La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
CAYO Cilnio Mecenas, noble romano nacido en el año 70 a. de C., fue consejero político de César Augusto, impulsor de las artes y protector de jóvenes talentos de la poesía y de la cultura de su época. Fue tan intensa y desinteresada su dedicación que se ha mantenido el empleo de su nombre como sinónimo de protector o patrocinador altruista de cualquier actividad cultural de las artes o de las letras.
Esa promoción de los mecenas hacia los artistas, literatos o científicos, aunque se presentó desde el principio de los siglos de forma generosa, sin exigir ningún tipo de recompensa, recibía una asignación de carácter personal en forma de satisfacción moral, que solía complacer la vanidad del protector, facilitando las relaciones públicas que mejoraban su reputación y su prestigio social y político. Los artistas, aunque a veces no recibieran por sus obras pagos inmediatos, eran admitidos en el círculo de confianza de sus poderosos patrocinadores, consiguiendo elevar su formación y desarrollar una capacidad de relación de insigne talla social.
Actualmente, los mecenazgos los realizan organizaciones públicas y privadas y solo ocasionalmente los particulares. Pero, a diferencia con la antigüedad, tanto unos como otros necesitan recursos que escasean cada día más, debiéndose recurrir a los llamados esponsor, o patrocinadores, normalmente jurídicos que, con fines publicitarios, sufragan los gastos de ciertas actividades artísticas, deportivas o humanitarias. Como ejemplos, en deportes, el Plan ADO, Asociación de Deportes Olímpicos, se creó en 1988 con la ayuda de empresas comerciales para apoyar la promoción de los deportistas olímpicos de alto rendimiento, que necesitaban una dedicación exclusiva para su preparación. En arquitectura, sin el acuerdo y el mecenazgo de las administraciones públicas y privadas de Bilbao, que creyeron y dieron total libertad a la bendita locura del arquitecto Gehry, premio Príncipe de Asturias 2014, no tendríamos la imponente escultura arquitectónica del Guggenheim que, además, alberga un funcional museo en su interior.
Por eso, no podría existir un mayor mecenas que el propio Estado español que, conocidas las destacadas competencias de muchos de sus ciudadanos, sobre todo de los jóvenes artistas, debería utilizar todos sus medios para estimular su capacidad y conseguir desarrollar sus ingenios. Para ayudar, es urgente la aprobación de la Ley del Mecenazgo que ofrezca deducciones generosas a los empresarios para que puedan devolver a la sociedad una parte de los beneficios que ésta les entregó. En España estamos sobrados de artistas, pero muy escasos de mecenas.
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