“Hay mucha cultura de formación, pero muy poca de aprendizaje”
DAVID BARREDA | FORMADOR, CONSULTOR Y CONFERENCIANTE
En su libro ‘El formador 5.0’, desgrana las estrategias para su labor y qué beneficios reporta este tipo de experiencias en los alumnos y en las empresas
Huelva/Más de 11.000 horas dando formación a profesionales de todos los ámbitos desde 1999 avalan a David Barreda, que acaba de publicar El formador 5.0. Cómo diseñar e impartir formaciones efectivas en entornos presenciales y virtuales (Editorial LID), una guía detallada para todos aquellos que deseen afrontar esta labor, que define como la “generación de un contexto para que el alumno aprenda”.
En esta obra, en la que los conceptos formar y aprender se entrelazan, Barreda se marca el objetivo de “compensar esa necesidad de tener estrategias para transferir conocimientos, habilidades y aptitudes”. En sus palabras, la formación es un proceso de comunicación que tiene como centro el alumno, en un contexto de constante cambio que obliga a un reciclaje continuo que denomina “estado beta permanente”. “La vida útil del conocimiento cada vez es más corta”, apunta, aunque admite que “las personas no tenemos capacidad de seguir el ritmo exponencial de renovación de los conocimientos”.
Este es el reto que se plantea la sociedad actual, ante el que Barreda señala como clave “estar en continuo aprendizaje de una forma saludable y sostenible”. Es necesario afrontar la realidad cono es y “ante eso debemos prepararnos”. Los formadores ofrecen maneras de hacerlo a través de experiencias en las que los alumnos deben aprender, corre de su cuenta y en este sentido, advierte que “depende mucho de cómo hayamos cultivado la capacidad de aprendizaje a lo largo de nuestra vida, es como un músculo”.
En su libro, David Barreda desgrana todas las aristas de un proceso formativo y cómo su labor comienza mucho antes de llegar al aula, ya sea presencial o virtual. Por eso, establece como arranque un trabajo previo porque “lo que nos interesa es conocer las condiciones en las que se va a desarrollar esa formación, qué la motiva, cuáles son las necesidades que hay que cubrir y a partir de ahí, con esa fotografía hacer la mejor experiencia posible”.
En este sentido y con su experiencia acumulada sostiene que “las empresas que tienen interés genuino se lo toman muy en serio, se implican”. Por contra, para las que no supone más que “rellenar el expediente, no les compliques mucho la vida”.
Llega el momento de encontrarse con las personas que van a recibir la formación y comienza una experiencia en la que hay que alinear “cabeza, corazón y estómago” para transferir conocimiento, empatizar y gestionar las relaciones que se producen dentro del grupo. El autor señala también la importancia de “la impronta personal, que encuentres tu estilo de comunicación, seas como seas” ya que, añade, “cada uno de nosotros debe permanecer en su manera de ser y a partir de ahí utilizar herramientas y metodología para socializar el aprendizaje”.
Los alumnos ya están en clase, expectantes… y a veces con una pasividad que debe afrontar el formador en “una inercia grupal que se genera, detrás de la que todo el mundo se esconde a ver qué ocurre y que en la mayoría de las ocasiones es ese punto de prudencia que tiene la persona”. En ese punto, toca lograr “que la gente se sienta cómoda, que no vea el proceso como una amenaza, y una vez que eso suceda y vean que van a ser los protagonistas, la pasividad se puede reducir”. La gente es el centro y por eso, “lo ideal es que el alumno esté el 70% del tiempo trabajando y si no, se convierte en un proceso divulgativo”.
Ya fuera del aula es cuando se produce el aprendizaje, cuando llega la aplicación a la vida real de los conocimientos adquiridos. Como señala Barreda, “los formadores no somos responsables de lo que aprenden los alumnos, generamos el contexto para que el alumno aprenda” porque “lo ideal es que después de la formación, la persona sepa hacer cosas que antes no sabía y eso empiece a facilitarle la vida. Eso no se produce en el aula, allí se prepara”. Sin embargo, el autor apunta que existe “una cultura de la formación altísima, pero poca cultura del aprendizaje, que es lo que tenemos que estimular”.
David Barreda hace una mención expresa en el título de su libro a los entornos presenciales y virtuales porque ambos “son perfectamente válidos”. Abunda en ello y considera que “tendemos a un modelo híbrido que va a combinar la presencialidad con la parte en línea, la clave es casarlos para que tengamos unidad en el proceso formativo”. Por un lado, señala que “no hay que perder esa parte humana” y por otro, lo virtual también suma porque “permite consolidar los conocimientos”.
Imbuidos en una situación compleja de cambio económico y empresarial, percibe que “hay un incremento de algunas empresas para fortalecer las competencias de sus trabajadores porque nos han cambiado el escenario y seguimos jugando con las mismas reglas, pero ya no valen”. Ahora, concluye Barreda, “necesitamos aprenderlas”.
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