Al frescor de los veladoresPLAZA DE LAS MONJASUna muy ilustre tertulia en el kiosco de la Cervecería Viena
Los kioscos-bar estuvieron desde mediados del siglo XIX hasta 1970
La plaza continúa siendo un lugar para el ocio donde pasar las jornadas calurosas de los meses de verano
Huelva/La Plaza de las Monjas, que fue siempre centro de la ciudad para el ocio y el divertimento, contó con célebres kioscos-bar. Veladores en la plaza que centraban las tertulias de muchos ciudadanos y eran una invitación a pasar los mejores ratos. Aunque en el tiempo de verano la ciudad se encaminaba hacia los Jardines del Muelle, más al frescor de la Ría, la plaza conseguía mantener su atractivo como lo hacia durante todo el año. Contaba para ello con cuatro kioscos en cada una de sus esquinas, como vigilantes de ella y surtidores de entretenimientos. Se hicieron célebres los kioscos, en ello contribuyeron sus propietarios, personas amables y agradables para toda la clientela.
Los más antiguos datos sobre los kioscos o aguaduchos en la plaza los aporta Diego Díaz Hierro. El primero que se colocó fue el de Federico Longo García, en la primavera de 1867; al año siguiente aparece en la otra esquina el de Comesaña. A finales del siglo XIX hay cambios en la propiedad de los kioscos y José Palacios Gómez vende a Manuel Valle Delgado el de su propiedad, en las inmediaciones de las Agustinas por cien pesetas.
La Plaza de las Monjas siempre fue sencilla, no afortunada en los cambios pero siempre contó para los onubenses con elementos que son sus señas de identidad, porque formaron parte de su cotidianidad.
La historia de los kioscos en sus cuatro esquinas, durante el siglo XX, comienza con la reforma de la plaza de 1905 que los pone en marcha. Esa estampa tiene un paréntesis en 1970, cuando desafortunadamente uno de los más laureados arquitectos que trabajaron en nuestra ciudad, como era Alejandro Herrero acabó con la plaza y sus kioscos, hasta que Alfonso Martínez Chacón los vuelve a recuperar a finales de los ochenta.
Todo comienza con la aprobación del proyecto de reforma de la Plaza de las Monjas de Francisco Monís, el 17 de febrero de 1905, declarado de utilidad pública. Se le dará un aire nuevo a la coqueta Plaza de las Monjas, hasta entonces de acacias y bancos de mármol con espaldares de hierro. Se amplía con el corralón del Teatro Hércules que era un atractivo más de este lugar, así como con las antiguas caballerizas del palacio. En este nuevo diseño aparecen los kioscos, que estaban concluidos el 3 de abril de 1907. A partir de entonces la ciudad vivirá más intensamente su plaza, será un complemento del ocio acompañado con los célebres conciertos de la Banda Municipal de Música que hacían las delicias de todos.
Por los kioscos pasaron diferentes propietarios que le dieron su impronta. En la sesión municipal de 1 de enero de 1909 se aceptaba el arrendamiento del kiosco número dos a favor de Serafín López Díaz, dueño de la Cervecería de Viena. En marzo de 1923 se concedía a Manuel Vizcaya Toledo el uso del kiosco esquina a las Agustinas; en esta misma fecha se gestiona por Francisco Arjona el arrendamiento del kiosco de la esquina de la calle Vázquez López, que ya venía ocupando.
En la última etapa de los kioscos, cuando se eliminan en la reforma de 1970 de manera inconsciente porque formaban parte de la vida de la ciudad, allí estaban el de Ramón López García, sobrino de Serafín López, y en la esquina de Vázquez López tenía todo el ambiente de la cervecería. El otro kiosco bar, en la esquina de Espronceda, el de Antonio López Jara Jarita. Junto a las Agustinas, el de Manuel, de prensa y chuches, con lebrillos de chufas. En la punta de Méndez Núñez estaba el de Paulino El Paquetito con sus patatas fritas con azúcar y canela, "como las hace la abuela", era su cantinela.
El kiosco de Ramón López fue el último que resistió pero también tenía condena de derribo. Allí se daban cita las celebres tertulias recreativistas con el que fuera presidente del Decano; sirvió hasta de taquilla en la inauguración del Estadio de la Isla Chica. Pasó a su hijo Ramoni y se reubicó en la nueva Plaza del Velódromo.
En las Monjas, cuando llegaban Las Colombinas se contaba con la presencia de las vendedoras de buñuelos. En verano también se ubicaba en el espacio que dejó la Fuente Magna el kiosco de los helados con sus veladores.
Se salvó la caseta del guarda gracias, según contaba Ernesto Lazo en uno de sus capítulo dedicado a esta plaza, por la mediación de la concejal Carmen Granell, delegada de la Sección Femenina, consiguiendo el indulto de la hermosa casetilla.
Un nuevo aire se le dará a la plaza con la reforma que proyecta Alfonso Martínez. En 1988 recupera el kiosco de la música y antes de final del año siguiente comienza la reposición de los cuatro kioscos. Se palia en algo la anterior reforma que como el propio arquitecto indicó "sufrió" la plaza. El diseño es distinto, ya no tienen cúpulas redondas como el mismo hotel París. Ahora son modernos, con utilización de hierro fundido y azulejos vidriados en cobre.
Dos de ellos se adjudican para comida rápida; se pierde la estancia de veladores como en los antiguos. Los otros dos se destinaron a prensa y golosinas y otro a punto de información turística, no hubo puesto para flores como se habló al principio.
En ese momento la plaza no tiene ningún bar en su perímetro. Más tarde hay una propuesta municipal de un bar casetón en la zona de los ficus. Es un diseño no falto de polémica en su ejecución, se incluye en la poco afortunada reforma de Francisco Vallejo, en 2007.
En la actualidad hay, además, diversos bares que se encargan de crear el ambiente perdido por los kioscos bares. Le dan vida a la plaza, reafirmándola en ese lugar de ocio necesitado de un velador para tomar unas cervezas bien frescas en este verano tan caluroso.
Kioscos, templete, fuente y palmeras, y ahora bares, vienen a conformar el espacio de ocio, lugar de juegos para los más pequeños o de tertulia de los mayores en los veladores y siempre punto de referencia en grandes acontecimientos de la ciudad.
Por eso la Plaza de las Monjas ha sido en toda época el referente de una ciudad.
Los kioscos interesaron a todos, como esta tertulia en la que se ve a ilustres onubenses en el de la Cervecería Viena, en 1919. Allí, sentados, de izquierda a derecha, Claudio Saavedra, Nicolás Vázquez de la Corte, Manuel Jiménez, un contertulio no identificado, Pedro Garrido Perelló, José Soriano, Joaquín Domínguez Roqueta, Antonio Oliveira Domínguez, Luis Losada y Antonio Mora Claros. De pie, Diego Calle, otro contertulio no identificado, Manuel del Castillo, Felipe Morales y Camilo Bel. Delante de una tienda que luego fue la taberna de Doña Rosa.
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