¿Blanco, tinto o rosado?
aromas y sabores
Cita. Cualquiera que sea su elección, lo más importante es disfrutarlo en familia o con amigos. Y si es acompañado con un rico plato de comida, mejor. La excusa para reunirse es fácil de conseguir
Cuántas veces a la hora de elegir el vino escuchamos que alguien dice "yo solo tomo tinto", o "a mí el blanco me da dolor de cabeza", o "los rosados son para las mujeres". Estas frases son solo algunos ejemplos de la relación de muchos consumidores con el vino. ¿Y quién se animaría a descalificarlas si, ante todo, cada uno es dueño de tomar lo que más le guste?
La diversidad es una de las cosas que más me fascinan del mundo del vino. Es tan subjetivo que lo primero que me surge es el respeto por la elección del otro, sepa o no de vinos. En última instancia solo hace falta preguntarse ¿Quién lo paga? ¿Me gusta o no me gusta? Hasta aquí todo bien. Ahora, en mi experiencia como educadora en vinos también he podido comprobar que cuanto más sabemos de vino, más fácil es detectar qué estilo nos gusta más, qué etiquetas entran en ese estilo, y hasta me animo a decir que muchos van cambiando sus gustos y preferencias a medida que avanzan en el conocimiento.
Para los que "solo toman tinto"
Aparte de la obvia diferencia de color, en general los vinos tintos tienen mayor estructura que los vinos blancos, y menor acidez. Esto se debe a la presencia de un componente muy importante que marca la gran diferencia entre tintos y blancos: los taninos. Muchos se preguntarán si alguna vez se cruzaron con ellos. Hagan una prueba muy sencilla para detectarlos: preparen un té negro bien cargado y pruébenlo cuando se enfríe. Sentirán una textura áspera en la lengua y las encías y un amargor al tragarlo. He aquí los famosos taninos, que también aparecen en los vinos tintos. Si están maduros, le agregan textura, estructura, longevidad. Si están verdes, aparecerá en el vino esa textura áspera y amarga. Hay muchos paladares que son sensibles a los ácidos y que prefieren consumir comidas y bebidas más amables.
A los que sí les gusta el vino blanco
Los vinos blancos secos pueden ser de estilos diferentes. Los que están hechos con variedades de uvas relativamente neutras, como la Chardonnay, son vinos blancos secos fáciles de beber, afrutados y de cuerpo medio; pero también pueden ser sometidos a una crianza en barrica de roble. Estos vinos van a tener las notas que les proporciona su paso por madera, como la vainilla y la canela si la barrica es de roble francés, o de coco, por ejemplo, si la barrica es de roble americano, lo que los hace más complejos y con más cuerpo.
Al otro lado del espectro se encuentran los vinos blancos elaborados con variedades de uvas aromáticas como la Moscatel, la Gewürztraminer o la Sauvignon Blanc. Estos vinos tienen mucha presencia de aromas en la nariz que pueden variar entre florales, cítricos, herbáceos o frutas tropicales.
En general, las variedades destinadas a vinos blancos se cosechan antes que las tintas, con menor grado de madurez y en consecuencia los vinos tienen mayor nivel de acidez. Como estos vinos no tienen taninos que los protejan de la oxidación, suelen ser más frágiles. Se los protege agregándoles una capa de anhídrido sulfuroso en la línea de embotellado. Si bien este antiséptico y antioxidante se agrega tanto a blancos como a tintos, las cantidades son mayores en los vinos blancos, precisamente por esa fragilidad que comentaba. Algunas personas son alérgicas al sulfuroso -los famosos sulfitos- y eso podría explicar el malestar que les causa el vino blanco.
Los rosados, a mitad de camino
Los vinos rosados se elaboran a partir de variedades tintas. Como su nombre indica, tienen distintas tonalidades de color, diferencia que guarda relación con las horas de maceración del jugo con las pieles de la uva que son las que le aportan la materia colorante. Cuanto más tiempo en contacto con las pieles, más profundo será el color del vino rosado. Las uvas se cosechan con un grado de madurez menor que si estuvieran destinadas a un vino tinto.
Por estos motivos, los vinos rosados comparten con los blancos la sensación de frescura que producen en el paladar. Tienen un buen nivel de acidez, y se beben frescos, al igual que los blancos, pero también tienen taninos, aunque en menor cantidad que un vino tinto. Tienen atractivos aromas de frutas rojas, algún cítrico y son ideales para acompañar quesos y fiambres, pastas y arroces.
Así que ya sabe, para gustos hay colores y, haciendo caso al refranero español, "metido en el laberinto, me da igual blanco que tinto"
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