Guadalupe Clavero Ternero | Hija mayor de Manuel Clavero Arévalo, catedrático de Derecho Administrativo y ministro del Gobierno de España

Seducción, desaparición y búsqueda de Blas Infante

Tribuna de opinión

Cabe garantizar que prácticamente nadie podría asegurar cómo transcurrieron las horas finales de Infante desde que fuese llamado por su nombre en la reclusión del Cine Jáuregui

Acto homenaje a Blas Infante.
Acto homenaje a Blas Infante. / José Manuel Vidal / Efe

07 de agosto 2024 - 06:57

Lo primero que llama la atención sobre la figura del notario Blas Infante Pérez (de Vargas) es el poderoso desconocimiento que de ella existe en general. Lo segundo es un poder de seducción –a su favor o en su contra– que permanece intacto o inclusive crece cada día más después de casi 90 años de su desaparición del mundo de los vivos. Lo tercero, y consecuencia de los dos puntos anteriores, es el maremágnum de especulaciones sobre esa misma desaparición –tras presunta muerte por fusilamiento en la madrugada del 11 de agosto de 1936–, posiblemente a la altura del Km. 4 de la antigua carretera de Sevilla a Carmona, cerca de donde en cenitales días de agosto (las cabañuelas de agosto) se practican las conmemoraciones de este suceso.

La confusión sobre la unión de estos tres puntos resulta realmente extraordinaria. Pero en realidad, se debe a una sola razón. Cabe garantizar a estas alturas que prácticamente nadie, a este lado del Edén, podría asegurar cómo transcurrieron las horas finales de Infante desde que fuese llamado por su nombre en la reclusión del Cine Jáuregui –según relató el médico socialista José Leal Calderi, fallecido en 1976–, para formar parte de lo que se llamaba una saca, muy poco antes de la medianoche del 10 de agosto de 1936. 

Cuando Blas Infante recogió su colchón (donde se acostaba como podía en la vecindad de Leal Calderi), la ropa y enseres personales, alianza de boda, reloj, pluma estilográfica o gafas, que le serían devueltos a su familia, pasó a integrarse en esa llamada saca junto a otros cuatro hombres bien conocidos: Emilio Barbero, exteniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla, los activos socialistas Manuel Barrios Jiménez y Fermín de Zayas... y el médico extremeño José González y Fernández de la Bandera, exgobernador civil de Cádiz, exalcalde de Sevilla y diputado en la Cortes republicanas del 36. El 30 de julio, tras el golpe del General Queipo de Llano, Fernández de la Bandera se había presentado voluntariamente a las nuevas (facciosas) autoridades, que le detuvieron de inmediato.

Se han esfumado prácticamente todos los que mantuvieron algún contacto directo con Infante en sus últimos días y horas, como el propio Leal Calderi, o Almohadilla, veterano picador de Coria del Río. Almohadilla también pisó el Cine Jáuregui, del que escapó ileso como por milagro. Alegría de las Mercedes Infante García, única hija de Blas Infante que aún vive, apenas tenía diez meses cuando se produjo la detención y desaparición de su padre, entre 2 y 10 de agosto de 1936.

Por más que desde ciertas trincheras –mediáticas, inclusive y todas, con sesgo propio– se inste hasta a sus mismos descendientes a asumir el reto de la búsqueda y recuperación de los restos de Infante, la realidad es tozuda. Nadie sabe con certeza dónde tocaría ubicar y buscar esos restos... que ciertos reconocidos testimonios orales de la época sugieren podrían corresponder a un presunto abogado de Coria (sic) cuyo cadáver, aún vestido y tiroteado, se encontraba rodeado de curiosos y transeúntes en la mañana y mediodía del 11 de agosto de 1936 en la cuneta de esa vieja carretera de Carmona. Esta carretera, simplemente... tampoco existe ya con aquel trazado de 1936.

Con la práctica desaparición de los testimonios orales, el misterio se acrecienta sobre los integrantes de aquella saca del Cine Jáuregui, directa hacia las tinieblas de la madrugada del 11 de agosto de 1936. Mateo, hermano de José González Fernández de la Bandera, siempre se mostró seguro al límite de que su hermano no había sido fusilado y había podido escapar. Del mismo modo, sobre el paradero de Infante se producen versiones rocambolescas, novelescas, basadas en testimonios y aseveraciones espectrales o de cuarta mano. Al final se señala a la fosa de Pico Reja, del mismo modo que se podría señalar, pongamos, al Barranco del Lobo.

Poquísimos conocen que la letra original de Silencio por un Torero, célebre copla de Juanita Reina dedicada a José Gómez Ortega, Gallito y su trágica muerte (1920) en Talavera de la Reina no iba dedicada al llamado Príncipe de los Toreros, sino al rejoneador Salvador Guardiola Domínguez, muerto en el Coliseo Balear de Palma de Mallorca el 21 de agosto de 1960, tras mortal caída desde su caballo Calé, corneado por el toro Farruco, de Muñoz Aguilar. Relato de un privilegiado testigo de aquel suceso de Palma, el 21.8.1960: "El caballo dio un zamarreón violento, como un latigazo. Guardiola se desequilibró, y aún pendiente de un estribo, se golpeó con el cráneo en la arena, mientras Farruco saltaba sobre él y le pateaba. Salvador murió en la enfermería. Yo tuve que matar al toro. Fue el último toro que maté en mi vida. De vuelta a Sevilla, la familia Guardiola ordenó que nadie montara más a Calé, que quedó suelto en el campo". 

Aquel testigo, el hombre que mató a Farruco, se llamó nada menos que Salvador Távora Triano: en 1960, Távora, amigo y compañero de andanzas del hoy fallecido Luis Blas Infante García, hijo de Blas Infante, era novillero y sobresaliente de Salvador Guardiola. Después sería excelentísimo director teatral de La Cuadra, de Quejío y de Carmen. En efecto y en shock, Távora no volvió a torear y perfiló la primera letra de la copla Silencio por un Torero... dedicada a Salvador Guardiola... cuya familia impidió que se comercializara la canción con esta letra de Távora a fin de que el nombre del fallecido caballero en plaza no anduviese en boca de cupletista alguna. Con la base de las líneas iniciales de Távora, el marqués Rafael de León arregló y configuró en fin la copla de la llamada Reina y Señora de la copla para el llamado Príncipe de los Toreros.

Toda esta última, fascinante historia puede conocerse porque el mismo Távora la relató poco antes de su despedida de este mundo, en febrero de 2019. Sin el testimonio de Távora sería imposible. Si existe una intención real de buscar y/o hallar los restos (?) de Blas Infante y de sus compañeros de saca (¿Fernández de la Bandera...?), las autoridades quizá podrían aplicar técnica de georradar sobre ciertas zonas en torno al Km. 4 del trazado de la antigua carretera de Carmona –donde hoy existen incluso viviendas, edificios, etc,–... y ver qué pasa. ¿Tocaría, quizá, esperar a una denuncia en un Juzgado? ¿Quién podría beneficiarse de la eventual localización de los restos de Blas Infante, cuando sus mismas hijas Luisa Ginesa y María de los Ángeles declararon repetidas veces... ‘a los muertos hay que dejarlos descansar’? Mientras no haya respuestas a todas estas preguntas, continuarán vivos el poder de seducción de Blas Infante y de aquella fascinante, maldita saca del Cine Jáuregui, en la primera madrugada de aquel 11 de agosto de 1936. 

Al margen de shahadas/conversiones (¿podría ser musulmán un hombre que escrutaba casi a diario a San Agustín y los Pitagóricos?), islamismos, patrañas, chilabas o el zorrito Dimas... aún perduran la seducción infantiana y el halo maléfico de la saca que sellaron Gonzalo Queipo de Llano y su gobernador civil, Pedro Parias; éste, tío de Angustias García Parias, esposa y viuda de Infante. Pero los testigos del horror están todos muertos. En realidad, la única certeza es la confusión del horror.

stats