El Malacate
Javier Ronchel
La Huelva despolarizada
José Antonio González Alcantud | Catedrático de Antropología
José Antonio González Alcantud, catedrático de Antropología Social por la Universidad de Granada, es un hombre seducido por el orientalismo. Ha escrito como antropólogo sobre decenas de temas, pero, como él mismo dice, una suerte de fatum o destino ineludible le conduce siempre a retornar a temas conectados al debate orientalista. Acaba de publicar un libro titulado Qué es el orientalismo. Lleva por subtítulo El Oriente imaginado en la cultura global. Está editado por Almuzara. González Alcantud fundó en 1991 el Centro de Investigaciones Etnológicas Ángel Ganivet, que dirigió hasta su desaparición en el 2003.
–¿Se necesita escribir muchos libros para decir qué es el orientalismo? Lo digo porque usted ya ha escrito varios sobre este tema.
–Probablemente, porque el orientalismo sigue siendo objeto de agrias controversias. En los dos últimos años he escrito libros sobre la contracultura europea, la antropología histórica e incluso últimamente sobre la pandemia, pero en lo que se tiende a encuadrárseme, a mi pesar, es en lo referente al mundo oriental. De modo que me veo obligado a seguir dando respuesta a este complejo y fértil asunto que agrupamos bajo el nombre de orientalismo.
–Pues ahora dígame lo que es en pocas palabras.
–El orientalismo es el discurso intelectual y estético de los intelectuales europeos, sobre todo, que contó con la colaboración autóctona y que ha conformado la imagen que tenemos tanto del musulmán como del chino o japonés. Está basado en la seducción y la curiosidad que ejercieron estas culturas lejanas y distintas. El orientalismo surge a finales del siglo XVIII, y alcanza su cénit en el XIX. Si bien se prolonga más allá: por ejemplo, el orientalista granadino Bertuchi hace su obra a mitad del siglo XX.
–Para mucha gente orientalismo significa exotismo.
–Es una variante del exotismo. El exota, neologismo que designa a quienes lo encarnan, está lleno de melancolía, quiere absorber de los demás lo que no encuentra en su propia cultura.
–¿Está en auge esta tendencia?
–Ha tenido un renacer tras los atentados del 11-S. En Estados Unidos se había olvidado del asunto, cuando tuvieron que reeditar rápidamente libros que explicasen quién era el enemigo. A partir de ahí hubo un renacer orientalista. Esta atracción, por ejemplo, ha llevado colateralmente a que haya en América cada vez más especialistas en la Alhambra.
–Yo, personalmente, siempre lo he asociado con los cuentos de Las mil y una noche.
–No se equivoca, realmente el orientalismo surge con la llegada a Europa del manuscrito de Las mil y una noches, traído a Europa por el viajero y filólogo francés Antoine Galland a principios del siglo XVIII. Ocurrió, sin embargo, que, para no ofender al público, le quitaron todo su erotismo. Los cuentos de Sherezade, noche tras noche, rodearon al Oriente de onirismo, cuya pérdida nos acompañará siempre.
–¿Qué daño le ha hecho el terrorismo islámico al propio orientalismo?
–Todo. Las mentalidades, tendentes a la simplificación, sólo quieren ver detrás de cada musulmán un posible terrorista. Los ideólogos del yihadismo, que son sujetos de factura occidental conformados en un nihilismo existencial desconocido en Oriente, han traicionado la vitalista y refinada educación oriental. El yihad como esfuerzo interior, como sostuvieron los místicos sufíes andaluces, lo han eliminado, para dirigirse a la dialéctica de las pistolas, común a todas las culturas, incluida la nuestra con dos guerras mundiales en su haber.
–Al estar Europa y Occidente en general en decadencia… ¿Será el orientalismo la tendencia que gobierne el mundo?
–No, el orientalismo no gobierna nada, es sólo una tendencia estético-intelectual. Es más, los orientales querrían acabar con el orientalismo que los caricaturiza. Yo tampoco he sostenido que Europa esté en decadencia, muy al contrario, es la única civilización que no se ha eclipsado tras tantos siglos de conflictos internos y externos. Somos uno de los escasos espacios de libertad que van quedando.
–Usted nos dice en su libro que la Alhambra es el culmen del orientalismo doméstico.
–La Alhambra fascina por su refinamiento, su fragilidad… es el receptáculo minúsculo de poder en un reino pobre. Es una suerte de espejismo. Como es un botín de guerra, capturado al enemigo, generó aún más seducción; y los conquistadores vieron en él la personificación de lo oriental. Los viajeros franceses, británicos y norteamericanos cuando la visitaron lo hicieron por comodidad, ya que el norte de África era demasiado peligroso e incómodo.
–¿Orientalismo y occidentalismo son dos posiciones irreconciliables?
–Pudiera pero no debiera, ya que casos como el andaluz demuestran al mundo que existen zonas de transición, singularidades culturales, que indican que no somos ni esto ni lo otro.
–Hubo un tiempo en que se impuso la maurofilia o la admiración por lo moro en España. Pero esto creo que ya no es así.
–Es un problema de la derecha. Mientras la izquierda que era bastante maurófoba, como consecuencia de la participación marroquí al lado de Franco, se ha ido yendo hacia la filia, la derecha que tenía deudas con los musulmanes se ha ido haciendo fóbica. Tienen un lío para el psicoanalista… Además, su rey emérito está acogido y protegido por su hermanos árabes. ¿En qué quedamos? Creo que, como en el romancero , hemos pasado de la admiración al moro galante, representado ahora por los países del Golfo, al desprecio al moro pobre, magrebí, sobre todo. Aporofobia, en definitiva.
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