La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
HE sentido a Moguer triste, llorando, rezando. La plaza de las Monjas había perdido su encanto, Santa Clara no tenía sonrisa de estío, desde la orilla del Tinto la hasta lejanía de Fuentepiña, un silencio me hablaba de un profundo pesar. Y recordando los versos de Juan Ramón, el corazón se me apretó en un sentimiento de dolor. Algo le faltaba a Moguer. A la flor de la poesía se le había caído una hoja para siempre. Cuando un poeta se nos va, la más dulce canción de la vida se oscurece, pasa página en la alegría de los cantares. Moguer llora. Se fue un poeta de lujo. Se fue para siempre José Antonio Díaz Roca.
Conocía a José Antonio desde hace muchos, muchos años. Teníamos la misma edad. Recuerdo que cuando en mi juventud visitaba Moguer, donde nacieron varios parientes míos, ya apuntaba José Antonio su amor a la poesía. No es de extrañar. Años después, con Curro Garfia, Juan Goroistidi, Paco Serrano y tantos amigos moguereños hablábamos de poesía, nos llenábamos de su espíritu juanramoniano con sus mensajes desde Puerto Rico, aprendíamos en suma a gozar la maravilla con el tiempo dentro de un pueblo único.
Cada Navidad, me llegaba la felicitación en versos de José Antonio, llena de candor, de espiritualidad, de belleza poética. Un sacerdote poeta. Lo más bello del espíritu, unido a lo más bello de las palabras hechas música en armoniosas rimas.
José Antonio, enamorado de su Virgen de Montemayor, fue pieza clave durante muchas décadas en la romería. Por Ella y por su sentido vocacional nos enseñó la grandeza poética de su alma hecha oraciones. Y se entrañó en las cosas de Huelva, en la Virgen de la Cinta, a la que tantas veces cantó en sus predicaciones. Y vivió la pasión cofradiera de la Semana Mayor, siendo pregonero de la nuestra, y siempre supo expresar su agradecimiento en verso, siendo motor muchos años de la celebración del Voto en Santa Clara. La Colombina le hizo socio de honor. ¡Cómo sabía combinar la grandeza de las Vírgenes Descubridoras en el patio mudéjar de la Rábida, o en compás de Santa Clara, o ante la majestuosidad de eternidad ante la tumba de los portocarreros, ante el altar mayor del monasterio moguereño.
Hoy Moguer esta triste porque ha volado de la tierra un hijo querido. Hoy Montemayor sonríe, porque el poeta le canta a Ella, en los cielos.
José Antonio, dejaste la luz de tu alma en tu apostolado ejemplar. Dejaste la música poética de Moguer en tus versos. Dejaste un recuerdo para siempre en tus amigos que hoy no te olvidan.
Recibí la noticia de tu paso a la eternidad, al pie de la Virgen de la Cinta, en su Santuario del Conquero, cuando iba a pronunciar mi exaltación a la Patrona de Huelva. Mi corazón se apretó más en sentimientos de amistad dolorida. Y tú, desde lo alto, me inspiraste en versos marianos que fueron mis primeras flores y oraciones en tu nueva vida de poesía eterna.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Por montera
Mariló Montero
La duda razonable
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
El laboratorio extremeño
En tránsito
Eduardo Jordá
Extremadura