Rafael Ordóñez

La cola

Arias breves

En un país donde no cabe un analfabeto más el verbo disentir se confunde con odiar

21 de marzo 2017 - 02:03

Cuando llegas a una edad los días históricos vividos no son pocos. También es verdad que ahora cualquier gilipollez realzada por los medios se convierte en día histórico porque sí. Pero la semana pasada vivimos uno a no dudarlo. El Congreso de los Diputados del Reino de España, en sesión plenaria y por mayoría absoluta, aprobó la prohibición de cortarles el rabo a los perros. Al acabar la sesión todos los presentes se abrazaron y se felicitaron por el logro alcanzado. A esto dedican las horas de exhaustivo trabajo nuestros diputados, a tratar sobre la integridad de las colas de los perros. Vaya por delante que no me seduce nada la idea de cortarle a un perro el rabo. He nacido y he crecido rodeado de perros, por ser familia de cazadores, y sé muy bien lo que es un perro y cómo se le debe tratar. En mi casa siempre se le trató como lo que es: un animal. Con cariño, con dedicación, con cuidados, pero sin la perrolatría hoy existente. Supe que un perro, puede sufrir, naturalmente, pero de ahí a utilizar la palabra angustia como sentimiento de un perro, que aparece en el texto aprobado en el Congreso, media un abismo. Esto es un insulto a los seres humanos. La angustia es un sentimiento exclusivamente humano y no pequeño. Jamás oí semejante sandez en mi casa. Lo tengo que decir: ¿qué siente un ser humano de veinte semanas, con todo su maravilloso sistema nervioso ya formado, cuando en el útero de su madre ve venir unas pinzas para triturarlo y una aspiradora para succionarlo? Ese pequeño ser humano es probable que sienta algo más que angustia, a lo peor la palabra a escoger será pavor, horror o terror. Claro que hablo del aborto.

Por si fuera poco, en esta semana histórica he sido testigo activo de actos en los que se han pisoteado con el tacón los artículos 20 y 21 de la Constitución. Los derechos constitucionales a la libertad de expresión y de reunión están siendo conculcados hoy en España entre la indiferencia de la impresentable clase política, la aquiescencia de la judicatura y el aplauso de la mayor parte de los medios. Otro día les contaré las peripecias que algunos tienen que pasar para poder hablar y reunirse hoy en España. Gente de paz y biennacida, pero que no quema incienso ante los dioses de la cutre modernidad, que no se suma al coro de los grillos que cantan a la luna. Gente que opina de otra manera y a los que se trata de apestados. En un país donde no cabe un analfabeto más el verbo disentir se confunde con odiar. Ni esto ni los cinco millones de parados preocupan a nuestros diputados. La cola de los perros, sí y mucho.

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