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José Ignacio Castillo Manzano
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Con el curso escolar finalizado, las manos de las estudiantes abandonan el bolígrafo y los apuntes por la aguja y el bastidor.
En la época estival de Aracena el abanico de actividades se dispara con multitud de posibilidades: juegos, descanso, viajes, clases particulares, escuelas deportivas… Desde hace muchos años Amalia Domínguez congrega durante los meses de julio y agosto en el ático de su casa a muchas niñas dispuestas a aprender distintas labores. Eso sí su afición por la aguja empezó con los doce años. Y existe una alternativa poco usada entre los jóvenes, y no necesariamente de corta edad, aunque es algo bajo el disfrute por antonomasia del sector femenino. En algunos casos sus obras se dedican al adorno de lujo para sus hogares. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones tienen un uso de por vida con el instinto de la mujer por ampliar su ajuar con la elaboración de mantelerías, cuadros, tu y yo, etc. Esto último consiste en coser dos piezas cuadradas de tela en forma de posavasos para las tazas del café de dos personas; de ahí su genuino nombre. Amalia te enseña si es necesario el punto yugoslavo, pese a la inexistencia de este país con tal denominación, o el punto inglés. Aunque, el arte estrella entre las veintidós mujeres presentes en el taller de Amalia sigue siendo el bordado. El viejo punto de cruz para ser enmarcado en cuadros no se pierde con el tiempo, y la vainica gana fuerza entre las muchachas, es decir, el bordado que se hace especialmente en los dobladillos tras sacar algunas hebras del tejido. En su vida diaria además del trabajo de ama de casa se dedica a las labores por las numerosas peticiones de las vecinas de Aracena, y con motivo de festividades como la Cabalgata de Reyes Magos, Semana Santa y Romerías. Sus más de treinta años dedicados al arte de las labores han valido para que enseñe a dos generaciones, ya que ahora tiene a niñas como Alejandra y Elvira, y anteriormente a sus respectivas madres. Además se juntan de la misma familia para compartir una misma afición como las primas Raquel y Noelia o Gertrudis y Dolores, madre e hija respectivamente. Los cuatro días de labores, de lunes a jueves de once a una del mediodía, se convierten en un hervidero de niñas en torno a Amalia bajo la pedida de turno para que revisen y corrijan el trabajo sobre sus bastidores. Las más pequeñas y principiantes como Noelia de siete años acuden con más frecuencia, y alguna que otra vez, rehaciendo lo elaborado. Pese a todo como reconoce Amalia Domínguez todas consiguen coser lo propuesto en un principio, y teniendo en cuenta la dificultad de las distintas técnicas. Ni que decir tiene hebrar una aguja, apretar el hilo, no perder la concentración, tener siempre el dedal puesto sin pincharse el dedo… Además cuenta con la ayuda de sus dos hijas, Vanesa y Cristina, para aumentar la atención sobre el resto de alumnas, y a su vez, elaboran sus propios trabajos sin la intención de dedicarse en un futuro a la difícil "labor" de coser. Al final de la jornada se sienten abordadas por el deseo de probar los ricos helados obsequiados por la maestra, y sin embargo, amiga. En Aracena han existido también otras mujeres dedicadas a enseñar a los pequeños como la artista local Antoñita "la Noja", aunque su muerte ha propiciado la orgullosa soledad de Amalia para enseñar a las generaciones futuras de Aracena que coser y divertirse es posible si se hace con buen hacer, dedicación y cariño. Y para que su pueblo sea consciente de su complicada labor e importante legado tiene previsto una exposición con todos los trabajos realizados durante el verano.
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