Antonio Abad, guía del fandango
Historias del Fandango
Fue uno de los aficionados alosneros más decisivos para la consolidación y expansión del fandango hace un siglo, con fama de buen cantaor y conocedor de los diversos estilos
Se llamaba Antonio Abad Sánchez Limón (1901-1985), Antonio Abad para los aficionados. Siendo un niño, hijo de empleados de los Consumos, el destino le llevó pronto desde la Málaga en que nació al Alosno de su crianza, y desde allí, con catorce años, a Huelva. El empresario Francisco Orta Rebollo le contrató unos años después para trabajar como cajero en la oficina de recaudación de las contribuciones de la capital, según los datos biográficos aportados por Manuel Romero Jara.
Por su afición, siendo muy joven todavía, ya había asimilado y metido en su cabeza y en su corazón las emociones y el dejillo de los fandangos de su pueblo, como dejaron escrito quienes le conocieron y le trataron (principalmente, Francisco López Jara, y más tarde Juan Gómez Hiraldo, que se ocuparon de la trascendencia de su cante). Si a su juventud y sus conocimientos añadimos rasgos destacados de su personalidad, como que era muy sociable, empático, buen conversador, muy educado y con mucha afición por los cantes, tendremos definida la figura emblemática que estuvo en el lugar justo y en el momento adecuado. Así fue, porque Antonio Abad resultó ser una persona determinante en aquel presente del fandango y en su futuro, como vamos a ver seguidamente.
Llevó con él los fandangos alosneros
Buen conocedor de los fandangos de su pueblo, llegó a los ambientes flamencos de la capital poco antes de los años veinte, encontrando un pueblo grande –poco más de treinta mil habitantes–, en el que había gusto por el flamenco, desde luego, y unos cuantos cantaores destacados aunque la afición al fandango no llegara a la que había en el Alosno.
En las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX, muchos alosneros se habían trasladado a la ciudad para trabajar como empleados de las empresas que habían montado los ricos de su pueblo en sectores como la banca, la minería, el comercio y los servicios.
Y allí, siguiendo la costumbre habitual de los alosneros de reunirse entre ellos, hablar de sus cosas y echar ratos juntos, Antonio Abad fue un asiduo de aquellos encuentros de tertulia y cante. En tales reuniones se le escuchó cantar y demostrar sus conocimientos, ganándose pronto la fama de buen cantaor y de conocedor de los diversos estilos de fandangos. Fama que trascendió fronteras, llegando a aprendices y aficionados que lo buscaban en sus ratos de asueto para escucharlo, como dejó escrito Francisco López Jara [1].
En Huelva vivió con su familia hasta 1943, cuando cerró la oficina en la que trabajaba, recalando después en Isla Cristina como apoderado de un empresario del sector pesquero. Posteriormente, tras enviudar, se marchó a vivir con su hija a las Islas Canarias, volvió a cambiar de trabajo, ahora como apoderado de un inversor italiano, y finalmente falleció en Madrid, en una de las visitas que hacía a su hijo. Sus restos mortales están enterrados en Isla Cristina.
Con poquita voz y mucho estilo
Por la descripción que hace de su cante López Jara –cargada de nostalgia por la juventud compartida–, Antonio Abad debió tener mucho encanto diciendo los fandangos y acompañándose él mismo con un guitarrillo para entonar los aires alosneros [2]:
Marchena, discípulo oyente
Según cuentan quienes le conocieron, fue el mejor instructor de los fandangos de Alosno en el momento más decisivo para su difusión y su enseñanza, porque ambas funciones ejerció Antonio Abad desde su afición marcadamente alosnera.
Se habla principalmente del Niño de Marchena, que habría vivido en Huelva un tiempo, “quizás un mes”, aprendiendo de sus cantes casi todas las noches en un rincón del Círculo Mercantil, en El Comercial o en el café Nuevo Mundo, cantando y hablando de los fandangos, de sus letras y sus ambientes y del flamenco en general. Allí cantaba, a veces durante horas, los fandangos valientes para el aprendiz sevillano y otros oyentes ávidos de conocerlos [3].
“Aquellas veladas –recordaba López Jara– eran todo una diversidad de gloriosas facetas llenas de melodías. Era… ¡todo un poema del misterio del cante alosnero! Y todo lo hacía Pepe para penetrar en los duendes de los personalísimos estilos de Antonio durante aquellas gratas e inolvidables jornadas!”.
Lo que aprendió Marchena de esa estancia en Huelva se ve reflejado a la perfección en su discografía: en sus primeros discos canta diversos estilos de fandangos huelvanos con un compás y un aire impecables. El que sería en los años siguientes el cantaor buque insignia del fandango en la ópera flamenca, aprendió en Huelva, básicamente escuchando a Antonio Abad. En sus primeros tiempos como artista, Marchena es el cantaor que mejor reproduce el canon de estos fandangos.
Pero no solo él. Antonio Abad fue también fuente de aprendizaje para los cantaores locales. Podemos imaginar a jóvenes como el Niño de Rengel, al Niño Isidro –tan impregnado de lo alosnero en sus creaciones–, jóvenes alrededor de la veintena, o a El Comía, escuchando y aprendiendo unos fandangos que por entonces eran casi desconocidos más allá del pueblo andevaleño. Y otros artistas allende Manzanilla [4].
(Continuará).
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