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El cuarteto de Rota fue en su momento la más revolucionaria agrupación que tuvo el humor en el Carnaval de Cádiz. A los dos años de ser la actuación más esperada en las finales, en 1988, ya surgieron esas típicas voces jartibles y metepatas diciendo que aquello “no era Cádiz, sino Martes y Trece”. En fin, que no eran bienvenidos al Falla y se decidió que no regresaran a una final televisada. Cada uno de los tres miembros tenía su rumbo y les fue bien sin tener que preparar un repertorio en febrero.
El roteño Miguel Sánchez-Romero, cuartetero metido a productor ejecutivo de Zapeando tras muchos años dirigiendo El intermedio, en una entrevista a este periódico fijó con naturalidad y sin censuras cuáles eran sus límites del humor: uno podía reírse de todo menos de los débiles. Y es lo que ha aplicado en sus programas de La Sexta y otros muchos hemos intentado seguir. Todo es digno de cachondeo en esta vida y cuanto más poderoso es alguien, más proclive es para que nos lo tomemos a guasa. Les va en el poder (en el dinero, en el cargo). En Cádiz se reían mucho de lo fea que era la alcaldesa pero estaba mal visto reírse del alcalde porque se había puesto gordo. En este caso el límite escondía en realidad una intención política de acotar y señalar quiénes eran dignos o no de ser diana de cachondeo. Ese sesgo excesivo de burlarse sólo de lo que es derecha ha devaluado los repertorios de chirigotas y cuartetos en los últimos veinte años. La estopa hay que repartirla por igual: a diestro y siniestro. Cuanto más arriba, mejor, aceptando que es saludable que todos los políticos e ideas son merecedores de un martillazo de guasa.
En la calle de Cádiz, donde la libertad es ancha, ha habido un grupo que innecesariamente ha bromeado sobre la tragedia de Valencia y hay que volver a remitir a la opinión de Romero sobre que todo es motivo de risa menos cachondearse del débil, del vulnerable... de los que sufren en ese momento. El humor es un rasgo de inteligencia. Cuando no hay humor, la inteligencia es la primera en desaparecer.
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