de un Soult que clamaba venganza, por lo que firmó la orden de "pasar a cuchillo a los vecinos y saquear el pueblo". El objetivo no era otro que servir de escarnio y mostrar al resto de ciudadanos lo que ocurría cuando se osaba derramar sangre francesa. En Mariscal francés mandó formar un batallón compuesto por ochocientos infantes que lanzó con destino al pueblo condal con intención de no tener piedad ni hacer prisioneros. Como deferencia, la orden se trasladó al cabildo secular y eclesiástico, lo que inmediatamente sirvió para alertar a una población que abandonó el núcleo matriz y se refugió en la aldea. Allí, en el Santuario de la Virgen de El Rocío, la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1810, las plegarias se sucedían para frenar lo que sin duda sería un baño de sangre.

Finalmente, cuando las tropas se encontraban próximas al pueblo se produjo una sorprendente contraorden militar dictada desde Sevilla, en la que se ordenaba el reordenamiento y el regreso del contingente de soldados a la capital hispalense. Los almonteños lograron el milagro por el que venían rogando todo este tiempo.

Ese sentimiento de intermediación divina perduraría en la memoria como uno de los mayores milagros de la Virgen de El Rocío. Con el eco de ese recuerdo en 1813, la Iglesia y la Hermandad Matriz deciden hacer "un voto formal" para reconocer y rendir pleitesía a su protectora, la salvadora de la venganza gabacha.

La diplomacia entró en juego y Almonte pudo probar que la muerte del capitán francés no la cometió ningún paisano almonteño, lo que aplacó las iras de los invasores, si bien se sancionó al pueblo con el pago de 100.000 reales. Sin embargo, la intermediación divina permitió que no hubiera derramamiento de sangre y que el pueblo de Almonte se salvase de las llamas, medida con la que se amenazó al municipio.

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