La Semana Santa pincha en reservas hoteleras en Huelva y el sector se la juega a la carta del último minuto

La incertidumbre meteorológica y el retraso en las decisiones de los turistas ponen en vilo a los hoteleros onubenses, que temen quedarse a medio gas

El tiempo meteorológico será el que determine la temporada en esta Semana Santa.
El tiempo meteorológico será el que determine la temporada en esta Semana Santa. / Josué Correa

Huelva/A menos de una semana para el arranque de la Semana Santa, la provincia de Huelva no sabe aún si la procesión irá por dentro o por los portales de reservas. La falta de sol asegurado y el fenómeno, ya consolidado, de aplazar las decisiones turísticas para última hora están dejando en ascuas a un sector que depende de estas fechas para cuadrar el primer gran hito de ingresos del año. Los datos facilitados por Aloja Huelva, la Asociación de Alojamientos Turísticos y Establecimientos Hoteleros, integrada en la Federación Onubense de Empresarios (FOE), no pueden ser más elocuentes: reina el desconcierto. Y la esperanza, como viene ocurriendo en las últimas campañas, se juega a una sola carta: la del ‘last minute’.

El fenómeno no es nuevo, pero sí más agudo que nunca. La cultura del ‘booking exprés’ se ha hecho fuerte entre los turistas nacionales y andaluces que dominan la demanda durante la Semana Santa. El patrón es claro: se espera a saber con certeza qué tiempo hará y, si el sol brilla, las reservas se disparan. Pero esa espera hace imposible, a día de hoy, lanzar previsiones fiables. Los hoteleros, curtidos ya en numerosas temporadas inciertas, cruzan los dedos mirando al cielo —literal y figuradamente— mientras no pierden de vista las cifras del año pasado, cuando el balance global se situó en torno al 75% de ocupación media en la Costa, un 50% en la capital y más del 85% en casas rurales de la Sierra.

La esperanza del sector pasa por repetir el escenario de hace un año, algo que técnicamente es posible, pero solo si el tiempo acompaña y si el usuario de última hora convierte su intención en pernoctación. Por ahora, la fotografía es la de una provincia a medio llenar, con enormes diferencias según el tipo de destino, la zona geográfica y la naturaleza del alojamiento. La Costa, una vez más, parte con ventaja, pero no sin matices. En enclaves con eventos deportivos programados, como Mazagón, los primeros días del periodo vacacional rozan el lleno técnico, con medias del 100% en algunos establecimientos. La segunda mitad ya baja al 60% y el tramo final ni siquiera supera el 30%. En otras palabras, un puzzle por completar.

Distinto es el caso de Ayamonte, un destino costero con fuerte tradición cofrade que mantiene una ocupación sostenida que ronda el 70% en toda la semana, aunque con una demanda ligeramente superior en la segunda mitad. Aquí, la devoción y el calendario litúrgico parecen ofrecer algo más de estabilidad. Sin embargo, esa estabilidad es una excepción, no la norma.

En la Sierra, el turismo rural vuelve a ser el salvavidas del sector. Las casas rurales se acercan al 70% de reservas, sobre todo en la segunda mitad de la semana. Los hoteles serranos muestran un comportamiento mixto: algunos rondan el 50% en los primeros días, pero se animan hasta el 70% o más en los posteriores. La explicación es doble: una parte del público prefiere la naturaleza y el aislamiento frente a las aglomeraciones de las ciudades, y otra simplemente apuesta por un entorno más predecible que la Costa.

Y en la capital, como suele ocurrir, la ecuación es más difícil de resolver. Los datos actuales ni siquiera se atreven con una cifra clara. Se aspira, eso sí, a repetir el 50% de media que se logró el año pasado. Dependerá, otra vez, del cielo y del clic de reserva.

La incertidumbre meteorológica es, sin duda, el gran enemigo invisible. Si el parte no es fiable o apunta a lluvias intermitentes, el turista ya no arriesga. Prefiere esperar, decidir con 72 horas de antelación y, si la previsión se estropea, quedarse en casa o improvisar una escapada urbana.

Esa volatilidad en el comportamiento del cliente ha obligado a los hoteleros onubenses a convertirse en equilibristas. Adaptan precios, ofertas de última hora y flexibilidad en las cancelaciones para atraer a un cliente cada vez más imprevisible. Pero el margen de maniobra es escaso. La presión de costes —con la inflación acumulada, el alza energética y el encarecimiento de suministros— ha reducido los colchones. Y lo que antes se recuperaba con una buena Semana Santa, hoy solo sirve para sobrevivir.

En este contexto, el sector solo se puede limitar a esperar. No porque no quiera ser proactivo, sino porque el margen de maniobra está fuera de su control. Las campañas están hechas, las tarifas ajustadas y los destinos preparados. Pero el sector vive con el alma en vilo, sabiendo que, como en el costal del cofrade, todo el peso puede recaer en apenas 72 horas. Si no hay reservas, no hay milagros. Y si el cielo no ayuda, ni las vírgenes sacarán adelante las cuentas.

La Semana Santa en Huelva es, hoy por hoy, una moneda al aire para los hoteleros, porque ni siquiera el fervor es garantía de negocio cuando los santos tienen que mirar al parte meteorológico antes de salir.

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