Querido José Luis Mora Ortega

José Luis Mora Castaño

10 de agosto 2013 - 01:00

El arrancar páginas de un almanaque, como hojas caídas de un árbol caduco en periodo otoñal; el deslizar de la arena, grano a grano, por el brillante cristal de un reloj cada vez más en desuso; la arruga horadada en el rostro nostálgico de mi madre y la risa a carcajadas de los niños que empiezan a despertar nuevas inquietudes, no son más que signos evidentes del lento pero continuo, tranquilo y apresurado caminar de los años.

Enamoraba Gardel musitando los sones de aquel tango que así versaba: "Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez".

Veinte años no es nada, pero hace veinte años perdí a mi padre y desde entonces, veinte años lo es todo.

Hoy como entonces vuelvo a adornar con palabras la inmaculada blancura de un folio deseoso de conocer todos mis sentimientos. Hoy como entonces mi lápiz se vuelve cincel que quiere esculpir en el aire suspiros, te quieros, deseos, recuerdos.

¡Ya ves! No soy el adolescente de entonces que en tus últimos días soñaba con estudiar Medicina viendo cómo tus fuerzas se agotaban antes de que se confirmara mi entrada en la Facultad, siguiendo nuevamente tus pasos que, como dorado bordado en el mapa de la vida, tengo a gala intentar seguir en todo momento.

Te aseguro que en cada palabra de aliento que le doy a un paciente, va un mucho de lo que aprendí de ti; en el respeto con el que exploro su enferma desnudez, va implícito el cariño que tenías por tus enfermos, y, cuando la ciencia se torna impotente, siempre nos queda algo que hacer, que en la carrera no se estudia pero que tu me lo enseñaste de primera mano: consolar y acompañar los últimos pasos.

No he conocido, ni creo que conozca jamás, a otro médico como tú, que en una misma persona aúna simbióticamente humanidad y profesionalidad. ¿Sabes? No te imaginas el orgullo que siento cuando aún a día de hoy me paran por la calle tus pacientes y entre lágrimas me comentan que todavía continúan con el tratamiento que tu les habías pautado y que aunque otros doctores lo hayan querido cambiar siguen siendo fieles a San Martín de Porres. El mayor piropo que me pueden decir es que me parezco a ti. Ahora se habla de que se nos ha perdido el respeto, pero ¿sabes qué? Sigo pensando como tú, pienso que el respeto hay que ganárselo y muchas veces es el de la bata blanca el que carece de él. Eso por desgracia no se aprende en los libros, ni se evalúa en unas oposiciones.

¡Qué pronto te fuiste papá! Y ¡cuántas cosas te has perdido! Aunque yo prefiero pensar que las has vivido desde el balcón celestial desde el que nos abrazas desde el primer día. Hoy, como hace 20 años, querido José Luis Mora Ortega ¡Gracias!

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