La épica adormecida del 28-F
Día de Andalucía
Hubo un tiempo en que Andalucía sí se rebeló contra su retraso, reivindicó su identidad y una generación de jóvenes políticos de distintos colores lograron juntos lo imposible
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El 18 de febrero de 2007 los andaluces votaron la reforma del estatuto de Andalucía. Se aprobó sin muchos problemas. El único problema, en realidad, fue que la reforma sólo fue votada por dos de los seis millones de electores que habían sido convocados. Cuatro millones, un 63,7% del censo para ser exactos, ni se pasaron por las urnas. Les daba igual.
Ese 63% es la misma cifra que veintisiete años antes, también en febrero, el día 28 que desde entonces es el Día –con mayúsculas– de Andalucía, había acudido a darle el sí a que la región gozara de la misma autonomía que iban a tener Cataluña o el País Vasco. Pero había una gran diferencia entre la consulta de 1980 y 2007. En 2007 prácticamente no existía el analfabetismo en Andalucía. En 1980 un 15% de los andaluces no sabía leer ni escribir y la pregunta que el gobierno de UCD construyó para la consulta era de nota: “¿Da usted su acuerdo a la ratificación de la iniciativa prevista en el artículo 151 de la Constitución a efectos de su tramitación por el procedimiento previsto en dicho artículo?” UCD hizo todo lo posible -su lema: “Este no es tu referéndum”- para que los andaluces dijeran que no (bueno, que se abstuvieran). Pero no, los andaluces dijeron sí, sea lo que sea que nos están preguntando. Queremos ser iguales que los demás.
El sentimiento
Se puede admitir que 45 años después el sentimiento identitario andaluz está adormecido y que una región dividida en dos, su oriente y su occidente, se considera en el universo político madrileño como un vivero de votos para las dos grandes maquinarias del bipartidismo y no como una entidad de vida propia. Pero esto no siempre fue así. El autonomismo andaluz tuvo su épica.
Los reductos del nacionalismo andaluz más romántico, defensores de que el verdadero Día de Andalucía debe de ser el 4 de diciembre y no el 28 de febrero, se remontan a aquella jornada de 1977 en la que dos millones de andaluces –las cifras quizá estén un poco infladas en el legendario relato, pero fueron muchos– se echaron a las calles de todas la capitales de la región (incluida Barcelona) pidiendo, como dice el himno que se saben todos los escolares, “tierra y libertad”, un grito de Blas Infante de 1932 con la melodía del Santo Dios de las Escuelas Pías. Aquella fecha incluso entregó un mártir, el joven trabajador malagueño de la cervecera Victoria García Caparrós, atravesado por un disparo de la Policía Armada. Y en 1998 la comparsa de Martínez Ares Los Piratas la elevó a cantar de gesta con su copla “Era 4 de diciembre”: “Cayeron nuestras cadenas y bailaron las estrellas, suspiraron los abuelos, no había ya en el mundo entero batallón que nos pudiera (…) Blas Infante por los muros, no al 143, sí al 151”.
Concretar todo ese entusiasmo callejero llevó varios pasos que recorrieron la geografía andaluza: constituir una junta preautonómica en Cádiz, firmar un pacto en Antequera para conseguir la autonomía lo antes posible, decidir en Granada que se seguiría por el camino del artículo 151 de la Constitución, pedir al pueblo que dijera si le parecía bien (28 de febrero de 1980, que es en lo que estamos) y enviar a siete juristas, casi todos treintañeros, a las habitaciones 308 y 309 del parador de Carmona para que redactaran un estatuto de autonomía. Los siete se encerraron con un montón de textos jurídicos sobre cómo funcionaban los landers alemanes y ellos solos se lo guisaron y se lo comieron. Lo entregaron a finales de diciembre de 1980. Otro 28 de febrero, el de 1981, sólo cinco días después del fallido golpe de Estado que conocemos como el de Tejero, aunque todavía hoy no sabemos quién lo dio, la asamblea de parlamentarios andaluces aprobó en Córdoba el Estatuto de Carmona. El 20 de octubre los andaluces dieron el sí y el 17 de diciembre lo dio el Congreso de los Diputados. Con el susto aún en el cuerpo, Andalucía se hacía dueña de su destino, si nos ponemos solemnes.
Carlos Rosado, uno de los siete de Carmona, en representación de UCD, el partido que había hecho todo lo posible por apartar a Andalucía del 151, recordaba aquellas jornadas en las dos habitaciones del parador como “una reunión de siete amigos, que decirlo en política no es tan fácil” y todo lo que siguió, con el ruido de sables y el plomo terrorista en el centro de la actividad política del momento, como “una prueba de coraje de la clase política andaluza”. Rosado, que por entonces no había cumplido los 30 años, fue arrinconado por UCD por defender una autonomía andaluza con todos los avíos. “Nunca me sentí de la UCD. Siempre estuve físicamente en un sillón que no me correspondía”, confesaría años después.
Una Andalucía unida
Por su parte, Javier Pérez Royo, hoy catedrático de Derecho Constitucional y entonces representante en Carmona de los comunistas, siempre se ha mostrado convencido de que el referéndum del 28F unificó lo que hasta entonces habían sido dos andalucías. En una entrevista en Diario de Sevilla con motivo del 40 aniversario del referéndum ofreció la explicación más exacta de lo que había supuesto aquel día no sólo para Andalucía, sino para todo el andamiaje del Estado: “Aquello salió como un Dos de Mayo. Fue un estallido. El pronóstico lógico era que el referéndum se perdiera, puesto que la UCD había obtenido el 33% en las elecciones generales. Le sumas a ese porcentaje el de la abstención y no se llegaba al 50% de sí en ninguna provincia. Yo, sin embargo, creía que se ganaba en todas porque en la campaña había vivido cosas inimaginables. Fui a Moguer a un mitin y allí no había nadie, era un lunes, la gente estaba en los bares de la plaza viendo la tele, Estudio Estadio, y cuando se terminó, me subí en una furgoneta y empecé a hablar con el megáfono. Llené la plaza, bajaban las mujeres, allí hubo más de 300 personas un lunes de febrero a las 10 de la noche, eso no lo paraba nadie. El triunfo del 28 de Febrero es tan brutal que obliga a hacer una recomposición que también resuelve lo de Galicia”.
Y no sólo en Motril. La noche del 27 de febrero Rafael Escuredo, el mismo al que el PSOE denostó y ahora quiere nombrar padre de la autonomía andaluza, realizó el último mitin de la campaña por el sí en Almería en compañía del poeta Rafael Alberti, que leyó sus Coplas de Juan Panadero: “Canto ahora a los caídos, a los que estando en la tierra ya están naciendo en el trigo”. Congregó a 15.000 personas y Escuredo denunció que “se nos ha atropellado y discriminado. El pueblo andaluz no va a estar ya más de rodillas porque levantar a Andalucía es levantar a España”. A las palabras siguió un fiestón con Alameda, Pata Negra, Carlos Cano, María Jiménez y Camarón, todos entregados a la causa. Los fuegos de artificio en los que se podía leer ‘Vota sí a la autonomía’ hicieron el resto.
Se nos ha atropellado y discriminado. El pueblo andaluz no va a estar ya más de rodillas"
José Rodríguez de la Borbolla, otro de los siete de Carmona y posteriormente presidente socialista de la Junta de Andalucía, siempre ha considerado lo sucedido en aquellos años como un hecho irrepetible que arranca aquel 4 de diciembre: “El impulso fue el 4 de diciembre del 77, allí los andaluces expusimos nuestra vocación de españoles iguales a todos pero luego hubo un presidente, Plácido Fernández Viaga, que en un año y siete días que duró su mandato arrancó la ponencia del Estatuto y puso de acuerdo a once partidos políticos para ir por la autonomía más plena posible. Eso no se ha vuelto a repetir”.
Fernández Viagas
Plácido Fernández Viagas, de profesión juez, de afición director teatral y primer presidente de la preautonomía, apenas pudo disfrutar de su obra, ya que se lo llevó un cáncer de pulmón con 58 años en 1982. Encarnó ese afán de diálogo y altura política y moral que ahora tanto se anhela en la cosa pública. Su determinación por conseguir el objetivo de la autonomía plena que desembocaría en el famoso ‘café para todos’ se expresa en el final de su discurso en la Diputación de Cádiz tras la constitución de la junta preautonómica: “Si hay que quemarse, eso es lo mínimo que hay que ofrecer”.
Lola Villar, biógrafa de Fernández Viagas, ha considerado que sin él es muy posible que “todo habría sido distinto. La voluntad de una persona interfiere en los hechos históricos. Quizás no se hubiera firmado el Pacto de Antequera y no habría existido tanta fuerza para conseguir que Andalucía entrase en la carrera autonómica por la vía del artículo 151. Él propuso el pacto. Se reunió con partidos políticos de todo el abanico ideológico. La situación era muy grave y había consciencia de esa gravedad y de la diferencia con otras regiones españolas. Y el pueblo andaluz, por primera vez en la historia, había salido a la calle en 1977. Los partidos se dieron cuenta de que la gente estaba harta y de que era necesario un cambio. Él defendía la autonomía como instrumento para conseguir justicia, no por una identidad especial”.
En su autobiografía, Rafael Román, por entonces senador por Cádiz y primer consejero de Cultura de la Junta, pone otros nombres sobre la mesa: “La entereza y decisión de Rafael Escuredo condicionó el resultado final de la autonomía andaluza. Rindió un servicio impagable a nuestro pueblo, llevó al PSOE a la posiciones de defensa de los intereses del pueblo andaluz y en esa carrera Manuel Clavero y Pedro Valdecantos, ambos de UCD, antepusieron sus convicciones a los sillones. Dimitieron respectivamente de ministro y consejero para dejar claro que había en el centroderecha andaluces que eran dignos de su pueblo”.
No hay nada que celebrar, como no sea que los protagonistas de entonces nos queramos poner la medalla"
Sin embargo, hay voces que desmitifican todo aquello, como el histórico líder andalucista Alejandro Rojas Marcos: “No hay nada que celebrar, como no sea que los protagonistas de entonces nos queramos poner la medalla. Andalucía no es más poderosa que hace 40 años y no existe conciencia andalucista. No nos ha salido bien la cosa”.
Y es cierto. Habría tiempo para los desencantos, para las luchas intestinas de partidos, para los escándalos, para los clientelismos, para fracasos de utopías fuera de tiempo como la reforma agraria, para la desafección, para la amargura de una Andalucía que avanzaba pero que siempre estaba en el vagón de cola. Incluso aquella Andalucía tan reivindicativa, casi revolucionaria, ahora se ha vuelto conservadora y vota mayoritariamente a la derecha. Pero sí, hubo un instante en que Andalucía se levantó. Vaya si se levantó.
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