Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Los inventarios de diciembre (1)
EL ROCÍO
Cádiz/Cádiz y la aldea almonteña de El Rocío están separadas por prácticamente 200 kilómetros. Pero qué es la distancia cuando entran en juego sentimientos, emociones y devociones que escapan a toda lógica porque son “las cosas de Dios y de la Virgen”. En Cádiz hay una monja de clausura, carmelita descalza, mexicana de nacimiento, que cumple su quehacer diario en el convento de Argüelles, al otro lado de esa bendita reja que la separa de lo mundano, de las preocupaciones materialistas. Y a 200 kilómetros, una aldea con suelo de albero, haciendo frontera con el Coto de Doñana, con apenas 1.600 y pico de habitantes y una ermita de blanco reluciente donde siempre hay actividad.
A 200 kilómetros del convento de las carmelitas se vive la fe con sevillanas, con vivas, con trajes de lunares, con la masificación en torno a Pentecostés, con un estruendoso jolgorio. Y en Argüelles todo transcurre en relativo silencio, en oración interior, en paz y tranquilidad, con apenas media docena de monjas en la soledad de sus celdas, compartiendo momentos en la capilla o el comedor o recorriendo unos pasillos donde tienen el privilegio de escuchar el susurro de Dios.
A un lado la entrega completa a Dios, la intimidad de la clausura; al otro, la alegría desbordada, la unión de familiares, amigos y hermanos, de hermandad; el estallido de eso que llaman fe popular, posiblemente llevada a su máxima expresión. Por medio de una cosa y otra, 200 kilómetros. Y dos rejas, la que separa la clausura de las carmelitas descalzas del mundanal día a día de los gaditanos; y la que separa al rociero de su Virgen, la que los más inquietos saltan cada madrugada de Pentecostés para rezar “la Salve deseada por todos durante un año”, como define el hermano mayor del Rocío de Cádiz, Jesús Manuel Montaño.
Ni la clausura, ni los 200 kilómetros de distancia, ni las dos rejas que terrenalmente la separan de la Virgen han sido impedimentos algunos para la profunda devoción rociera que una de las monjas carmelitas de Argüelles, la hermana María Teresa, vive desde hace más de una década.
Desde el año 2013, en concreto y de manera exacta, vive esta monja unida a la devoción rociera. “Necesitaba rezar, pedir por un sacerdote que era rociero. Y un sábado me planto ante el Sagrario y le rezo a la Virgen del Rocío por él. Sentí que la Virgen me oía. Y a partir de ahí empecé a interesarme más”, explica a este periódico la monja carmelita que lleva 17 años en el convento de Cádiz, prácticamente desde que llegó a España desde su México natal.
Hasta esa oración un sábado de 2013 ante el Sagrario apenas tenía contacto la hermana con eso del Rocío. “Había oído alguna cosa en el telediario, y casi que no me había gustado mucho”, confiesa. Pero a raíz de esa oración por el sacerdote amigo “empecé a mirar directamente a la Virgen, a rezarle a Ella. Y ya empecé a buscar algo por internet, a interesarme”.
Desde ese momento, “la Virgen me fue poniendo gente por delante, tanto a través de internet como gente que iba por el convento” y que compartía con la monja sus sentimientos rocieros, cómo vive la fe Almonte, qué sustenta eso tan especial que rodea a la que llaman Reina de las Marismas. Y de este modo llegaron hasta la hermana María Teresa el hoy nuevamente presidente de la Matriz de Almonte, Santiago Padilla, que le ofreció -y casi suplicó- que escribiera un libro en el que contara cómo una monja de clausura es devota de la Virgen; y conoció a “una amiga de la hermandad del Rocío de Cádiz” a través de cuyas conversaciones conoció a otra rociera que irradiaba simpatía, educación y arte, Malole, que se marchó demasiado pronto y a la que acompañó desde la distancia hasta el último momento. “Si no digo que lloré de emoción al leer cómo la acompañó y sufrió con ella, mentiría”, confesó el viernes el prior de los carmelitas en Cádiz y San Fernando, Pablo Rubio.
La hermana María Teresa no sabe qué es el camino, la peregrinación a Almonte, cómo se viven esas mañanas andando por las arenas de Doñana y esas noches arropados alrededor de la carreta, no conoce eso del bautizo con manzanilla de la tierra a los nuevos peregrinos, no ha vivido el rosario público que se reza por la aldea en la noche del domingo de Pentecostés, y por supuesto no conoce cómo vibra Almonte con la salida de la Virgen, con su tránsito ante todos los Simpecados, con esos curas a hombros de rocieros lanzando salves. No conoce nada de esto; ni falta que hace, porque también se puede ser rociera sin camino. “Totalmente que sí, porque el Rocío es la Virgen”, asienta convencida esta monja carmelita, que de hecho puede ocurrir lo contrario: “puedes hacer el camino entero ir a la ermita y no ser rociero”.
Sí ha podido escaparse dos veces en su vida a ver a la Virgen, aprovechando gestiones y papeleos que son los únicos momentos, junto a algunos temas relacionados con la salud, en los que las monjas abandonan la clausura por el tiempo preciso que dure la gestión. “Aprovechando que tenía que arreglar papeles, me acerqué a verla”, confiesa.
Semejante testimonio de devoción rociera no podía pasar desapercibido. De ahí que la hermandad Matriz llevara años intentando que la hermana María Teresa plasmara en un libro esa vivencia de fe, esa conexión plena con el Rocío a 200 kilómetros de distancia y con dos rejas de por medio. “Me ha costado mucho tiempo hacerlo, casi cinco años desde que me lo pidió Santiago Padilla. Le di muchas largas, me retrasé demasiado”, reconoce la monja, que era reacia a publicar este testimonio, esta pequeña muestra de la grandeza con que ella y el resto de religiosas viven la vida tan cerca de Dios y a la vez, y a su manera, tan cerca de las cosas de su alrededor.
El libro, que pasa a engrosar la colección de espiritualidad de la Hermandad Matriz, es una publicación “más bien vivencial, de meditaciones, para orar, para estrechar el vínculo con la Virgen”. En sus casi 160 páginas se cuenta “cómo vive la devoción rociera una monja de la clausura”. “El libro te lo cuenta alguien que no va nunca a la romería, que no pisa las arenas”, destaca María Teresa, que confiesa que encontrar la fórmula idónea para plasmar su devoción no fue fácil. “Ha sido un trabajo de introspección, que me ha ayudado mucho a plantearme quién es la Virgen en mi vida y también a poner tierra aquí en Andalucía, porque yo creo que la Virgen del Rocío es la Reina de Andalucía”.
“Los rocieros nacemos donde queremos”, escribe la hermana María Teresa al inicio del libro que fue presentado el viernes en Cádiz, en su casa de Argüelles, escuchando su celestial voz leyendo algunos pasajes de esta obra que plasma cómo El Rocío no tiene fronteras y cómo las rejas que pudiera pensarse que están concebidas para separar cosas, en las cosas de Dios unen de manera inquebrantable, ya sea a los pies de la ermita de Almonte, o en un convento a 200 kilómetros de distancia.
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