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Juan Ramón Jiménez dedicó este capítulo de ‘Platero y yo’ a la Romería del Rocío

EL ROCÍO

Azulejo dedicado a la obra de Juan Ramón Jiménez.
J.M.M.

27 de julio 2024 - 06:00

Hace 110 años salía a luz 'Platero y yo' una de las obras más reconocidas de la literatura escrita por el moguereño y Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez. La primera edición de esta obra universal se publicó en 1914 con 136 páginas, y en 1917 se publicó la edición completa, compuesta por 138 capítulos en 142 páginas.

Poco queda por contar de esta obra que recrea poéticamente la vida del asno Platero, el inseparable amigo de niñez y juventud del escritor. Un libro está constituido por breves estampas que entre sí no guardan un orden temático y que responden a impresiones, sensaciones y recuerdos de Moguer en la etapa infantil de Juan Ramón Jiménez.

Una especie de diario en el que se detallan los aspectos más interesantes de la realidad, del pensamiento y del sentimiento del autor y que está concebido como un texto para adultos, aunque por su sencillez y transparencia se adecuara perfectamente a la imaginación y al gusto de los niños.

Lo que quizá desconocen aquellos que aún no hayan tenido el placer de leer esta obra, es que uno de sus capítulos está dedicado a la Romería del Rocío. Concretamente, el capítulo 47 comienza así: “Platero—le dije—, vamos a esperar las Carretas. Traen el rumor del lejano bosque de Doñana, el misterio del pinar de las Animas, la frescura de las Madres y de los dos Fresnos, el olor de la Rocina...”, en un texto en el que se hace alusión al peregrinar hacia la aldea almonteña.

“Detrás las carretas, como lechos, colgadas de blanco, con las muchachas morenas, duras y floridas, sentadas bajo el dosel, repicando panderetas y chillando sevillanas. Más caballos, más burros... Y el mayordomo—¡Viva la Virgen del Rocíoooo! ¡Vivaaaaa!—calvo, seco y rojo, el sombrero ancho a la espalda y la vara de oro descansada en el estribo”, puede leerse en otro apartado del capítulo. “Al fin, mansamente tirado por dos grandes bueyes píos, que parecían obispos con sus frontales de colorines y espejos, en los que chispeaba el trastorno del sol mojado, cabeceando con la desigual tirada de la yunta, el Sin Pecado, amatista y de plata en su carro blanco, todo en flor, como un cargado jardín mustio”, continúa.

La aparición de la Romería del Rocío en esta obra y en creaciones de otros autores de comienzos del siglo XX contribuyó de forma notable al crecimiento de la misma.

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