La agricultura en Andalucía se muere de sed
El campo andaluz afronta la sequía con los embalses a apenas un tercio de su capacidad para calmar la necesidad de agua de más de un millón de hectáreas de cultivos
La superficie de regadío ha crecido un 9% coincidiendo con la década más árida de los últimos 30 años
Los pantanos de Andalucía están en situación crítica con menos del 30% de su capacidad
Sevilla/Andalucía afronta la peor sequía en 30 años en una situación muy delicada porque se suma a la falta de agua embalsada. La comunidad encadena prácticamente una década con lluvias por debajo de la media histórica, con la notable excepción de 2018, que han dejado los embalses por debajo del 30%, porcentaje que en la cuenca del Guadalquivir baja hasta el 25%. El pantano de Iznájar, el más grande de todo el territorio andaluz, apenas supera el 19%.
Con estos recursos, se tiene que garantizar el suministro a la población -que de momento no está en riesgo- y calmar la sed de la agricultura que desde 2021 sufre recortes en el suministro aunque no deja de crecer.
Las estadísticas del Ministerio de Agricultura recogen un incremento del 9,4% de la superficie de regadío en Andalucía desde 2012 hasta superar las 1,1 millones de hectáreas en 2021, a pesar de que ese año ya hubo que apretarse el cinturón. Por ejemplo, los arroceros sevillanos redujeron la siembra casi a la mitad por la sequía.
Durante esta década se han incorporado más de 100.000 hectáreas al regadío andaluz en un proceso que también ha implicado importantes cambios en los cultivos: se ha reducido de forma notable el cereal y, en menor medida de algodón y plantas forrajeras, mientras que ha crecido mucho el regadío de almendros y ha crecido la extensión dedicada a hortofruticultura, subtropicales, frutos rojos, espárragos y cítricos.
El catedrático de la Universidad de Córdoba Julio Berbel, que forma parte del equipo de expertos que asesora a la Junta en esta sequía, explica que la transformación del regadío comenzó en realidad después de la sequía de 1995, con la progresiva sustitución de las tradicionales commodities agrícolas (cereales, algodón o maíz) por cultivos con mayor valor añadido en el mercado. Ahí han entrado los subtropicales, con 22.500 hectáreas que suponen un aumento del 36% en una década, y los frutos rojos, pero también muchos otros productos hortícolas o el almendro, que ha multiplicado por tres la superficie de regadío hasta superar las 35.000 hectáreas, y por supuesto, el olivo. Actualmente, el olivar representa el 58% del regadío andaluz. El proceso además, ha sido paralelo a la mejora de los sistemas de irrigación. El riego por gravedad, común en los 80, en este momento es anecdótico. Es decir, el uso del agua es muchísimo más eficiente.
Ahora hace falta menos agua por hectárea, pero ese ahorro no se ha utilizado para equilibrar el sistema, sino para ampliar la superficie regable. Berbel subraya que ya en 2005 administraciones, ecologistas y regantes acordaron no sobrepasar las 650.000 hectáreas de riego en la cuenca del Guadalquivir, y sin embargo en la actualidad se rozan las 900.000 y todavía se incorporarán otras 40.000 cuando los 40 hectómetros cúbicos de aguas residuales regeneradas que se han autorizado entren en carga. Un agua, puntualiza, que se sustrae el caudal ecológico del río.
Francisco Ureña, director adjunto de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir matiza, sin embargo, que desde ese año ni se pueden ni se han autorizado nuevos regadíos en la cuenca, salvo aquellas tierras que ya figuraban en el plan hidrológico y que estaban todavía por desarrollar.
Julio Berbel concluye que Guadalquivir no tiene margen ni para más regadío ni para ampliar la capacidad de embalse, a pesar de que el plan hidrológico recién aprobado contempla recrecer la presa del Agrio (Sevilla) y retoma los proyectos de Cerrada de la Puerta (Jaén) y San Calixto (Córdoba). Recuerda que la capacidad de almacenamiento actual alcanza los 8.000 hectómetros cúbicos, pero que los recursos medios solo llegan a 5.000 y ahora, en plena sequía, el conjunto de presas de la cuenca del Guadalquivir solo contienen 2.000 hectómetros. En resumen, una cosa es construir presas y otra, llenarlas.
Gestionar estos magros recursos después de un invierno muy seco y un arranque de primavera extremadamente cálido obliga a hacer un delicado juego de malabares. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ya ha informado a los agricultores que si no llueve de forma copiosa, esta campaña solo se liberarán 375 hectómetros cúbicos para la agricultura, frente a los 1.200 de un año normal. O sea, apenas un tercio. Como mucho, se autorizarán 700 metros cúbicos por hectárea para los cultivos más necesitados de agua. Estos caudales difícilmente pueden ir más allá del intento de salvar los árboles. Los regantes tienen un plazo para comunicar a la Confederación sus necesidades y se comenzará a suministrar agua -generalmente de mayo a septiembre- “de la forma más eficiente y más idónea posible”, afirma Francisco Ureña.
La fotografía, salvando los tamaños, es muy similar en la cuenca mediterránea Andaluza gracias al empuje de los subtropicales. Por ejemplo, en Málaga la superficie regable ha crecido un 22% gracias a los subtropicales que se abastecen del agua del pantano de la Viñuela, ahora al 10% de su capacidad, y de captaciones y pozos, muchos de ellos agostados por la sequía. En Granada el terreno de regadío ha crecido un 26% en estos años, pero la Costa Tropical sufre la salinidad de los pozos y reclama conducciones desde la presa de Rules, construida desde 2004 pero sin tuberías que lleven el agua a los campos.
En Huelva, el espacio destinado a frutos rojos (las estadísticas del Ministerio las incluyen en invernaderos porque se cultivan en el suelo pero bajo plástico) se ha disparado un 140% hasta superar las 14.000 hectáreas en una década. Y a este mismo ritmo ha crecido también la tensión por el agua. Desde 2018 la Confederación Hidrográfica ha sellado unos 300 pozos ilegales y hay decenas más en proceso en el entorno del Espacio Natural de Doñana, que sufre las devastadoras consecuencias de la falta de agua. De hecho, Bruselas amenaza con multar a España si se aumenta el regadío en la zona.
Joan Corominas, vicepresidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, afirma que en Doñana la única novedad es que “hay mucha gente que tiene la lupa puesta ahí, pero ocurre lo mismo en todos los acuíferos andaluces”, porque la clave de bóveda es un déficit estructural especialmente grave en la cuenca del Guadalquivir. “Llevamos 30 años de retraso”, lamenta, “de engañifa en engañifa”. “A finales de los 90 parecía que la panacea era modernizar el regadío. Había mucho riego por gravedad y las pérdidas eran importantes. Se hizo un gran esfuerzo y se mejoró, sí, pero se amplió la superficie. Ahora el mantra son las aguas residuales, que pueden ser útiles en el litoral, pero no en la cuenca del Guadalquivir. Es otra engañifa”, concluye.
Corominas alude a la irresponsabilidad de los agricultores, a una administración “timorata”, incapaz de poner orden y ajustar la demanda a los recursos, y a un plan hidrológico “con muchas artimañas”. Sostiene que el Guadalquivir arrastra un déficit estructural de 360 hectómetros al año. “En 2010 los pantanos se llenaron al 90% y desde entonces cada año han bajado un 6%. Hasta hoy”.
El catedrático cordobés Julio Berbel comparte que el Guadalquivir no da ya para más, pero todavía ve “un cierto margen” en la cuenca mediterránea por la combinación de aguas residuales regeneradas y agua desalada. Recuerda también que hay presas en proyecto que no acaban de arrancar, como la de Alcolea, en la cuenca del Odiel que el Gobierno ha retrasado hasta 2028 por la elevada presencia de metales pesados procedentes de los vertidos de las minas y de las balsas de residuos tóxicos. También ha estado en stand by la de Gibralmedina, en el Guadiaro, que podrá garantizar el suministro a la Costa del Sol y cuyo proyecto ha retomado ahora la Junta.
Feragua, la asociación que agrupa a las comunidades de regantes en Andalucía, acepta que el margen de crecimiento es limitado, pero discute que el mapa sea insostenible y, sobre todo, pone el acento en el impacto: el regadío sustenta el empuje de las exportaciones andaluzas con ventas en 2022 de 14.000 millones, con el aceite de oliva, el pimiento y el tomate a la cabeza.
El secretario de Feragua, Pedro Parias, no oculta el drama de una sequía que ha obligado a dejar de cultivar tomate, patatas y cebollas, además de cereal de invierno y girasol en Jaén, Córdoba y Sevilla. “Se han arrancado naranjos en Sevilla. Es una catástrofe”. Asegura que los árboles que no tengan agua embalsada o pozos “lo van a pasar muy mal, mientras los caudales ecológicos se están viniendo abajo. Desde este 28 de febrero la salida de agua para abastecimiento y para mantener el caudal ecológico supera a los aportes en la cuenca del Guadalquivir”.
Lamenta que construir pantanos se vea como una reliquia de la dictadura. “Parece que a los políticos les avergüence, cuando en el franquismo lo que se hizo fue ejecutar el plan de obras hidráulicas que diseñó para la República Lorenzo Pardo. Alfonso XIII, Primo de Rivera, el Gobierno de la República y Franco construyeron embalses. Pero también Felipe González hizo 14 después de la sequía del 95”. Defiende el valor de los pantanos “para atesorar los recursos de los años húmedos” y urge que se aceleren los proyectos atascados. También reclama más manga ancha para que los agricultores construyan balsas con las que irrigar sus campos. Cree que pueden ser una solución clave en el Guadalquivir.
En la cuenca mediterránea opina que habrá que insistir con las aguas residuales regeneradas y las desaladoras, además de construir de una vez las conducciones de la presa de Rules en Granada y, en cualquier caso, subraya el valor de los trasvases para garantizar diferentes sistemas regulados.
30 años después de la última gran sequía, el campo andaluz está otra vez al borde del precipicio. Esta vez con una agricultura mucho más competitiva y de mayor valor añadido pero dependiente de unos recursos que se quedan muy cortos y sin una hoja de ruta clara y consensuada. Solo queda, de momento, cruzar los dedos y mirar al cielo.
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