Con las cosas raras, los pies en la tierra

Análisis

El interés demostrado por Donald Trump respecto a las tierras raras de Ucrania no se apoya en proyectos de extración de mineral, apenas lo hace en indicios de yacimientos

Donald Trump y Vladimir Putin.

15 de febrero 2025 - 03:59

Esta semana es noticia que el presidente Trump quiere obligar a los europeos a que seamos capaces de defendernos por nosotros mismos. Que aprendamos a hacer lo que no hicimos en la guerra de los Balcanes ni somos capaces de hacer en Ucrania. Es decir, acabar con aquella guerra crudelísima en el interior del continente y hacer frente a una agresión injustificable a un país del continente por parte de un agresor euroasiático. Digo esto porque geográficamente Europa limita al este con el río Ural, pero no tengo muy claro que consideremos que Rusia es “uno de los nuestros”.

El socio mayoritario de la OTAN y presidente de esta comunidad de defensa está reclamando muy en serio que los comuneros abonemos nuestra parte alícuota de los gastos (2% del PIB) y que, además, asumamos una derrama que parece llamada a convertirse en algo permanente (elevar la cuota hasta el 5% del PIB). Obama fue el primero en reclamar, de una forma mucho más educada, que la contribución europea fuese más elevada, de forma que no estamos ante algo nuevo. Los europeos hemos evitado buena parte del gasto en defensa porque contábamos con una cobertura norteamericana que ahora parece no estar asegurada. EE UU ya no considera que su riesgo principal sea Rusia, pero sí parece serlo para nosotros. Un arreglo del conflicto tal como parece que se está diseñando no puede dejarnos tranquilos por una razón que nos enseña la historia: No se debe pacificar con un agresor porque este se volverá más agresivo.

Unida a esta propuesta de contentar a Putin mediante la cesión de territorios, el presidente Trump ha manifestado su interés por las tierras raras –la mena de algunos minerales críticos- que se obtendrían en Ucrania e incluso se ha hablado de un valor equivalente a medio billón de dólares, con lo cual EE UU se resarciría de los gastos incurridos en este conflicto.

Ignoro a quién va destinado ese anuncio, pero, en mi opinión, ese valor e incluso el propio aprovechamiento de esos minerales no son más que un espejismo. Este anuncio me resulta inexplicable salvo que con él se pretenda justificar la ayuda militar que se le pudiera seguir prestando al país invadido y que resulte útil por razones políticas. La realidad es que en Ucrania no hay minas de tierras raras en operación, no hay reservas probadas, y ni siquiera hay algún proyecto en fase de exploración. Sí es cierto que se han identificado algunos indicios de yacimientos que quizá podrían llegar a ser explotables. Pero son solo eso: indicios similares a los que ya se conocen en numerosos lugares del mundo.

Dados los precios actuales de las tierras raras, sería insensato invertir en el desarrollo de una operación minera que no estuviese basada en unos recursos minerales de altísimo nivel y, además, en un territorio cuya normativa minera (jurisdicción) fuese también de primer nivel, lo cual no es el caso de Ucrania. Por otra parte, cualquier proyecto minero nuevo tiene una gran latencia temporal desde la exploración hasta la operación. Incluso si desde esos indicios se diese lugar a la existencia de recursos, habría que esperar más de diez años –seguramente algunos más– para poder explotarlos mediante una operación minera. Y, aun así, no está muy claro que cualquier aprovechamiento de tierras raras tenga una gran solidez económica solo por las características de los metales que se pretende obtener y comercializar.

Si no hay un interés económico que justifique la inversión de una empresa minera, solo habría una vía para hacer realidad el propósito presidencial. Sería la de incentivar de alguna forma a que lo haga una empresa minera norteamericana, asegurándole la cobertura de los riesgos financieros en los que incurriría.

Desde otra perspectiva ¿significaría esto una dramática renuncia económica para Ucrania? La verdad es que no sería muy importante, incluso si hubiese una exención temporal del impuesto sobre beneficios o una exención de las regalías sobre el aprovechamiento de metales (creo que son inferiores al 7% de su valor). La mayoría de los efectos económicos de la producción de mineral se generaría en el propio país.

Finalmente, me pregunto qué interés podría tener para EE UU. Las estadísticas de su comercio exterior muestran que sus importaciones de tierras raras no son cuantiosas: solo unos 200 millones de dólares anuales, con lo cual, como sustitución de importaciones, no parece estar muy claro que tuviese interés. Y para que se alcanzase ese valor total de medio billón de dólares harán falta decenios y decenios de producción, lo cual no se concilia nada bien con gastos en ayuda militar que se han realizado o se van a realizar a corto plazo.

Además, EE UU carece actualmente de las industrias que pudiesen utilizar un volumen aumentado de suministro. Estas sí existen en China, un país que, por otra parte, lleva decenios de ventaja a Occidente en las técnicas de procesamiento y refino de tierras raras.

Hay bastante fantasía y no pocas exageraciones en torno al interés por las tierras raras, quizá motivado porque, aun siendo necesarios y valiosos los metales que contienen, su mercado es bastante limitado y más bien opaco, al igual que el de otros metales no principales. Ahora bien, si les damos tanta importancia ¿qué hacemos que no aprovechamos los yacimientos bien identificados y prácticamente en condiciones de operar que hay en España? Me refiero, por ejemplo, al yacimiento de monacita en Matamulas (Ciudad Real). Está a la misma profundidad que una red de saneamiento de cualquier ciudad y la extracción se puede realizar con una retroexcavadora convencional (exagerando, con pico y pala). O sea, ni siquiera sería necesario abrir una corta o construir una contramina para aprovechar el mineral, pero, aun así, se encuentra con los impedimentos habituales de los de siempre.

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