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Cádiz/Bernardo Montoya, el asesino confeso de Laura Luelmo, también dejó su huella en Puerto III. Aunque uno de los funcionarios que lo trató durante su estancia en la prisión gaditana, donde cumplió parte de los 17 años de condena que le cayeron por asesinar a una mujer de 80 años, afirma que Montoya no era un preso especialmente conflictivo, quizá por aquello de que la cárcel hace buenos presos pero malos ciudadanos, lo cierto es que sí que protagonizó un suceso que pudo acabar en tragedia.
Ocurrió a finales de 2010 y tuvo como desencadenante la muerte de la madre de Bernardo. "Estaba en el módulo seis de Puerto III, que entonces estaba aún más saturado que ahora. Dos funcionarios para 140 reclusos. La noticia de la muerte de su madre se la tuvo que dar mi compañero y no una psicóloga, que hubiera sido lo ideal. Se lo tomó muy mal. En principio se planteó la posibilidad de que se le concediera un permiso especial para acudir al entierro, pero horas después se denegó y tuvo que ser mi compañero el que se lo comunicó, así que toda esa rabia que tenía la pagó contra él". Según nos dijo ayer este funcionario de prisiones, quien como el agredido prefiere mantenerse en el anonimato, Bernardo Montoya comenzó a autolesionarse dándose cabezazos con las paredes y amenazó con ahorcarse a la vista de todos en el gimnasio. "Luego salió al patio y rompió una escoba, con la punta enfiló hacia mi compañero con intención de clavársela, aunque este dio un salto y le propinó una patada en el pecho que le desequilibró. Esto fue aprovechado por los funcionarios, que estaban atentos desde que vieron la tensión que se respiraba, y otros internos para inmovilizarlo".
Aquella agresión no tuvo consecuencias penales para Montoya. Se le abrió un expediente disciplinario dentro de la propia prisión. En estos casos, y según el artículo 108 B del reglamento, como máximo pueden caerte 14 días de aislamiento en celda”.
Sin embargo, el funcionario cuenta que cuando Bernardo empezó a vislumbrar el final de su condena "se mimetizó. Era camaleónico y no daba muchos problemas. Era respetado en el patio y sabía mantener las distancias con otros presos. Era lo que nosotros, en el argot, llamamos un kie".
En la prisión portuense Bernardo Montoya estaba asignado al departamento de mantenimiento. "Era soldador, y en un momento nos dimos cuenta que nos estaban inundando el módulo de pinchos. Nos dijeron que era Bernardo el que los estaba metiendo a cambio de tabaco, pero era astuto y nunca pudimos pillarlo. Nosotros estábamos convencidos de que era él quien se encargaba de fabricar esos pinchos", cuenta.
El módulo seis es de los más conflictivos de Puerto III. "Hay cuatro psicólogos para 1.500 internos, y es difícil llevar un control del comportamiento de todos. Ellos lo saben y por eso en las prisiones suelen tener un buen comportamiento, pero eso no los convierte en buenos ciudadanos".
Bernardo Montoya fue trasladado a la cárcel de Huelva cuando faltaban cuatro meses para cumplir su condena. Ahora, tras confesar un crimen atroz, volverá a estar entre rejas.
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