Trump, un problema muy europeo y muy español

Con mucho retraso, la UE se dispone a crear el Estado virtual número 28 para la mejora de la competencia, la integración del mercado de capitales y para evitar quedar reducido a la nada en la carrera por las tecnologías

Trump, durante una rueda de prensa en la Casa Blanca.
Trump, durante una rueda de prensa en la Casa Blanca. / Chris Kleponis / Efe

02 de febrero 2025 - 06:31

La llegada de Trump al poder está resultando abrupta e inquietante, como se preveía. El reelegido presidente siempre da espectáculo. En su frente interno ha sembrado el campo de decretos que desafían la institucionalidad y la capacidad de los contrapoderes, altera con un golpe seco el devenir de la administración y decreta el fin de derechos a diestro y siniestro. La persecución de inmigrantes es una medida absurda y racial que tarde o temprano será revertida por otro presidente, pero que, mientras tanto, exhibe la impiedad y la saña de esta nueva derecha extrema. Hacia afuera, las amenazas habituales se ceñían básicamente hasta ahora a la defensa y el comercio. Prometió desproteger a los aliados que no cumplieran con su inversión del 2% de su PIB en defensa. Su exigencia ha pasado alegremente al 5% y quizá mañana pida un 7%. Ese comportamiento ya antiguo se complementa con las amenazas territoriales sobre Groenlandia, con los daneses en prevengan, o el Canal de Panamá.

Hay una tercera capa de violencia institucional que se referencia en la historia o la geografía, como la payasada de Trump de pretender cambiar el nombre del Golfo de México por Golfo de América o la de Elon Musk de rebautizar el Canal de la Mancha (que une Inglaterra y Francia) como Canal de George Washington. El mundo, distraído en esas frivolidades de nuevos ricos desatados. Mientras, ellos se dedican a ganar muchos dólares con la administración bajo control. La guerra arancelaria (un 10% a China a partir de febrero y salvas de advertencia para muchos países), que solo está en sus prolegómenos, es otro conflicto abierto contra todo el planeta en defensa del Make América Great Again o del America first, convirtiendo el proteccionismo y el nacionalismo económico en la nueva biblia del republicanismo norteamericano, lo que implica desdeñar cualquier complementariedad y reciprocidad de los mercados e ignorar que solo cuando las dos partes obtienen un beneficio es posible una política de transacciones comerciales sostenible. Todo lo que hace y dice Trump es desalentador. Ni siquiera sus exégetas europeos o españoles tienen margen para celebraciones.

Con aroma a las 'puntocom'

Pero es posible que, además de las bombas de racimo mencionadas, la mayor amenaza para la UE, y por ende para España, sea el impulso definitivo al desarrollo tecnológico de nueva generación dentro de unos parámetros fabricados para la exclusividad y el interés particular de los hombres de negocios que ya pastan libres en las dehesas de la Casa Blanca. La fotografía de los magnates de las grandes tecnológicas en la toma de posesión de Trump y abrevando en sus estrategias pasará a la historia. Tal concentración de poder solo barrunta problemas muy serios para el resto del orbe.

Hay días en los que esta hiperactividad tecnológica recuerda al ciclo en el que explosionaron las puntocom, aquella burbuja de finales de los 90 de las empresas de internet que estalló en pedazos tras un periodo alcista fuera de control y provocando una crisis mundial en toda regla. Los expertos vienen avisando de que hay serias dudas sobre la viabilidad y eficacia de un modelo que requiere de inversiones millonarias. El lunes saltó por los aires la cotización de Nvidia –uno de los gigantes tecnológicos norteamericanos– tras la irrupción de DeepSeek, el modelo de IA de una startup china que incendió el mercado con una aplicación gratuita producida por una ínfima cantidad de dinero. Nvidia bajó un 15% en la bolsa, con una pérdida de 500.000 millones de dólares, la mayor pérdida de valor de una acción en la historia del índice. Le pegó una buena sacudida a Wall Street, a algunas de las empresas de referencia y contaminó a otros mercados. Como el Eurostoxx 50, que dejó a ACS y Merlin a la cola como castigo por su apuesta por los centros de datos. La diferencia con la crisis de las puntocom es que ahora hay dos jugadores en la mesa: EEUU y China.

Por el momento, el modelo de inteligencia artificial que gana es chino. Ha sido desarrollado con el chip ya anticuado que le permitió Estados Unidos cuando le impuso sanciones y, por lo tanto, tirando de innovación. Lección adicional sobre lo absurdo de ponerle puertas al campo: China tiene el récord mundial de patentes y saca cada año al mercado más ingenieros que si se suman todos los que forman el resto de países del mundo. Su modelo es barato de producir, de descarga gratuita y funciona con código abierto, lo que permite verle las tripas y aporta cierta seguridad respecto a si es un troyano que transfiere la agregación de datos que ya se está produciendo a un gobierno como el chino. No hay que fiarse de los chinos, advierten algunas voces. De acuerdo. ¿Y de Musk, Zuckerberg, Altman, Cook, Bezos y del resto de la partida, sí hay que fiarse?

Stargate, el “benefactor” global

El presidente de EEUU había anunciado hace unos días –con fanfarria y jactancia– oficialmente el proyecto Stargate. Se trata de la mayor iniciativa conocida para el desarrollo de la infraestructura que requiere el desarrollo de la inteligencia artificial. No existe nada parecido en el planeta. Con una inversión de 500.000 millones de dólares financiados por Open IA, SoftBank. Oracle, Microsoft, la castigadísima Nvidia y el fondo soberano de Abu Dhabi MGX, pretende ser la plataforma estratégica –a través de centros de datos e infraestructuras en todo el territorio– que sostenga el uso masivo de datos y la potencia de computación del desarrollo de todos los modelos de inteligencia artificial. El Estado no pondrá un duro, aunque parece evidente que lo tutela, alienta y controla. No en vano, Trump proclama que Stargate transformará para siempre la capacidad tecnológica de su país.

Anuncian dos cosas: la inmediata creación de cien mil “puestos de empleo estadounidenses y para estadounidenses” y que Stargate será una especie de benefactor global que generará beneficios económicos para todo el mundo. Sobre esta segunda afirmación, el Financial Times publicó, basado en fuentes anónimas, que lo que se está cocinado es un negocio que beneficiará solo a Open IA. Trump y las megaempresas que lo apoyan no tienen crédito como para creer en un afán filantrópico y globalista. Nos vamos a enterar, ahora sí, de qué va el capitalismo salvaje de amiguetes, ya sin caretas ni disimulos. Con el anuncio en la Casa Blanca, las acciones de SoftBank se dispararon un 10% en solo unas horas. Y días después su principal promotor se hundía en la bolsa. Lo salvaje es salvaje para todo: para hacer rico y para arruinarse en un santiamén.

Europa, con una década de retraso

Mientras EEUU crea la superred para la IA y China desarrolla su propia IA con la misma potencia que Chat GPT , peroinfinitamente más barata, la UE está abordando ahora el proceso político administrativo que le permita competir. Llevamos una década de retraso como mínimo. Hoy los europeos no tenemos opciones para jugar en esa liga. Esta es una carrera de dos. Como dice el Presidente de Oracle, Larry Ellison, “la IA es una carrera de Fórmula 1 pero pocas empresas y pocos países pueden entrar en la carrera. Por eso está muy bien para nosotros”. El problema es que quien no esté en ese desarrollo está condenado a ser algo parecido a un país paria.

El riesgo para la UE es evidente. Solo cuatro de las 50 empresas tecnológicas más importantes del mundo son europeas: SAP (Alemania, en el puesto 18), Schneider Electric (Francia, en el 26), Nokia (Finlandia, en el 35 y ASML (Países Bajos, en el puesto 42). Entre las 20 primeras empresas del mundo por capitalización bursátil solo hay una europea: la danesa Novo Nordisk, impulsada por el hallazgo del Ozempic, el medicamento contra la obesidad.

España, solo Telefónica

En España la única empresa que podría aspirar a jugar en las grandes ligas tecnológicas es Telefónica. Hoy está lejos del grupo de cabeza, aunque está muy bien valorada en otras dimensiones: está entre las diez primeras del ranking global Excellence 1.000 Index 2025 de Newsweek y el Best Practice Institute como una de las diez empresas globales capaces de equilibrar el éxito financiero con la responsabilidad social, la ética y la sostenibilidad; entre las diez más comprometidas con la sostenibilidad según Time y Statista; el primer puesto de las telecos mundiales en el Ranking Digital Rights (RDR), que analiza el impacto de su actividad económica sobre los derechos humanos; la cuarta del mundo en su evolución hacia una empresa tecnológica; es la empresa tecnológica “más responsable socialmente” según el World Benchmarking Alliance; y está en el ranking de “las más admiradas del mundo” de la revista Fortune. Esto de los rankings es como las meigas: existen. Pero hablamos de competir en las partes duras del mercado, por más que las zonas blandas pesen hoy notablemente.

El Gobierno tiene un plan detrás del movimiento de nombres en las empresas estratégicas participadas por el Estado a través de la SEPI. La salida de Pallete de Telefónica (10% propiedad del Estado), sustituido por Marc Murtra (ex de Indra) y la entrada de Ángel Escribano como presidente en Indra (28% de capital público) debería sustanciarse en un paso relevante en la creación de eso que llaman “un campeón de la defensa nacional”, sumando a Hispasat (un 7,4% directo del capital es de la SEPI más el porcentaje mayoritario a través de Redeia), como lo es Thales en Francia (26% directo del Estado) o Leonardo en Italia (30% del Estado). Aun así, estas empresas europeas necesitan ganar músculo respecto a los gigantes norteamericanos. Y las tecnológicas, sobre todo, tienen una peor conexión con el mercado de capitales, una de las claves del éxito de esta actividad en EEUU.

Tecnología, bienestar social, derechos y libertades

Si en la próxima década –asumiendo que vamos muy tarde– no se ponen las bases para una nueva competitividad europea en la línea con el diagnóstico de los informes de Draghi o Letta, la UE no podrá salir de la zona de peligro y quedará definitivamente cuestionado su futuro económico, su autonomía estratégica, su capacidad de pesar globalmente y su influencia política. Y ahí está todo, incluidos los estados de bienestar, las libertades o la posibilidad de seguir siendo el parque temático global de los derechos. La Trumponomía 2.0, como la llama Andrea Rizzi, nos sitúa a todos ante el espejo. Nadia Calviño, presidenta del Banco Europeo de Inversiones, apuesta por una voz fuerte europea en este nuevo orden mundial, apostando por la multilateralidad, la cooperación y la unidad. Hay algunas áreas que requieren liderazgo o cuando menos, autonomía: seguridad, defensa, energía y tecnología. Y la clave es la competitividad.

La brújula para la competitividad

La comisión ha presentado esta semana la iniciativa para convertir a la UE en el lugar “donde se inventen, fabriquen y comercialicen productos limpios, tecnologías del futuro y servicios, al tiempo que se erige en el primer continente que logra la neutralidad climática”. Pretende la CE cerrar la brecha en la productividad y se muestra convencida de poseer lo importante: talento, capital, ahorros, infraestructuras sociales potentes y un mercado único “siempre que se actúe urgentemente para hacer frente a las barreras de larga duración y a las deficiencias estructurales que la frenan”. Innovación, descarbonización y seguridad. Esa es la triada. China acaba de demostrar que es posible competir sin tener que invertir millonadas desorbitantes, con acceso limitado a las últimas tecnologías por las sanciones. Y le ha dado un repaso a los siete gigantes tecnológicos norteamericanos. No es una mala pista. Se parece demasiado a la inversión de la Nasa de un millón de dólares en 1969 en un bolígrafo que escribiera en gravedad cero mientras los rusos optaron por llevar lápices a la luna. Lástima que sea una historia apócrifa.

El Estado 28

La European Round Table (ERT), las 61 empresas tecnológicas e industriales más grandes de la UE, han formulado un manifiesto reclamando medidas para la integración del Mercado Único Europeo, que cumple ya 32 años. Entre ellas la desaparición de las trabas regulatorias, reducir la fragmentación del mercado, eliminar las barreras al comercio y “adoptar un enfoque holístico de la competitividad” que incluya la simplificación de la normativa europea. Para las empresas con vocación global trabajar adaptándose a 27 legislaciones nacionales tiene un efecto disuasorio. De ahí surge la propuesta del llamado Régimen 28, que funcionará como una superestructura (como un ficticio Estado 28) con una legislación laboral, fiscal y empresarial única e incluso un régimen especial para las interconexiones energéticas. Algo parecido quiere crear el Gobierno de España con las comunidades autónomas.

No obstante, los expertos advierten de que esos movimientos políticos favorables a las grandes empresas no deben traducirse en un poder omnímodo que tenga efectos adversos. No es una desregulación salvaje, sino una reforma profunda que permita a la UE competir globalmente sin descuidar el mercado interior donde se mantengan los equilibrios razonables. Los informes de Letta y Draghi también plantean la interacción de los mercados bancarios y de capitales, además de los de servicios y digital, al margen de los 800.000 millones de euros que calcula la CE que hay que movilizar anualmente.

La UE no se puede quedar colgada de los caprichos del nuevo zar estadounidense. Colombia ya ha tenido un primer aviso del matonismo trumpiano. Aviso para navegantes. El acuerdo con Mercosur o los que se negocian con México y Malasia son buenos ejemplos de los caminos a seguir. La ventaja añadida ante terceros países es que la UE juega con las reglas conocidas, no se las salta arbitrariamente. Respeta los acuerdos y no actúa como un niño malcriado cuando lo han dejado sin postre y con un revólver en la mano. Eso genera confianza y seguridad y nos convierte en un actor fiable. Pero los europeos, en todo caso, tenemos mucha faena pendiente y vamos muy tarde.

BREVERÍAS

Decretos I: podado pero adelante con lo sustancial

En el sinuoso juego político de la aprobación del decreto ómnibus y sus derivados nadie sale bonito en la foto. Todos han modificado sus posiciones. El decreto llegará desmochado al Parlamento pero conteniendo lo sustancial: subida de las pensiones, ayudas al transporte, ayudas a los afectados por la dana, medidas sobre lo que indignamente llaman en el PP y Vox la "inquiocupación" en relación a personas en situación vulnerable que dejan de pagar el alquiler coyunturalmente. El Gobierno es siempre el que más pierde y el que más gana, aunque resulte paradójico. El decreto que decayó en el parlamento exhibiendo la fragilidad de los acuerdos parlamentarios que sustentan al Ejecutivo era, en sí mismo, la admisión de la dificultad de encarar unos presupuestos. Por eso incluía más de cien medidas, que en parte podrían paliar (sustituir) a unas nuevas cuentas. En cambio, saca adelante ya otras sustanciales.

Decretos II: el Gobierno gana y pierde y sigue gobernando

El Gobierno pierde porque se traga el caramelo envenenado de admitir a trámite la petición de que el presidente se someta a una cuestión de confianza, algo a lo que dijo que no accedería. Lógico: es mencionar la soga en casa del ahorcado. Las afirmativas se vuelven relativas. Puigdemont obliga a Sánchez a tragarse ese veneno. Aunque no del todo. El único compromiso sobre la mesa -que sepamos- es el de la tramitación de la moción, que no anticipa que vaya a ser aprobada y en ningún caso y tendrá un efecto final respecto al mandato. ¿Qué gana Sánchez? Lo más importante es que sigue gobernando. Las devoluciones de fotos y las escenas del sofá con Junts regresarán, y pronto. La sensación de final de verano está instalada, aunque a veces el otoño tarda en llegar. Pero de momento Sánchez sigue en la Moncloa y Feijóo en la oposición. Quien quiera que haga lecturas filosóficas, pero esto es política y quien tiene el poder, gana; y quien no lo tiene, pierde. ¿A qué precio? Ya, claro. Esa es otra.

Decretos III: Junts, a por la próxima escena del sofá

Junts solo juega en el terreno de lo simbólico. Sus logros para Cataluña los administraría Salvador Illa. Por lo tanto no tienen recompensa directa. En cambio, para Puigdemont y los suyos, la narrativa del partido asilvestrado que domina al Gobierno y tiene a raya a las fuerzas de mal “españolas” frente a un pastueño ERC, le sirve. Es casi lo único que le vale porque en el fondo no quieren al PP y Vox gobernando. Han modificado la redacción de la cuestión de confianza, convirtiendo su admisión en un gesto voluntario del presidente. Piden más, pero todo es difícil. La amnistía ya está en el terreno del TC y poco más puede hacer el Gobierno: eso de perseguir a los jueces que prevariquen es un argumento de tertulia. Lo del uso del catalán en la UE ya cuenta con una moción impulsada por los socialistas. Lo más peliagudo es la obsesión de Junts de tener el control de las fronteras terrestres, aéreas y marítimas de Cataluña, la tramitación del Número de Identificación de Extranjeros y los procesos de expulsión. Es una idea delicada: dejar el control de inmigrantes en manos de un partido ultranacionalista no anuncia nada bueno. Y es un paso cargado de simbolismo indepe el que se va a tragar el Gobierno porque Cataluña parecerá una frontera menos española y con un plus añadido de propaganda internacional para la causa. No parece que la UE fuera a permitirlo. Pero sorprendentemente el Gobierno ya busca un encaje con fórmulas como una delegación de cesión con competencias compartida. Una cosa es ceder la gestión de los puertos (Aznar) y otra ceder la de las fronteras. Suponemos que después lo pedirá Bildu y el PNV. Y podría pedirlo Extremadura por Portugal y Andalucía por Marruecos. ¿Con qué argumentos no se lo cederían? Si amarran estos acuerdos habrá un segundo decreto ómnibus que recuperará parte de lo que decayó con el primero. En el fondo, Junts vuelve a amagar pero no termina de dar. Pero a cada paso hace un descosido en el reparto competencial y en la forma de entender el país, que nos afecta a todos.

Decretos IV: el PP le teme más a los pensionistas que al ridículo

El PP se deja muchos pelos en la gatera. Desde su rechazo frontal, ahora se ve obligado a aprobar el decreto y en peores circunstancias de las que podría haber suministrado, por ejemplo, una abstención. Pero le teme más a los pensionistas que al ridículo. Además de las pensiones se incluye la cesión al PNV de la sede del Instituto Cervantes en París, un edificio que le arrebataron los nazis a los nacionalistas vascos y se lo regalaron a Franco. La cesión ahora es un acuerdo “miserable y asqueroso” según el portavoz Tellado o “un escándalo moral” para Borja Sémper. Pues se lo acaban de tragar como fakires y encima dejan los puentes rotos con el PNV. El decreto no resuelve la subida del IVA a los alimentos básicos, línea roja que trazó el PP y que ahora ha borrado distraídamente con el pie. Para colmo, el nuevo decreto no incluye la actualización de las entregas a cuenta a las comunidades autónomas, la mayoría gobernadas por el PP, que sí contemplaba el primer decreto: casi 10.000 millones menos que van a los territorios. Digamos, muy suavemente y con generosidad, que Feijóo no brilla en la estrategia política.

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