"La crisis del Barroco se asemeja mucho a la crisis actual"

El profesor titular de Literatura Española, Sergio Fernández López.
El profesor titular de Literatura Española, Sergio Fernández López. / Juan Carlos Vázquez
Miguel Lasida

09 de agosto 2024 - 05:59

No hay respiro en agosto para Sergio Fernández López (Sevilla, 1974). Son el sol, las moscas, las chicharras y este profesor titular de Literatura Española de la Universidad de Huelva, que anda preparando, capítulo a capítulo, goterón de sudor a goterón de sudor, la biografía de fray Luis de León para la editorial Cátedra. Este investigador y docente, ejemplo de erudición extrema y suma bonhomía, conoce como pocos la genealogía de las traducciones de la Biblia y los pormenores de los autores del Siglo de Oro.

–¿Qué periodo literario es más afín a los jóvenes?

–Diría que el género que más les gusta es la prosa y que prefieren la contemporánea a la medieval. Leerían con más agrado a Eduardo Mendoza que a Cervantes.

–¿Por qué interesa más el pícaro que malvive que el pastor o el cortesano que le canta al amor?

–El amor espiritual resulta aburrido hoy. La narrativa pastoril, como toda la prosa idealizada del Renacimiento, presenta unos códigos y valores alejados de la sociedad actual. En cambio, la picaresca se desarrolla más hacia el Barroco y el escritor barroco baja la pelota al suelo para narrar lo cotidiano. El pícaro no es un personaje de cartón piedra; se ha hecho carne: sufre, medra, engaña y lo engañan en un mundo real y complejo. Además, la crisis del Barroco se asemeja en mucho a la crisis actual. Es un mundo que el estudiante reconoce.

–¿Por qué las sentencias de Marco Aurelio o Séneca están de moda en las redes?

–En un tiempo en el que la gente cuelga hasta lo que come, no me extraña que muchos publiquen frases ingeniosas como parte de esa necesidad de proyectar su imagen a los demás. Ahora bien, seguramente no sea casual que se cite a dos pilares del estoicismo, que ha sido siempre una doctrina filosófica para tiempos de crisis. En una sociedad del consumo, que ha puesto su felicidad en la acumulación de bienes, no está mal que alguien venga a recordarnos que se pude ser feliz con mucho menos.

–¿Por qué abundó la ofensa entre los autores del Siglo de Oro?

–No creo que hubiese más ofensas que en una sesión actual del Congreso. Si el Barroco ha pasado a la posteridad como la época de la pulla ha sido porque lo hacían con mucho más ingenio e inteligencia. Con todo, era normal que hubiese piques. Todos buscaban lo mismo, ganar prestigio suficiente como para ganarse el favor de algún noble. La poesía daba fama, pero no dinero.

–¿A Cervantes lo pillan ya mayor esas rivalidades?

–En absoluto. Cervantes se las trajo tiesas, entre otros, con Lope de Vega. Pero, como otras, se trataba de una rivalidad fundamentalmente literaria. Ambos se admiraban y leían, aunque parece que Cervantes no digirió muy bien el éxito de Lope.

–¿Cuál es el poeta con mayor dominio de la lengua española?

–Me pone en un aprieto. Si nos centramos en el Siglo de Oro, creo que Góngora fue el poeta de poetas. Puede impresionarme más la precisión con la que Quevedo refleja el paso del tiempo, pero la complejidad a la que Góngora llevó la lengua poética estaba al alcance de pocos y todos lo sabían.

–La Inquisición condenó a fray Luis de León por traducir del hebreo al español el Cantar de los cantares. ¿A qué le temía la Iglesia?

–Esa fue solo una de las diecisiete proposiciones presentadas a la Inquisición y no la más grave. Pero es cierto que, desde la Edad Media, estaba prohibido traducir la Biblia a la lengua española. La Iglesia temía que el pueblo, teniéndola traducida en su lengua, cometiese errores en su interpretación. Pero sobre todo que no necesitase al cura del lugar para que se la explicase.

–¿Cómo de distinta es la traducción de fray Luis en relación a la Vulgata?

–El verdadero problema residió en su interpretación literal del libro. Desde este plano, el Cantar de los cantares mostraba la relación de dos amantes y eso resultaba herético para quienes, desde un plano alegórico, reflejaba la relación entre Dios y su Iglesia, algo que fray Luis nunca negó.

–¿Ha corroborado en sus estudio la frase atribuida a fray Luis de “decíamos ayer” cuando vuelve a la cátedra después de cumplir la condena?

–Fray Luis se incorporó a una cátedra distinta de la que había dejado y después de pleitear durante meses por la hora asignada. Sin aseverarlo, todo apunta a que forma parte del mito.

–¿Qué lecciones de vida ofrece la biografía de fray Luis para el joven de hoy?

–Sobre todo, advierte de los peligros de un necio. Fray Luis se dio cuenta demasiado tarde. Siempre consideró a León de Castro demasiado simple, pero este, cuya ignorancia lo llevaba a sospechar de todo, fue al cabo el mayor responsable de su proceso.

–Casiodoro de Reina, monje jerónimo de San Isidoro del Campo, llevó a cabo la primera traducción completa de la Biblia al castellano. Como fray Luis, fue perseguido, aunque escapó. No fue así con otros hermanos, ¿verdad?

–Algunos lograron huir. Otros tuvieron peor suerte. Por esos años se quemaron en autos de fe a no pocos disidentes religiosos en Sevilla. Los más, vivos. Si habían fallecido, quemaban sus huesos. Cuando no lograban apresarlos, los quemaban “en efigie”. Imagínese al público enardecido gritándole a un muñeco ardiendo: “Arde, hereje”. Una sociedad del espectáculo de la que no sé si nos diferenciamos tanto.

–Pese a la quema de biblias de la Edad Moderna, ¿cómo llegaban los ejemplares a los nobles y a la alta burguesía encontrados siglos más tarde?

–Siempre hubo modos de salvar la censura. Los arrieros las escondían entre la paja; a los puertos llegaban en los dobles fondos de los toneles de cerveza, “con arte que su maestro el diablo les enseña”, decían los inquisidores. También remontaban el río en pequeñas barcas. La documentación inquisitorial confirma, por ejemplo, que Julianillo introducía el Nuevo Testamento de Pineda por la noche “a través de la muralla, con ayuda de la gente de Sevilla”. Los traficantes actuales no han inventado nada.

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