Álvaro Luna: "En Huelva no nos creemos lo que tenemos en Doñana"

Entrevista

El onubense acaba de presentar su obra La era del plástico, donde afronta desde un análisis científico el impacto de la sobreproducción en los ecosistemas y el ser humano

Álvaro Luna, biólogo y divulgador científico onubense posa con su libro 'La era del plástico'. / M. G.
Antonio Carrasco

26 de julio 2020 - 06:00

Biólogo empeñado concienciar y divulgar, Álvaro Luna (Huelva, 1987) asume que sin la comprensión de la naturaleza es estéril cualquier lucha por su conservación. El plástico es una cruzada contra la que se revela en La era del plástico, un repaso desde el punto de vista científico a toda la problemática generada, por todos los ecosistemas, desde ciudades a suelo agrícola, ganadería, aves terrestres, lagos y ríos, y por supuesto medio marino.

–¿El plástico es nuestro enemigo?

–Es un invento que tiene aplicaciones maravillosas, que es barato y resuelve muchas cuestiones diarias, pero que se ha convertido en un problema grave porque en gran medida acaba en el medioambiente, circula, se acumula y retorna a través de la naturaleza por las cantidades que ya soporta el planeta.

–¿Se nos ha ido de las manos?

–Absolutamente. Su uso se ha descontrolado por parte de la sociedad y lo más grave es que a sabiendas del problema que supone sigue aumentando cada año la producción. Es algo curioso.

–¿En qué medida crece?

–El dato exacto no se conoce, pero las gráficas son evidentes. Es cierto que hay zonas como Europa donde se toma conciencia del problema para ponerle coto especialmente con los plásticos de un solo uso, pero hay otras regiones del planeta donde tienen otras necesidades que les hace imposible afrontar problemáticas medioambientales como las del plástico.

–¿Es un problema con solución?

–Es difícil porque el que ya está en circulación es muy complejo de reducir o recuperar porque el plástico ha llegado a lugares a los que el ser humano apenas ha podido llegar. Se ha encontrado restos en lugares a los que hombre llega con una cámara remota o dentro de los animales, lo que nos demuestra que el problema es muy agudo. No existe una manera real de retirar tal cantidad de materiales.

Álvaro Luna, durante su etapa de realización del doctorado con una beca de La Caixa en / M. G.

–Si un día llegamos al fondo de la Fosa las Marianas...

–Nos encontraremos una botella de plástico. Ya ha ocurrido que llegamos a 10.000 metros de profundidad y nos encontramos envoltorios de caramelos. Los hay en el Everest o en glaciares de los Alpes porque el viento igual que lleva arena del Sahara transporte fibras de plástico. Debemos olvidarnos de la idea de la imagen de los residuos en zonas urbanas o industriales porque la naturaleza lo transporta hasta cualquier rincón virgen que no tiene la culpa de nada.

–La basura se ha convertido en la huella humana.

–Se dice que cuando los arqueólogos dentro de cientos de años estudien nuestra civilización lo que encontrarán como recuerdo de esta época de la humanidad serán nuestros deshechos inorgánicos.

"Hay un problema de desconocimiento que nos hace reciclar porque nos obligan, no porque lo comprendamos”

–¿Son viables las alternativas que se plantean para cubrir la dependencia que tenemos del plástico?

–Sinceramente creo que todo el uso médico y de lo que realmente es útil debe mantenerse porque es una opción mucho mejor que las alternativas que había en el siglo XIX. Donde hay que trabajar es en esos productos de un solo uso o prescindibles porque su vida entre nosotros son de minutos y luego permanecen miles de años en la naturaleza.

–¿La crisis del plástico es otra alerta de la sobreexplotación del planeta?

–Es un síntoma más del camino peligroso que llevamos. Ha aparecido en un momento en el que medioambiente no está para sufrir nuevos golpes. No es el más grave de los problemas, pero es uno más que complica la situación ya difícil que afronta la naturaleza.

–¿Por qué tenemos que ver el desastre para reaccionar?

–El ser humano reacciona muy bien ante situaciones extremas, si bien nos cuesta mucho prevenir o actuar antes de que estallen los problemas en la cara. Nos cuesta verlo. En algunas sociedades como la nuestra se acrecienta.

–Cuando vemos esas imágenes de las grandes balsas de plástico que flotan en el océano a todos nos afectan mucho, pero la realidad es que la contaminación la tenemos mucho más cercana. En su trabajo incide mucho en esos microplásticos que están metidos en nuestra vida y no vemos.

–Sobre las islas de plástico hay cierta confusión porque no son islas como tal, sino zonas de agua como sopas de gran concentración donde flotan fibras y trozos de plástico. Los microplásticos son menos visibles y se nos cuelan mucho más de los que vemos. Son las que muchos animales terminan comiendo y luego acaban en nuestra mesa. Se calcula que hay ciudades como París sobre las que hay siete toneladas de plástico flotando en el aire. Es un material que respiramos y consumimos.

–Un informe de Greenpeace denuncia que España solo recicla el 30% del plástico que produce. ¿Es un problema de medios, de mentalidad, de educación o de voluntad?

–La realidad es que me parece un porcentaje hasta generoso, porque hay países en los que la cifra es mucho menor. Llevamos décadas haciendo campañas de concienciación sobre el reciclaje y creo que deberíamos hacer mucha más fuerza en la producción de materiales que podamos reutilizar después para tener que reciclar menos. En cuanto al plástico nos encontramos con problemas como el coste de algunos materiales como un tetrabric o porque no hay fábricas preparadas para afrontar algunos procesos.

"Llegamos a 10.000 metros de profundidad y nos encontramos el envoltorio de un caramelo”

–Tendemos a ver cualquier problemática desde una visión occidental y olvidamos que hay países con necesidades básicas prioritarias que no pueden destinar esos recursos.

–Hay países sin gestión de aguas residuales ni recogida de la basura, por ejemplo, a los que no podemos pedirles que afronten una problemática medioambiental como la del plástico del mismo modo que podemos hacerlo en España.

Álvaro Luna junto al monumento a Félix Rodríguez de la Fuente. / M. G.

–La reciente pandemia nos ha demostrado que la naturaleza se abre paso en cuanto la dejamos respirar.

–La naturaleza es muy agradecida. A muy poco que la ayudamos responde siempre. El problema es que estamos en un sistema que produce tanto que llevamos a nuestro planeta al límite. Creo que estamos en ese punto en el que nos estamos dando cuenta o cambiamos o no tendremos solución. El problema es que a veces tomamos decisiones en plazos humanos que tienen poco que ver con los que maneja la naturaleza.

–¿Estamos a tiempo?

–Parece que vamos dando respuestas poco a poco aunque no todo el planeta puede ir a la misma velocidad. Trabajamos para dejar un mundo mejor a quienes vengan detrás. Hay pequeños cambios en las leyes de protección de la naturaleza, pero hay mucho trabajo duro por delante. Hay que tener una visión global y no localista ante la conservación. En España por ejemplo se trabaja mucho en la protección de la biodiversidad, pero sin embargo somos el país de Europa con más multas por el tratamiento de aguas residuales urbanas.

–¿Cuál es el estado de salud ambiental de Huelva?

–Varía mucho de una zona a otra. Doñana es el espacio más emblemático y su estado es preocupante por la calidad del agua y el consumo descontrolado de sus acuíferos subterráneos. Es un espacio muy humanizado, rodeado de grandes masas humanizadas en Huelva, Sevilla y Cádiz lo que lo hace muy complicada su conversación, aunque también tenemos una red de protección muy buena que trabaja para garantizar su supervivencia.

–Tuvo la oportunidad de realizar su doctorada en la Estación Biológica gracias a una beca de La Caixa. La conoce bien.

–Diría que es una de las joyas mundiales como humedal más importante de Europa. En Huelva no nos creemos lo que tenemos y su valor. Es un sitio emblemático a nivel mundial que maltratamos, sobre todo el agua que es la razón de ser.

–¿Maltrato?

–Para cierta población del entorno siempre se ha visto más como un lastre para el desarrollo que una oportunidad. No es diferente a lo que se ha vivido en otras regiones a lo largo de la historia de España, que es un país con atraso en conservación importante. Si Doñana estuviese en el norte de Europa o en Inglaterra sería visto de otra manera.

–Acaba de cumplir medio siglo como espacio protegido. ¿Cómo será cuando cumpla un siglo?

–Los pronósticos no son buenos. Hay que cambiar tendencias negativas que machacan su entorno como la presión humana agrícola. La protección política debe servir para garantizar su futuro porque lo protegen leyes nacionales e internacionales. De todos modos nunca olvidemos que el ecosistema de Doñana es dinámico y dentro de medio siglo será diferente a lo que ahora conocemos, aunque sin perder su riqueza biológica.

–Hablamos de Doñana pero la pregunta es aplicable a cualquier espacio protegido ¿Cómo alcanzar el equilibrio entre conservación y la explotación?

–Es una cuestión a la que se enfrentan todos los espacios naturales del planeta, no es exclusivo de España o de Doñana. Todos tienen conflictos con colectivos. En el caso de nuestra provincia el equilibrio pasa por la comprensión de todos los sectores, por un conjunto de leyes que protejan la naturaleza desde el respeto a una comunidad que tiene derecho a su futuro. Ese futuro pasa por hacerlo todos bien. Hay que entender el punto de vista del otro y los agricultores fundamentalmente deben comprender que el sistema de explotación actual puede generar riqueza hoy, pero es garantía de hambre mañana porque no es sostenible. Disponemos hoy de tecnología y conocimientos que debemos aplicar en todos los sentidos para optimizar los usos del agua y los suelos.

–¿Debe ser un objetivo lograr que esa naturaleza genere riqueza en la medida que su entorno no dependa de su explotación?

–En el caso concreto que Doñana es capital para Huelva ya lo hace a través del turismo, arrozales en la marisma transformada y en las piscifactorías. Entrar en la rentabilidad de la conservación es un debate casi filosófico. Hay lugares que deben ser conservados al margen del rendimiento económico por su propia esencia, por el mero hecho de existir, su valor medioambiental y hay que pensar en los servicios ecosistémicos que nos ofrecen los espacios naturales para el clima, la contaminación, el freno de nuestros sistemas dunares ante posibles maremotos o el control natural de los mosquitos que produce la fauna, por ejemplo. Si traducimos todo eso en dinero son muchos millones de euros.

–¿Es consecuencia de lo cortoplacista que es la sociedad?

–Así somos en España. Quizá en el norte de Europa tienen la capacidad de ver más allá por su propia mentalidad. Lo vemos en nuestros políticos, que son tremendamente cortoplacistas y son incapaces de programar planes más allá de su propio mandato. En el caso de la naturaleza no se puede gestionar en base a ciclos políticos porque un ecosistema no entiende de elecciones cuatro años. Requiere de proyectos largos, de programas que a lo mejor tardan 20 años en dar resultados y eso a veces no interesan porque los políticos prefieren proyectos que dentro de su ciclo puedan vender.

–Hay un elemento clave en su trabajo que es la divulgación. ¿Qué papel debe jugar la enseñanza en la conservación?

–Lo considero una parte fundamental. No considero terminado un trabajo hasta que lo he divulgado por todos los medios posibles. Si uno hace cosas sin que la sociedad lo comprende entonces es un fracaso total. La sociedad debe comprender lo que se hace en ciencia, lo que se hace en cualquier ámbito porque cuantos más conocimientos tengamos, mayor capacidad para comprender el funcionamiento del planeta y los motivos para conservarlo. Los conocimientos sobre la naturaleza son tan elementales como los de lengua o matemáticas. Uno de los grandes problemas que tenemos es el desconocimiento. Hay que reciclar porque sepamos el valor que tiene, no porque alguien nos obligue a hacerlo.

Enseñar para comprender el planeta

La divulgación es una de las bases del cambio de hábito. No hay conciencia sin comprensión de los mecanismos que marcan el ritmo de la naturaleza. Álvaro Luna centra en la divulgación del conocimiento científico uno de sus pilares. Con personajes emblemáticos como el recordado Félix Rodríguez de la Fuente o Charles Darwin entre sus referentes, compagina sus estudios con trabajos en la radio, conferencias y cursos en los que transmitir a la sociedad que la conservación de la naturaleza es una necesidad. Álvaro Luna defiende que no debe ser la consecuencia de normas que castiguen el incumplimiento sino de la conciencia. Reciclar no debe ser una forma de evitar una multa, sino la respuesta humana a un problema creado por el hombre. Su experiencia a pie de campo, con un doctorado becado por La Caixa le permitió conocer la joya de la biodiversidad que es Doñana.

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