Dolmen de Soto. Una joya del megalitismo en la Huelva de inicios del siglo XX

Monumentos

La provincia presume de contar con uno de los hallazgos más fascinantes de la arqueología andaluza, un descubrimiento coetáneo al de la tumba de Tutankamón

Dolmen de Soto, descubierto en el cabezo conocido como del Zancarrón, en la finca de ‘La Lobita’, un fundo que fuera propiedad de su descubridor, Armando Soto Morilla.
Dolmen de Soto, descubierto en el cabezo conocido como del Zancarrón, en la finca de ‘La Lobita’, un fundo que fuera propiedad de su descubridor, Armando Soto Morilla. / Román Calvo
J. Fernando Habardón De La Banda

18 de abril 2021 - 06:00

En la historia de los grandes descubrimientos arqueológicos se encuentran las páginas épicas de aquellos individuos que supieron concebir la grandeza de la historia de una sociedad, su pasado, lo que define su propia identidad. De esta manera, tras el descubrimiento del tesoro de Tutankamon, en el valle de los Reyes de Egipto, siempre estará presente la personalidad de Howard Carter, que convertiría a la cultura egipcia en la más popular de aquella Inglaterra de principios del siglo XX.

La tumba del legendario faraón fue uno de esos hallazgos que trasciende de lo puramente científico, que lo mismo cubrió páginas de sensacionalismo que de investigación, llenando cientos de páginas de periódicos, tertulias de cafés e incluso discusiones de profanos que ocupaban las tardes del aquel 1922, en plena resaca de una Guerra Mundial que quedaba ya atrás, inmersos en los felices años de una década que presagiaba un horizonte de esperanza para Europa.

Y en ese mismo año, como una casualidad del ritmo de la historia, en una finca onubense de la localidad de Trigueros, Huelva miraba hacia el interior de su origen, con el descubrimiento de una joya del megalitismo, desenterrando un espacio de identidad funeraria, que lo incluiría entre los hallazgos más fascinantes de la arqueología andaluza, el conocido hoy con el sobrenombre de dolmen de Soto, en recuerdo de un legendario personaje que estuvo al nivel de la historia, don Armando Soto Morilla. El encuentro de esta cámara en Trigueros se uniría al de la Pastora y Matarrubilla en Valencina de la Concepción (Sevilla), hallados en 1860; y los de Menga y Antequera, situando así al megalitismo andaluz en una de los ejemplos más significativos del arte protohistórico peninsular y europeo.

Armando de Soto Morilla pertenecía a una ilustre familia de agricultores que se habían asentado en Andalucía, después que sus padres, Manuel de Soto y Rico y Emilia Morilla volviesen de USA, por lo que posiblemente naciera en tierras americanas. Se convertiría en un gran impulsador de la industria exportadora de olivares, como incluso así incluiría al final de su existencia la propia página de necrológica que sería publicada en un rotativo de la época. Fue un amante de la cultura, uno de esos insignes personajes sensibles y respetuosos en la tutela patrimonial, de los que ya en la alborada del XX existirían en Andalucía, formando parte de la Comisión Provincial de Monumentos y la Real Academia de la Historia de Madrid.

El gran pintor Gonzalo Bilbao lo retrataría como académico, un reconocimiento institucional derivado del hallazgo arqueológico en sus propias tierras. Llegaría a ser nombrado hasta Hermano Mayor de la Quinta Angustia de Sevilla.

Soto encuentró la cámara buscando la tumba de Mohamed Ben Muza.
Soto encuentró la cámara buscando la tumba de Mohamed Ben Muza. / Román Calvo

El destino lo llevaría a reencontrarse con la historia en sus propias fundos, en un lugar conocido como el Cabezo del Zancarrón, en su propia finca conocida como La Lobita, un predio adquirido por el propio Armando. Él mismo dejara plasmado tan importante descubrimiento en el Boletín de la Sociedad Española de la Excursiones, ya en 1924, entre cuya redacción estarían algunas de las figuras más excepcionales de la historia de la arqueología española: Elías Tormo o José Ramón Mélida.

En el relato nos dejaría con precisión los avatares del propio hallazgo, donde señalaría como duraría su excavación ocho meses, agradeciendo a su amigo Juan Vides Alamo, un labrador de la localidad de Trigueros, quien le instaría a que excavara en este sitio buscando la tumba de Mohamed Ben Muza, uno de los más insignes matemáticos, cuyo tratado contenía la solución de las ecuaciones de segundo grado.

Y como el mismo refiere “En dicho Cabecillo acaba de construir de nueva planta la casa del guarda La Lobita, y recordé que el maestro albañil me había dicho que en algunos sitios se había ahorrado el profundizar los cimientos por haber dado en piedra casi a flor de tierra. Interrogado el maestro albañil, de Lucena del Puerto, que allí holgaba, me aseguró que a medio metro de profundidad, había visto él una piedra muy grande. Cogió la espiocha, y antes de un cuarto de hora, me descubrió la extremidad de una piedra horizontal. No habrían encontrado la tumba anhelada, pero si el excepcional dólmen, donde se encontrarían restos humanos, juntos con objetos diversos, como hachas y cuchillos”.

El propio Soto relata, ante el insólito hallazgo como se pondría en contacto con el Conde de la Mortera y el Duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, que paradójicamente invitó a Howard Carter que mostrara su excepcional descubrimiento en Madrid, concretamente los días 23 y 24 de noviembre de 1924. En plena Feria de Abril, el 1º de mayo, el propio Duque y su buen amigo Santiago Montoto visitarían el dolmen. Sería el Duque de Alba, a instancia del propio Soto, quien invitaría a un arqueólogo alemán, H. Obermaier, para que pudiera analizar el monumento descubierto.

No podemos olvidar la figura excepcional de su esposa, Dolores Ybarra Gómez Rull, hija de Luis Ybarra González y María Concepción Gómez Rull, que a su vez sería abuela del cantante José Manuel Soto. Una mujer de amplia formación cultural, amante del flamenco, poseedora de un tablao flamenco en la calle Zaragoza, donde bailaba como profesor Enrique el Cojo.

La llegada del sacerdote H. Obermaier constituiría el respaldo final sobre la magnanimidad del dolmen descubierto, un arqueólogo de origen alemán, que se uniría al gran número de investigadores e historiadores que se establecieron en Andalucía a principio del siglo XX, como fue el caso de Adolf Shulten que por estos años andaba buscando Tartessos.

Obermaier se había convertido en estos años en uno de los más prestigiosos arqueólogos europeos en los albores del siglo XX. Nació en Ratisbona en 1877, terminaría nacionalizándose español, teniendo en su haber una excepcional carrera de investigador. Llega a España en 1908, para estudiar las cuevas prehistóricas, acompañando a uno de los padres de la Prehistoria, H. Breuil, con quien visitaría la cueva de Altamira.

En los años que se iba a dedicar al estudio del dolmen de Soto, fue cuando excavó y restauraró la propia cueva de Altamira, que se encontraba en estado ruinoso. En ese tiempo contaría con el apoyo del Duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, quien en calidad de presidente de la Real Academia de la Historia, le nombraría su capellán.

De este modo, sería gracias a la intervención del Duque de Alba como llega H. Obermair a visitar el dolmen de Soto, recién nombrado catedrático de Historia Primitiva del Hombre, a propuesta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, realizando la investigación pertinente y dejando sus resultados en un artículo recogido en el Boletín de Excursiones. Obermair sería nombrado en 1924 académico de la Historia y en los años sucesivos reconocido como uno de los exponentes más significativos de la divulgación del mundo arqueológico.

En el decreto del 3 de junio 1931 el dolmen de Soto sería reconocido Monumento histórico-artístico, perteneciente al Tesoro Artístico Nacional, siendo publicado en la Gaceta de Madrid, del 4 de junio, a las que se uniría la iglesia de Santa María de la Granada de Niebla, el Castillo de Almonaster, la iglesia parroquial de Villalba del Alcor, la iglesia de San Francisco de Ayamonte, la iglesia del Castillo de Aracena, el convento de Santa Clara de Moguer y la iglesia de San Jorge de Palos de Moguer. En este decreto se incluirían otros enclaves arqueológicos excepcionales como fue el de los Millares en Gadór, las Cagotas (Cardeñosa, Ávila).

Al mismo tiempo, se añadirían los más importantes dólmenes del sur de la Península Ibérica, como fueron el del Prado de Lácara, en Mérida, Romeral (Antequera) y la Pastora y Matarrubilla de Valencina. La inclusión del dolmen del Soto en el listado de los Monumentos Históricos-Artísticos significaría el respaldo institucional del megalitismo de Huelva, uno de los más reconocidos en el ámbito mundial actualmente.

Más aún cuando este decreto fue la primera intervención pública de tutela del Patrimonio Monumental en España, incluyendo en su listado 789 bienes muebles e inmuebles, la mayor parte perteneciente a la Edad Media.

La declaración se daría a instancia de la Junta de Excavaciones, institución que había nacido hacia el año 1912, uno de los primeros organismos tutelares del Patrimonio Cultural de nuestro país, y la Junta de Patronato, creada ya en 1926, para la conservación y acrecentamiento del Tesoro Artístico Nacional.

Sería el Gobierno Provisional de la recién creada II República la que promulgaría el Decreto. A partir de este momento, se irían incrementando las investigaciones científicas dedicadas al dolmen, las cuales han llegado hasta nuestros días y no dejan de sorprender a profanos y eruditos en la materia; así como las respectivas intervenciones públicas a instancia de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, como las realizadas en los años 2012-2013 en el marco del Proyecto de Conservación y Puesta en Valor, un verdadero respaldo institucional del Patrimonio Cultural.

El monumento se inscribe en el Catálogo General del Patrimonio Histórico como Bien de Interés cultural con la tipología de Monumento, y se incluye en el Proyecto Territorios Rupestres, un instrumento de intervención pública para la difusión de este especifico patrimonio cultural.

El dolmen de Soto se convertiría de esta manera en un excepcional hito arqueológico donde se vislumbra la superposición de varias etapas de asentamiento y estructuras históricas.

Una reciente publicación de la revista PH, de octubre de 2015, firmado por José Antonio Linares y Coronada Mora Molina sintetizaría la configuración histórica del monumento. Un primer nivel historicista nos llevaría a la existencia de un círculo de piedras del Neolítico, de un diámetro de sesenta metros, compuesto por piedras de distintas materias primas y materiales, entre los que se encontraban menhires.

La culminación sería la creación de un excepcional monumento megalito, que contaría con un túmulo de grandes dimensiones de morfología circular, con un diámetro de sesenta metros, formando una colina artificial de hasta 350 centímetros de altura. Estaría delimitado por un anillo perimetral de bloques de calcarenitas, entre otros materiales.

Al exterior presentaría un deambulatorio, un vestíbulo de acceso, una antecámara y una cámara, destacando los ortostatos y las amplias losas de cubierta, que dan una impronta de grandiosidad al conjunto. Cabe resaltar los abundantes tipos de grafías que cubren las losas, que muestran una gran variedad de motivos iconográficos (elementos geométricos, antropomorfos, bandas, líneas y collares) y de técnicas de grabados.

Sin duda estaríamos ante uno de los santuarios de enterramientos mejores conservados de Andalucía, preservándose restos humanos, por lo que incluso Obermaier defendería la tesis de que los propios signos serían atributos o símbolos de los difuntos.

El silencio de una tarde, la caída del Sol, una iluminación que se va atenuando hacia el anillo del dolmen y un recuerdo especial de la figura de un amante de la historia, Armando, cuyos restos hoy conservamos en su panteón familiar del cementerio de San Fernando en Sevilla, realizado en 1890 por Francisco Aurelio Álvarez Millán. En él se contempla una singular mujer sentada, portando una cruz latina y un libro, sobre un catafalco ornamentada por volutas en los extremos, y unas amplias guirnaldas, siguiendo el modelo propio de la arquitectura funeraria de finales del siglo XIX.

Obermaier resaltaría la labor que había realizado Soto al mencionar como en un futuro se recordará su legado, cuyo nombre quedará para siempre ligado a uno de los más resonantes descubrimientos arqueológicos que se han registrado en España durante los últimos tiempos.

Un descubrimiento, el del dolmen de Soto, que revolucionaria el panorama de la arqueología megalítica, casi coetáneamente al descubrimiento del tesoro de Tutankamon, que revolucionaria la Egiptología. Dos mundos funerarios, el Megalitismo y el Egipcio, que se unen en la búsqueda de la vida eterna.

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