Análisis
Santiago Carbó
Tras un buen año en lo macroeconómico, en 2025 hará falta mucho más
El PNV aprueba el Presupuesto de 2018
El PNV ha concluido la transacción, no le ha regalado nada al Gobierno, se ha cobrado a precio de oro el apoyo a los Presupuestos Generales de 2018. A pesar del suspense que ha impreso a su última decisión, al Euskadi Buru Batzar, no le quedaba otra salida, ya no podía dar marcha atrás una vez que había arrancado al Gobierno una subida general para los pensionistas. Mariano Rajoy acaba de ganar dos años, los que transcurrirá hasta las elecciones generales de 2020, un tiempo precioso para acometer dos grandes retos: otro 155 y otro partido. Una eternidad en la que aspirará a mantener el primer puesto en la ajustada carrera donde compiten tres partidos.
El Gobierno ha retrasado el nuevo giro que debe darle a la crisis catalana. El PNV le ha dado los cinco votos necesarios para el Presupuesto en el Congreso, a pesar de que el 155 sigue en activo, pero los planes de Rajoy no pasan por levantarlo, sino por todo lo contrario: por mantenerlo. Una vez superado el escollo vasco, el Gobierno informará al PSOE y Ciudadanos cómo seguirá a partir de ahora la intervención de la Generalitat. Sin Govern no habrá levantamiento y, mientras Quim Torra se empecine en nombrar consejeros a encarcelados y huidos, no se publicarán los nombramientos.
El Gobierno se ha mantenido cinco días a la espera, rezagado, aguantando cómo Albert Rivera le segaba toda la hierba por el flanco derecho, para no estropear esos cinco votos del PNV. Rajoy y el socialista Pedro Sánchez están cada día más cercanos, les une su antipatía por Rivera. El presidente del Gobierno ya está liberado del nudo vasco; para el 155, cuenta con el apoyo del PSOE, de Ciudadanos y de la comprensión de Podemos. Pablo Iglesias ha declarado este mismo miércoles que es fácil de comprender porqué un encarcelado no puede ejercer de consejero.
Segundo reto: el propio partido, el PP. El gran partido de la derecha y el centro español sólo ha encadenado desastres a cuenta de la corrupción desde hace dos meses. Cristina Cifuentes se cargó la convención nacional del PP en Sevilla, la supuesta pista de despegue del ciclo electoral. A la ex presidente de la comunidad de Madrid le sucedió la duda del currículum de Pablo Casado. Y al joven vicesecretario, la detención de Zaplana. Rajoy fue un antizaplanista. O al contrario. El ex presidente valenciano alentó, junto a Aznar y Acebes, la caída de Rajoy en aquel congreso de Valencia donde el amigo Javier Arenas le salvó el partido.
El PP está tan descompuesto como el rostro de Fernando Martínez Maíllo. El coordinador general necesita un descanso. O un cargo, sigue siendo inexplicable que María Dolores de Cospedal, ausente en los asuntos de partido, siga siendo la secretaria general. Rajoy tendrá que recomponer su partido, soltar todo el lastre de los incómodos y de los inútiles. El primero cambio va a ser el de Cataluña. García Albiol debió dimitir el día después de las elecciones catalanes. Y en Madrid, necesita a alguien más que un suplente de Cifuentes si aspira a ganar las elecciones generales. Sin Cataluña sin Madrid y sin Valencia, el PP no puede, materialmente, vencer en 2020.
Los primeros comicios son los andaluces. A Juanma Moreno no lo quiso cambiar a mitad de la carrera, el malagueño vino para dos elecciones autonómicas y aún no ha pasado por la segunda. Ciudadanos en Andalucía no es el partido de Rivera en Madrid, en Cataluña y en Valencia, es más de aquí, más rural, menos urbano, menos cool: Juanma Moreno cuenta con esa ventaja, el emparejamiento en votos con Ciudadanos sería un desastre que anticiparía otro mayor en marzo de 2019, con las municipales y las elecciones en el resto de las autonomías.
Pero son dos años, dos eternos años. Y Rajoy cuenta con un buen argumento: el deterioro político e institucional de España es inversamente proporcional a la marcha de la economía. Como un tiro.
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