¿Apoyar o ayudar a las personas en su gestión emocional?
Gente Inteligente
Saber ver la diferencia entre apoyo y ayuda es una cualidad muy inteligente que nos convierte, además, en grandes compañeros y compañeras de vida
Huelva/Ayudar y apoyar no conllevan las mismas implicaciones. Muchas veces los usamos como sinónimos, pero si nos paramos un poco a ver sus diferentes matices, nos damos cuenta de que, desde apoyar a ayudar, lo que va creciendo es nuestro grado de intervención. Eso quiere decir que cuanto más nos metemos, más ayudamos y menos apoyamos y, por tanto, menos libertad damos a esas personas a las que pretendemos echar una mano.
Vamos a ir dejando claro, por si no llega usted al final de este artículo, que las dos cosas pueden ser necesarias, pero que empezar ayudando a quien sólo necesitaría un poco de apoyo supone un secuestro de sus propias capacidades y el robo de una oportunidad para crecer. Por eso, una habilidad de la gente inteligente es saber elegir el grado de apoyo o ayuda que las personas que le rodean requieren en cada momento de convivencia.
Experimentar la diferencia
Le voy a proponer, como tantas otras veces, que experimente la diferencia entre ayuda y apoyo. O al menos, que la imagine.
Si opta por experimentarla en primera persona, y además quiere compartir ese aprendizaje con alguien de su entorno a quien quizás le venga bien ver bien la diferencia entre dar o recibir ayuda y dar o recibir apoyo, le cuento aquí los pasos.
Pídale a esa persona que le eche una mano y dígale que se siente en una silla. Prepare un vaso de agua fresquita y póngalo fuera de su alcance. Una vez ubicados a cierta distancia vaso y persona, avísele: ¿quieres agua? Te voy a ayudar a beber, ¿vale? Y cuando diga que sí, porque el vaso está empañado de lo fresquita que está el agua y realmente le apetece, usted ayúdele así: coja el vaso, no deje que lo toque, aguántele la cabeza, súbale un poco la barbilla, póngale el vaso en los labios y vierta el agua en su boca.
Posiblemente la persona se quejará, e incluso se mojará si no atina a tragar cuando toca. Quizás hasta se enfade o se sienta infravalorada, porque tiene recursos suficientes para beber y sin embargo le hemos ayudado sin considerar sus capacidades. ¿Le suena que pase esto en algún momento de nuestras vidas? Era una pregunta sobre todo para papás y mamás.
Volvamos a la experiencia. En vez de ayudar, ¿cómo apoyaría a la persona a beber? Haciéndonos esta pregunta es cuando, de forma natural, entramos a valorar las capacidades de esa persona, para indicarle donde está el agua e invitarla a levantarse, acercarle la mesa hasta donde pueda cogerla, darle el vaso en la mano, o lo que sea que necesite. De menos a más. Eso es apoyar con conciencia e inteligencia emocional.
Dar apoyo emocional
Con las emociones ocurre igual que con el agua, lo que pasa es que las capacidades de la persona a la que pretendemos apoyar no son tan evidentes y es más complicado identificar su nivel de habilidad para salir de su hoyo emocional por sus propios medios. ¿Necesita apoyo o ayuda? Es la primera pregunta que deberíamos hacernos.
Dar apoyo emocional no es tan fácil como pudiera parecer. Lo primero que debemos conseguir es dejar de pensar que todas las personas experimentamos las mismas emociones en situaciones similares, ni siquiera que vivimos esas emociones de la misma manera. Como dice el sabio refranero popular, ‘cada persona es un mundo’. Pues eso.
Así que hoy le traigo algunas orientaciones que viene bien tener en cuenta para fortalecer nuestra capacidad de apoyar a quienes nos importan cuando están en una mala situación emocional.
Use su lenguaje no verbal y el verbal para dar pruebas de que está escuchando. No tenga prisa usted por entender o llegar a conclusiones, ni siquiera por ofrecer un consejo a esa persona. Párese primero simplemente a escuchar, y a hacerle sentir que la escucha. Y para eso, haga preguntas para comprender, no para dirigir. Mírela a los ojos. Si se lo permite, añada de vez en cuando un contacto físico leve, sólo por confirmar que está cerca. No interrumpa. Repita lo que ha entendido para demostrar, y de paso cerciorarse, de que ha comprendido.
Escuche sin expectativas y sin presionar. No prejuzgue, no le diga si eso que le cuenta es o no una tontería o algo más o menos grave. Deje que sea ella quien le cuente lo que quiera de lo que está viviendo, de cómo lo siente, e incluso de dónde lo siente. Y si no quiere contarle nada, simplemente recuérdele que puede contar con usted, y sea paciente.
Valide sus emociones. Por muy obvia que parezca esta recomendación, recuerde que si le cuenta que siente miedo, para esa persona es miedo. Es su emoción. No ponga en duda sus reconocimientos emocionales, aunque usted piense que se sentiría de otra forma. Y por supuesto, no bromee ni menosprecie sus sentimientos.
Compártase. Cuando sepa que ha comprendido y tenga la seguridad de que la otra persona se siente escuchada, puede usted compartir situaciones parecidas de su propia vida. Háblele de lo que cree, pero sin sentar cátedra ni pensar que usted tiene la razón. Sugiera, proponga, abra caminos, alternativas que la otra persona pueda considerar para tomar alguna decisión.
Dé libertad y respete sus tiempos. Ponga interés en que la otra persona tome alguna decisión y actúe, eso sí, pero a su ritmo, y no insista en que haga algo concreto, por muy adecuado que a usted le parezca. Es su emoción, es su gestión, es su vida. Sea paciente.
Lo mejor de ejercitar nuestra habilidad para dar apoyo emocional a las demás personas, es el efecto espejo que se produce en nuestro propio equilibrio emocional. Esa es la recompensa de la gente inteligente.
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