María Fasce: "Escribo pensando que nunca me publicaría a mí misma"
HISTORIAS QUE TRENZAN LA VIDA. María Fasce (Buenos Aires, 1969) es directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books. En su faceta como autora, comenzó publicando libros de relatos, entre ellos, Un hombre bueno (Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz). Como novelista, ha firmado títulos como La naturaleza del amor, La mujer de Isla Negra o Dos Extraños, que fue finalista del Premio Nadal. Con Las vidas de Elena, fue finalista del Premio Café Gijón en 2021, distinción que ha conseguido este año con una novela con la familia como centro, El final del bosque, publicada por Siruela.
–Más que una editora que escribe, es una escritora que se metió a editora. ¿Hay salto entre ambas?
–No hay un salto, son dos vocaciones que conviven en perfecta armonía. Desde que leí Mujercitas cuando era muy pequeña ya supe que quería ser escritora. Cuando empecé a adentrarme bien en el oficio de escribir, vi que no iba a ganarme la vida de esa madera, así que traté de orientarme a periodista y traductora. Me metí en el mundo de la edición a los 23 años, y ahí sigo, aunque no es un oficio como otros, no es un oficio “de cerrar”. Así que, si quiero escribir, tengo que dar con la historia que me interese lo suficiente para encontrar tiempo para ello en el metro, los fines de semana... Así, poco a poco, las historias se van trenzando, porque la novela sigue con uno, se pega. Pero bueno, yo escribo en el convencimiento de que nunca me publicaría a mí misma.
–’El final del bosque’ trata el tema de la familia como conflicto y como motor. ¿Estamos destinados a repetir patrones?
–En mi caso particular, esa es una pregunta que quizá aún estoy respondiendo. La familia supone un lazo tan fuerte, marca tanto, que intentar escapar es todo un trabajo. Y, ¿qué haces con esas relaciones? Bueno, pues en mi caso, hago novelas. No creo que la escritura cure, pero sí que sirve para entender, y para hacer que eso que te pasó se pueda convertir en algo interesante o útil para otros.
–Está muy presente esa cuestión tan común en todas las casas, la del reparto de papeles.
–Pero debemos quitarnos esas etiquetas. Jeanette Winterson decía que las historias tienen un papel fundamental en la sociedad y en nuestra construcción personal, y por eso hay que contarles historias a los niños desde pequeños, y enseñarles a imaginarse otro final. Lo maravilloso es que la historia de tu vida, de tu país.... no está escrita con un final cerrado, ese final puede cambiar. A mí, además, a nivel narrativo, me gusta que los personajes evolucionen, o que den un giro que sorprenda al lector.
Lo maravilloso es que la historia de tu vida, de tu país.... no está escrita con un final cerrado, ese final puede cambiar"
–Aparece también la terapia, ese tropo argentino.¿Cree que podemos desentrañar la maraña sin ayuda?
–No hay una regla, nada sirve para todo el mundo. Cada uno tiene su propio modo de vivir consigo mismo. Yo no soy fanática del tema, y creo que a veces un amigo o amiga inteligente nos puede servir lo mismo... Además, hemos de tener en cuenta que nosotros mismos no somos inamovibles, y que la propia memoria es móvil. Hay recuerdos que habíamos dejado sepultados, como en una recámara, y eso tiene una razón de ser. A nivel más amplio, en mi país o en este, es interesante ver que la historia funciona con la misma censura de la memoria:las familias también actúan así muchas veces.
–A través de Lola, la protagonista, vemos la presencia de los libros como una línea de vida.
–Este es un libro, además, con muchas citas, y me horrorizaría que quedara como algo pretencioso. Pero yo me identifico mucho con Lola, y las frases de los libros marcan mi vida.
–Desde luego, como la protagonista, vive a caballo entre España y Argentina, terminando sin ser de un sitio ni de otro.
–Eso es algo que, si no te mata, te enriquece. Los escritores, por esencia, son seres que no encajan en el mundo: por eso escriben, porque hay algo que necesitas explicar o de lo que necesitas salir. El mundo es un sitio extraño. El ejemplo más claro es Kafka: en su propia vida se sintió un bicho, el no encajar es algo propio de cualquier escritor, haya nacido donde lo haya hecho. En mi caso particular, el azar hizo que naciera en Argentina y me viniera a vivir a España, en un giro del destino totalmente azaroso. Esa doble identidad es muy enriquecedora, aunque el no encajar sea el estigma permanente.
–¿Qué sentimientos le produce la actual realidad argentina?
–Según Bioy Casares, Borges decía aquello de “qué ciudad, Buenos Aires, no se sabe lo que se propone", y el que "no nos une tanto el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Argentina tiene una cantidad enorme de ambigüedades y contradicciones. La parte positiva es que, con tantas crisis, salen grandes artistas: lo que también te hace pensar por qué no son estas mentes tan lúcidas y brillantes las que toman las riendas del país. Nuestra clase política parece un estigma, aunque sea difícil opinar desde lejos; el menos malo es muy malo. Criticar a Milei es muy fácil, pero algo se habrá hecho mal, desde la oposición política, para que tengamos a ese personaje en el poder. Pero bueno, como en todas las situaciones críticas de la vida, esta hay que usarla para ver la luz. De mi última visita llegué con una sensación ambivalente: la tristeza y la perplejidad se mezclaban con la sorpresa ante la capacidad de reinvención y adaptación. Ojalá la política operara igual.
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