El patrimonio de Cortelazor la Real
En defensa del patrimonio cultural
Un paisaje único rodea a inmuebles singulares como un caserío, casinos y las típicas callejas de los pueblos serranos l El concurso de pintura reúne todos los años a artistas de lugares lejanos
Pasados Los Marines, la carretera serpentea enseñando a ambas márgenes una vegetación exuberante preñada de castaños, cerezos, chopos, alisos, encinas, alcornoques y quejigos, donde se realizan procesos y oficios ancestrales. Nuestros ojos, colmados de felicidad, escudriñan esta parte del patrimonio onubense que, sin duda, es obra de algún Dios que decidió utilizar el cincel para dibujar un paisaje único. Algunos cortijos antiguos por donde resbala la cal a borbotones se hacen presentes como faros que nos guían hacia esa maravilla del parque natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche que es Cortelazor la Real.
Nada más llegar su caserío nos recibe con los brazos abiertos, constituyendo éste una arquitectura de volúmenes achaparrados por los tejados de teja árabe que más parecen una pintura cubista que la fisonomía de una entidad poblacional. Sus puertas están llenas de fechaduras y postigos, sus ventanas, de madera y sus rejas, de la robustez que da el paso del tiempo. En medio del entramado de calles y plazas, y como elemento vertebrador del todo, el patrimonio humano, hombres y mujeres que nunca aprietan el paso, sino que lo acalman y aguantan hasta desesperar al urbanita que acaba por perder la prisa.
Los casinos llenos de tipismo nos abren sus entrañas, de donde tomamos la sabiduría que sólo se da en aquellos pueblos que viven del campo, que toman en paz el vino peleón, y que saben que hoy no es mañana todavía. El viejo olmo, que dicen por aquí que tiene más de ocho siglos, nos vigila y nos recuerda que nuestra misión es conservar la armonía entre la especie humana, de condición homicida, y la naturaleza. Más allá el Ayuntamiento, la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios y una calle que se resbala, incluso llega a marearse, pero que jamás se precipita al estrecho barranco.
Cortelazor es un pueblo de leyendas, como la del Charco Malo o la corte del Rey Azor, y de lienzos, no en vano sabemos que aquí hay un museo de pintura de uno de sus hijos más ilustre José Pérez Guerra y un concurso de pintura al aire libre que de tal categoría que los artistas vienen desde lugares alejados a captar realidades y a reinventar ambientes. También debemos mencionar el museo de artesanía de José Navarro, artista que ha sabido sacar de materiales como el brezo una sinfonía de figuras, y la revista el Zorro Sapiens que ha metido en manteca muchas cosas ocurridas en el municipio y que hoy forman y conforman su historia reciente.
Pero también los zorros, que ese es el apelativo por los que son conocidos los de Cortelazor, son gentes nobles y agradecidas que valoran el trabajo de sus vecinos. En este sentido nos enteramos por su alcaldesa, Ana González, que se iba a celebrar un homenaje a la anterior primera dama, Blanca Candón. Nos desplazamos hasta el nuevo centro cultural donde encontramos a muchos amigos y conocidos que venían a compartir aquellos momentos tan especiales y significativos. Confieso que he conocido a esta señora, y si su labor municipal es meritoria, no en vano fue una de las primeras mujeres alcaldesas de Andalucía, su calidad humana le supera. Su sensibilidad y señorío le han hecho dejar tras de sí un reguero de obras y amistad que no alcanza a ver nuestra corta vista. Gentes de dentro y de fuera han tenido que sucumbir a su buen hacer, viendo cómo se ha convertido en embajadora serrana y en claro ejemplo de la fuerza que pueden llegar a tener los municipios pequeños bien dirigidos.
Con el corazón un poco encogido por la emoción tiramos calle arriba hasta llegar, de nuevo, a la plaza, donde la gastronomía acabó con el sol de la tarde a base de morcilla con tomate y montaditos de lomo de guarro negro. Finalmente terminamos en las antiguas escuelas convertidas en salón cultural por obra y gracia de las X Jornadas del Patrimonio (1995), y en las que se contó con la presencia de la entonces consejera, y luego ministra, Carmen Calvo. En un gran clima de amistad los platos típicos del extenso recetario consumieron el día y nos precipitaron sobre la noche.
Poco a poco las luces del caserío se fueron alejando, la vegetación se cubrió de sombras y la carretera nos devolvió a Los Marinas, donde comenzó nuestro particular relato.
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