Un santo por las arenas

La visita al santuario del Rocío constituyó el final de la visita apostólica de San Juan Pablo II a Huelva

En el cierre del V Centenario del Descubrimiento

El Papa llegó a la ermita como un peregrino más, por las arenas de la aldea almonteña. / Reportaje Gráfico: Arturo Mari (Archivo E.j. Sugrañes)
Eduardo J. Sugrañes

21 de mayo 2018 - 06:48

Almonte/El 14 de junio de 1993 constituyó una jornada histórica y especialmente deseada después de años preparándola, con una intensidad que venía aumentando de los meses y días previos. Huelva amaneció distinta; cada uno seguro que guarda un recuerdo de aquella mañana en la que nos disponíamos a esperar al papa Juan Pablo II. Era algo prácticamente imposible que pudiera suceder. Aquí, en este rincocillo de Europa, al sur del sur. Hubo quienes se empeñaron y lo consiguieron. Lo mismo que otros 500 años antes habían ido a descubrir un Nuevo Mundo. Ahora lo que ocurría es que nos volvían a poner en el mundo.

Un Papa en Huelva. La celebración de la misa presidida por la imagen de Nuestra Señora de la Cinta constituyó el acto central. Luego realizó diferentes visitas a las iglesias de los Lugares Colombinos para culminar con la coronación canónica de Santa María de los Milagros en La Rábida.

"¡Que todo el mundo sea rociero!". Es el deseo del Papa dirigido a todos desde la ermita

El Papa más mariano de todos no podía dejar de visitar el corazón de la fe de miles de personas y voló hasta El Rocío.

En la tarde era muy difícil, prácticamente imposible, estar en todos los sitios, sólo permitido para la comitiva oficial. Así que había que elegir y yo preferí El Rocío. El resto de momentos los tengo grabados en la memoria gracias a mis compañeros de Huelva Información, que nos turnamos en los diferentes sitios.

Elegí el pase de prensa en El Rocío. La dimensión del acontecimiento que vivíamos en Huelva se pudo ver en referencias como a la salida por la autopista en el autocar, que partió desde la Peña Flamenca, se notaba que en la ciudad había algo distinto. A ambos lados de la avenida y en el primer tramo de la autopista, casí a cada veinte metros, agentes de las Fuerzas de Seguridad del Estado con metralletas en mano. Nos visitaba una de las personas más importantes del planeta y eso conllevaba una seguridad aquí nunca vista.

Había que llegar con mucho tiempo de antelación a la ermita del Rocío, allí tenían ubicado el lugar para la prensa, en la columna primera del evangelio. Los simpecados a lo largo de la nave de la epístola formando un mosaico de color y devoción, portados por miembros de cada una de las hermandades filiales.

La iglesia estaba tomada prácticamente por agentes de la Guardia Civil. Si todo ya estaba registrado y mirado, se volvía a detalles como levantar la tela que cubría el reclinatorio y se inspeccionaba hasta el cojín.

La espera tuvo momentos intensos, de cercanía con la Virgen, el templo estaba prácticamente vacío en sus naves. Sólo lo más estricto que marcaban la seguridad y el protocolo. Se iba escuchando que el Papa se acercaba y sabíamos de las miles de personas que estaban en la puerta por los aplausos. La única puerta abierta era la de las marismas.

Un Papa andando por las arenas, la comitiva se acercaba hasta la ermita. En su interior todo se convirtió en un gozo eterno, en unos momentos que perdurarán siempre en la memoria de quienes estuvimos allí para poder contar la crónica de un Papa en El Rocío. Más intenso aún fue el silencio que desbordaba todos los corazones cuando el Santo Padre se arrodilló para rezar ante la Virgen del Rocío. Un Papa en El Rocío y eran nuestros ojos privilegiados los que podían verlo, para contar siempre esta crónica hermosa, que desborda en la historia de la vida rociera.

Por la nave de la Iglesia fue bendiciendo a todos los simpecados de las filiales camino del balcón de las marismas, desde donde se dirigió a los peregrinos de este Rocío tan especial.

El Papa se dirigió a todos desde el balcón con un mensaje profundo de renovación espiritual. Las palabras del Santo Padre en El Rocío fueron claves, no sólo para definir la importancia de esta romería y la devoción a María, sino para profundizar en la religiosidad popular y en lo que es y deben ser las hermandades.

San Juan Pablo II vino a reafirmar la devoción de tantos siglos de fe en El Rocío y a destacar que hay que purificar todo aquello que sea necesario para que María, su mensaje y el compromiso apostólico de los rocieros, sea lo que en verdad brille en la romería más universal.

En referencia directa a la dimensión universal de la romería almonteña, hizo una invitación muy directa, la de "hacer de este lugar del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, la fe crezca y se fortalezca con la escuela de la Palabra de Dios".

Habló de dinamismo apostólico, que llega de la mano de la formación en las hermandades, lo que hoy viene siendo uno de los objetivos principales en el desarrollo de los planes pastorales de la Diócesis de Huelva. San Juan Pablo II manifestó sentirse feliz aquella tarde entre nosotros y así se le vio. Convencido de los valores de la religiosidad popular, dijo que había pedido a Ella, nuestra Madre celestial, "en la alegría de vuestra forma de ser", "la firmeza de la fe" para que perdure siempre: "¡Que por María sepáis abrir de par en par vuestro corazón a Cristo, el Señor!".

El Papa San Juan Pablo II se despidió entre aplausos, con un ¡Que todo el mundo sea rociero!

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