Desde la Ría
José María Segovia
La última hoja
Los afanes
E style="text-transform:uppercase">l poeta Ángel González escribió en un poema "Otro tiempo vendrá distinto a éste./ Y alguien dirá: Hablaste mal. Debiste haber contado/ otras historias". Pero resulta que hablamos mal porque o no leemos, o nos limitamos, como en el neolítico, a mandar por los móviles emoticonos surtidos y variados que intentan representar nuestro lenguaje. Fíjense, la ministra de Relaciones Exteriores de Australia, Julie Bishop, ha respondido a la entrevista de un medio de comunicación con emoticonos. Mientras los rotativos indicaban que la ministra está en sintonía con las nuevas tecnologías, otros pensamos que Bishop debe coger entre sus manos El Quijote y no soltarlo hasta que sea capaz de expresarse con propiedad.
Con el paso de los años la búsqueda de la felicidad va cambiando sus criterios. Si para nosotros saltar a la plazoleta de nuestros bloques con un balón entre las manos era lo más grande, para nuestros jóvenes lo más grande es disponer del móvil con más emoticonos. Si la felicidad era antes el reposo, la conversación sin prisas, el diálogo, ahora las prisas lo inundan todo. Vivimos en una sociedad de la desesperación, sin esperanza, pero con convencimiento de que tarde o temprano nacerá una virtud entre los cardos borriqueros.
El japonés Shigetaka Kurita fue el inventor de los emoticonos, o de los emojis, como se conocen vulgarmente. Lo que nació para amenizar los lenguajes virtuales ha pasado a protagonizarlos. Se escribe con emojis y se responde con emojis. Nuestra comprensión lectora se limita a eso, exclusivamente. Y hay personas que han hecho de su vida un emoji constante y permanente, son incapaces de salir de ello. Otro tiempo vendrá distinto a este, decía el poeta, y ni se imaginan las ganas que tenemos algunos de que ocurra. Otros en cambio manifiestan su felicidad en ello. Pero, estos últimos, ¿conocen realmente el significado de la palabra felicidad? Se actúa en la medida que se conoce, y las dimensiones del propio conocimiento se van estrechando en demasía.
Por cambiar ha cambiado hasta el significado del amor. Si antes se precisaba una buena dosis de convencimiento para concedernos algún tipo de esperanza, ahora basta mandar por móvil un emoji de un corazón rojo como la sangre y su comprensión se recibe, pero sin desarrollo. El lenguaje de signos tipográficos, como en las cuevas de Altamira, invade nuestro criterio sin desarrollar la consciencia. Lean con convencimiento para poder tener esperanza.
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