El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Huelva Paranormal
Una de las peores situaciones que he tenido la oportunidad de vivir, por lo intranquilos que estábamos y el choque de sensaciones que vivimos aquella noche, me sucedió en el Tiro de Pichón en plena Sierra de Huelva. Un edificio de casi un siglo de antigüedad. Recuerdo como entramos allí al atardecer de un mes de Noviembre.
Mientras escudriñábamos cada rincón del majestuoso edificio teníamos la sensación de estar siendo vigilados… Colocamos algunos detectores de presencia que al menos nos indicaría si alguien físico se acercaba. Seguimos investigando y los equipos comenzaron a fallar, era como si algo les estuviera “chupando” la energía. Sólo se salvó la cámara en Hi8 con visor de infrarrojos.
Recuerdo que al llegar a la gran escalera que repartía las habitaciones sentí tras de mí un extraño movimiento, como si algo o alguien arrastrara los pies, sentí frío… Pregunté a mis compañeros si “¿estamos solos en el edificio?” Y ellos afirmaron que si…
Ese momento sería clave. Posteriormente bajamos hacia las habitaciones y nos sucedió algo singular: el pasillo parecía no tener fin, por mucho que andábamos aquel pasillo y sus habitaciones parecían no acabar, era como si aquel viejo edificio estuviera jugando con nosotros.
La intranquilidad comenzaba a aflorar, una melodía se los años 40 comenzaba a sonar, como si un viejo gramófono resurgiera de su ahogada vida… Nos miramos los tres (Jordi Fernández, Sergio Moreno y yo) y tratamos de buscar el origen de aquel sonido, de aquella música, pero no lo encontramos.
Al entrar en la cocina algo toca a Jordi en la cabeza, él se gira y dice: “no es broma, algo me ha tocado la cabeza, vámonos de aquí”… ¡Que más hubiéramos querido! No encontrábamos la salida, aquella casa seguía jugando con nosotros, investigadores que fuimos a investigar y salimos investigados.
Los nervios afloraban, los móviles no tenían cobertura y sólo quedaba la salida de huir por una de las ventanas, pero de repente una puerta se abrió en la pared, una escalera que ascendía del lugar por donde habíamos venido… Era nuestro momento, el momento de salir de allí y no volver… Era noche cerrada y casi no nos atrevíamos a mirar hacia atrás, la tétrica silueta del edificio destacaba en la oscuridad de la noche entre algún relámpago de los que azotaba a la sierra…
A los dos días volqué el contenido del video en el ordenador y una sorpresa mayúscula surgió: ¿recuerdan el incidente en las escaleras? Pregunté: ¿hay alguien más en el edificio? Y una voz del misterio, una voz sin rostro y casi sin alma, psicofónicamente, respondió: “En-fer-mi-zo”… Sin dudas uno de los edificios más encantados y donde peor lo he pasado.
No fue la única experiencia extraña vivida en aquel lugar, en una posterior visita los fenómenos fueron igualmente inquietantes. Me encontraba con mi compañero José David Flores haciendo mediciones en la parte de la cocina cuando comenzamos a escuchar una voz que parecía hablar sola, en la inmensidad de aquel frío espacio. Movidos por la curiosidad fuimos a ver si alguna compañera se encontraba en la zona y estaba hablando, al llegar no vimos a nadie, estábamos solo. Fue en el mismo lugar donde meses antes a Jordi Fernández le habían tocado la cabeza, donde había notado el contacto frío de unas manos de nadie que, desde arriba, parecía acariciarle. Otra singular experiencia fue la que vivimos junto a los hermanos González cuando, al penetrar en un viajo salón, vimos como “algo” surgía de un lado, una sombre -una más-. En un lugar en el que decían que se aparecía el viejo guardés del edificio que juró lealtad al rey... ¿sería él? Nunca se sabe pero, desde luego, el susto y la impresión se la lleva uno sabiendo que allí no había nadie, al menos delante de nosotros.
Cuando se tiene este tipo de experiencia se sabe que nadie del equipo la ha provocado y que, por contra, pertenecen a ese otro lado que investigamos y donde no hay sugestión. Muchos podrán pensar que son exageraciones pero, llegados a este punto, al investigador le da igual esas críticas y opiniones pues sabe que lo que ha vivido -y grabado, que es más importante- es real.
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