Marco Antonio Molín Ruiz

De la inmersión al naufragio

La tribuna

El reduccionismo de algunas comunidades autónomas españolas depara futuras generaciones que ignoran sus lazos fraternales, sus facultades comunicativas y sus recursos sociales

De la inmersión al naufragio
De la inmersión al naufragio

27 de diciembre 2017 - 02:04

Al abrigo de la democracia las comunidades autónomas han quebrantado el más alto atributo de una civilización: la convivencia. La concesión de derechos y sus consecuentes libertades han acabado oponiéndose radicalmente a los principios y las realidades de la Historia de España. Y uno de los elementos que han ocasionado esta ruptura y desunión es el idioma vernáculo; la lengua regional ha subido como la espuma hasta acaparar, adueñarse y regir a la sociedad. La enseñanza de lenguas no oficiales no sólo restringe la comunicación en organismos, escuelas y establecimientos; sino que también se ha convertido en un arma para arremeter contra España en su más amplia dimensión histórica, social, lingüística y cultural.

Actualmente son muchos los espacios que viven al margen de la oficialidad de España: el imparable adentramiento en la idiosincrasia autonómica no hace sino aislar y enfrentar a los ciudadanos desde una política ruin en su gestación de hostilidad y aversión exacerbadas; con dicha política se aviva el fuego de la enemistad incluso allá donde nunca había existido. La palabra progreso, tan de moda a principios de los noventa, se ha quedado en un vocablo rutinario; entretanto, los principios básicos de relación y estabilidad se han degradado a un vergonzante retroceso en cuanto a lazos fraternales, facultades comunicativas y recursos sociales. Pueblos y ciudades españoles cargan con el lastre de generaciones incapaces de comunicarse, como sucede entre miembros de una extensa familia.

El catetismo en comunidades cuyo territorio ha gozado siempre de raigambre histórica española empequeñece, mengua y hace constreñirse a una mentalidad absurda y pendenciera; muchos ciudadanos arrojan piedras sobre su propio tejado. No son conscientes de su idiosincrasia como españoles, idiosincrasia que rebasa en muchos aspectos las fronteras de su comunidad. La españolidad tiene tal magnitud en el mundo, ha florecido en tantos lugares y ha sido tan fértil en los rincones más apartados que abundan extranjeros quienes ante este separatismo desaforado se llevan las manos a la cabeza. La lengua española es en el siglo XXI centro neurálgico en estamentos oficiales de países no romanizados. Las realidades filológicas y culturales de España desarrolladas fuera de sus límites geográficos demuestran un relieve y un prestigio que aspiran a seguir expandiéndose y perfeccionándose.

Es una depravación que cientos de alumnos en comunidades anuentes al separatismo tengan un nivel de español deficitario. El reduccionismo al que están sometidos niños, chavales y jóvenes crea un panorama de ciudadanos extranjeros metidos en una burbuja de atontamiento e inopia. Un no saber que es producto de un no querer. Si echamos un vistazo al horario escolar de algunas autonomías, la lengua española se trata como un idioma extranjero, cuyas pocas horas la convierten en una especie de asignatura residual. Vergonzosamente, el inglés tiene una mayor representación.

Paradójicamente el separatismo no ha implicado la renuncia a derechos y beneficios que conllevan ser parte de España; pero el desprecio consciente a la misma instila en ciudadanos un rechazo a todas luces irracional. He aquí el ejemplo más triste de repudia y traición. ¿Es acaso concebible que entre miembros de una gran familia padres e hijos, hermanos y primos renieguen entre sí hasta perder la cohesión que les define como familia? Todos sabemos que la necesidad, el acontecimiento y la desgracia les hacen comprender que son muchas las cosas que les mantienen unidos.

Y por si fuera poco, el vuelo autonomista está azotando a otras comunidades españolas, que se suman a este separatismo incendiario que prohíbe el uso del español. Centros educativos, bibliotecas y tiendas eliminan sus rótulos, hasta hace poco en castellano, para ceder a la avalancha de la lengua vernácula. El resultado en muchos casos es de una insultante ridiculez, al subvertirse la tradición de nombres propios inseparables de la Historia de España referidos a personas, instituciones y topónimos. Alumnos y sus padres van de un organismo a otro luchando por que se les respete como españoles. ¡Increíble pero cierto!

Cientos de ciudadanos resisten el infierno de la discriminación, el odio y la amenaza. Se hace urgente apelar a la cordura y hacer solidaridad auténtica. No pueden vulnerarse la paz y la dignidad que un pueblo se merece porque ellos y sus antepasados luchan y lucharon por ellas. ¡Basta ya de inventar diferencias y de regar discordias en este país construido entre todos!

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