Pablo Maurette: “La ciencia hace lo que puede, pero nos sigue moviendo el pensamiento mágico”
Literatura
El autor argentino se adentra en la novela negra con 'La Niña de Oro' (Anagrama), una intriga erudita e imprevisible que reflexiona sobre el peso que el azar tiene en nuestras vidas
El bonaerense Pablo Maurette se crio "leyendo los libros de Anagrama, novelas y traducciones en un idioma muy español que tenía muchos términos que desconocía, como gilipollas y otras palabras que me encantó aprender". Ahora, el autor se pregunta cómo será "para un español leer un libro muy argentino" por un motivo: este miércoles llega a las librerías La Niña de Oro, publicada por la editorial cuyos volúmenes devoraba en la adolescencia y en la que este ensayista y narrador que vive entre Florencia y Florida se adentra en los terrenos de la novela negra. Su compatriota Alan Pauls lo define como un "renacentista depravado", "quizás porque escribí una tesis sobre el Renacimiento –justifica Maurette–, aunque creo que Pauls se refiere a una idea mía que él también comparte: que la cultura, más que algo dividido en ramas y disciplinas, medicina, arte, literatura, Historia, es una sola cosa, el saber humano". La Niña de Oro, una intriga que habla de experimentos genéticos y de anomalías de la naturaleza, es el ejemplo de que un relato criminal puede servirse con una erudición deliciosa.
–El libro arranca con una secretaria de la Fiscalía que en unas horas se tomará vacaciones, pero el lector ya sospecha que un caso se lo impedirá. La Niña de Oro juega con ciertos clichés de la novela negra, pero es una narración también muy libre, como si usted se hubiese marcado subvertir las reglas del género.
–Nunca fui un gran lector de policiales. De chico sí tuve una época en la que me leí todo Sherlock Holmes fascinado, pero nunca más mostré interés en este tipo de narraciones. Y hará unos 10 o 12 años se me ocurrió una idea para un policial, pero pensé que nunca escribiría ese libro, por eso de no ser conocedor del género, por respeto, porque sabía que es muy difícil hacer una buena novela. Pero en la pandemia le pedí a mi madre y a algunos amigos, grandes lectores de policiales todos, que me pasaran recomendaciones, que me dijeran cuáles eran sus libros preferidos. He metido muchas referencias veladas a esas obras. Me la pasé genial con ellas, y descubrí que, desde sus comienzos, el policial es un género totalmente autoconsciente: en Poe, en Los crímenes de la calle Morgue, ya se dice que lee novelas policiales, en lo que se cree el comienzo del género ya se está refiriendo al género. Me parecía que si hacía un policial tenía que conectarlo con esa tradición. Ese fue el experimento.
–Sus investigadores no tienen esa actitud indiferente de otras novelas: contemplan con asco y pudor los cuerpos de los crímenes.
–Sí, eso fue algo buscado, porque hay ciertos detalles del género policial que me molestan. Uno es el clásico detective, ese protagonista torturado, adicto, con un pasado terrible, etcétera. Eso quería evitarlo. Y otra historia que no me gusta es que los personajes se muestren acostumbrados al horror. Yo me imaginaba algo distinto, no sé si será más realista o no, pero aquí no se habitúan al homicidio, que es algo tan atroz y tan antinatural.
–Un inspector dice en su libro que el asesinato premeditado es más propio de las películas que de la realidad. Que "estadísticamente es muy raro; por eso tiene tanta prensa".
–En un momento de la novela hay una discusión entre la secretaria de la fiscalía y el policía, sí. A ella lo que le importa es el móvil, saber por qué sucedió el homicidio. Y el policía le dice que eso no importa, que eso sucede porque alguien puede matar al otro y lo mata, que es algo completamente irracional, arbitrario. Muy pocos planean hacerlo. La gente menos pensada, de pronto, comete un acto violento, como una intrusión de una dimensión misteriosa y malvada en la cotidianidad.
–Doliner, la primera víctima, define el mundo como "una tormenta de átomos que se congregan y se disgregan de acuerdo con la ley del más reverendo azar".
–Ese tema me interesa mucho, cuánto de lo que hacemos tiene que ver con la mera suerte. Depende de cómo lo mires esa idea puede resultarte terrible o puedes contemplarla con alivio. Hay muchas cosas que no están en nuestras manos. Eso te hace enfrentarte a la vida con resignación, no en el mal sentido, de darse por vencido, sino entendiendo que hay miles de fuerzas poderosas que afectan a tu vida. Pero a la vez es un llamado de atención, porque hay que estar vigilante, como en el juego al que se entregan padre e hija en este libro. La suerte es eso: uno tiene que estar atento para ver cuando está de su lado la fortuna.
–El libro explora las supersticiones y leyendas que rodean a los albinos.
–En La Niña de Oro, Copito es como la ballena blanca, el personaje que no aparece pero todo gira en torno a él. Aunque el albinismo siempre me llamó la atención, en general la cuestión de la deformidad, de la diferencia. En nuestro mundo se ha vuelto un tabú expresar curiosidad por aquello que es radicalmente excepcional, como un albino o una enana, otro de los personajes del libro, y es normal, hoy protegemos a los que son diferentes para evitar la crueldad o la discriminación, pero hay algo natural también en sentir curiosidad al observar algo anómalo, que no vemos todos los días.
–Silvia Rey, la protagonista, cree que "el pensamiento mágico es el modo natural del espíritu humano". ¿Llegó usted a la misma conclusión en su ensayo Por qué nos creemos los cuentos?
–Sí. A Silvia se le ocurre esa idea de que lo que llamamos el pensamiento racional es un artificio. Los humanos creemos que las cosas que ocurren tienen un sentido y nos hablan a nosotros, como ha defendido en realidad la religión desde hace mucho. La ciencia moderna hace lo que puede para contrarrestar estas creencias, ese instinto. En este mundo tan avanzado sigue predominando el pensamiento mágico.
–Los personajes se quejan a menudo del país en que viven. A los argentinos les duele Argentina como a los españoles España...
–Argentina es un país con muchos problemas, obviamente, pero la novela es un poco exagerada cuando se asegura que muchos crímenes quedan impunes. Los homicidios, en Argentina, tienen bastante buena tasa de resolución. Dicho esto, el asunto de la justicia es complicado, pero me temo que eso ocurre en Argentina y en muchos otros sitios: que quien sea la víctima o de donde provenga el asesino acaban afectando a la sentencia. No quería escribir una novela de crítica social, pero el contexto no se puede obviar, y es un país con una corrupción enquistada. Tampoco quería irme a los grandes responsables políticos, sino quedarme en estos estratos con cierto poder como la Policía o los funcionarios, y mostrar que la corrupción llega a todos lados.
–Igual algunos lectores le piden explicaciones por esta afirmación que se hace en el libro: "Calamaro canta mal, pero bien, como la gente que es fea pero sexy".
–[ríe]. De adolescente era muy fan, lo vi en directo una sola vez y disfruté mucho. Es el único artista en Argentina que puede tocar dos horas de concierto y todo son hits, éxitos que cantan con él personas de varias generaciones. Es un fenómeno. Pero, como Bob Dylan, su referente, tiene una voz que es extraña, no es la típica voz perfecta de la radio.
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