Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
Historias del Fandango
Celebrado en la plaza de toros de La Merced los días 21 y 22 de julio, por iniciativa de la Hermandad de los Judíos, este certamen surgió como una apuesta inspirada por el Concurso de Granada del año anterior. “Vamos a celebrar un concurso mejor que el suyo”, apostaron sus promotores, con Pedro Garrido Perelló, que fue el alma mater del proyecto, y Francisco García Prieto, su ejecutor, a la cabeza. Del grupo dinamizador formaron parte el concejal y torero retirado Miguel Báez Quintero Litri, el abogado y profesor Manuel Siurot, el óptico y gran aficionado Baldomero Campos y el doctor Eduardo Fernández del Torno (el forense que practicaría la autopsia, en 1943, al cadáver de William Martin, el hombre que nunca existió), entre otros; éstos dos últimos como miembros del jurado.
El reto fue un órdago temerario. Una ciudad de 36.000 habitantes se atrevió a competir con la legendaria Granada, que tenía 108.000 y un nombre famoso en toda Europa por el turismo que atraía su monumentalidad árabe y las leyendas fabricadas por los viajeros románticos. Por aquellos entonces, Huelva ofrecía poco más que jaulas de baño en el balneario de la Ría, las casitas de los británicos en Punta Umbría, la minería de Riotinto y Tharsis y los Lugares Colombinos. La Hermandad de los Judíos se encomendó a la fe en que saldría todo bien para afrontar aquel gran reto, porque en Huelva había afición flamenca, desde luego, pero la nómina del evento era elevada. Y para tamaña empresa convenía contar con un buen acompañamiento.
Frente a la larga lista de personalidades de gran prestigio que respaldaron al de Granada (Manuel de Falla, Federico García Lorca, Ignacio Zuloaga y una veintena de artistas e intelectuales más, incluidos los onubenses Juan Ramón Jiménez y Vázquez Díaz), el de Huelva no contó ni siquiera con una subvención municipal para sufragar los gastos: el Ayuntamiento granadino subvencionó con doce mil pesetas a la organización de su concurso, mientras que el Consistorio onubense solo dio mil pesetas para gastos.
Y había que contar con la prensa: los medios y periodistas más influyentes de la poderosa prensa de Madrid se volcaron con el acontecimiento, en tanto que al concurso de Huelva solo lo apoyó la prensa local. Tampoco tuvo apoyos institucionales relevantes: a los más altos dignatarios que se invitó fue a los infantes don Carlos y doña Luisa, que contestaron con un “iremos si las circunstancias lo permiten”, pero no debieron permitírselo y no asistieron.
Sí contaron los organizadores con apoyos cercanos. Hicieron aportaciones económicas el senador alosnero Manuel Rebollo Orta, el marqués de Aracena, el Círculo Mercantil y Agrícola, el Ayuntamiento de Alosno y el gremio de Tejidos y Bazares, entre otros.
A los dos grandes concursos los motivó el mismo objetivo, que era rescatar del olvido en que estaban sumiéndose los primitivos cantes andaluces. En eso hubo coincidencia, aunque el de Huelva no cayó en la romántica ingenuidad de buscarlos entre los campesinos y en las aldeas de la geografía rural. Como se había demostrado, no era en tales zonas donde se conservarían, como último reducto, los cantes primitivos: el cante era de los artistas profesionales, y la gente rural lo aprendía de ellos. Lo que se defendió en Huelva fue la entronización del fandango autóctono, tarea a la que se dedicaron personalidades como el alosnero Marcos Jiménez, el aristócrata José Pérez de Guzmán y las onubenses ya mencionadas. Fue investir de consideración flamenca al fandango de la tierra, aquel fandango NUEVO que había surgido con estética y razón flamenca y que venía construyéndose y definiendo su personalidad desde el último tercio del siglo XIX.
No, el de 1923 no fue un concurso de fandangos. Fue, como su denominación indica, un festival y concurso de cante jondo en el que el fandango fue tratado, por primera vez, como un cante flamenco más. Aquellas dos noches se cantó mucho por fandangos y se le premió en plano de igualdad con los otros cantes. El concurso supuso, pues, el punto de partida para la explosión fandanguera sin precedentes que se produciría en los años siguientes. De manera que la consolidación del fandango como cante flamenco fue una consecuencia sobrevenida por la vía de los hechos consumados.
Fue muy difícil reunir tantas figuras del flamenco en un solo cartel. Allí actuaron el prócer don Antonio Chacón, el Niño Torre, Manuel Centeno, El Gloria, la Perla de Triana (sustituyendo a la Niña de los Peines), Caracolito recién cumplidos catorce años, La Pompi y Rafael Ortega en el baile y las guitarras del Niño de Huelva, Currito el de la Jeroma, Antonio Moreno y Rafael Rofa, más la Banda de Cornetas y Tambores del 3º Rgto. de Artillería Ligera de Sevilla y la Banda Municipal de música. Y como concursantes, El Niño Rengel, de Huelva capital, premiado en su cante por soleares; José Ponce El Serrano, de Alosno, premiado por sus fandangos; Fernando Santiago, de Sevilla, por sus tarantas; José Sánchez El Cuchillero, de Huelva capital, premio por sus seguiriyas, y Diego Cárdenas, Rojita, de Isla Cristina, premio por sus malagueñas.
Tanto los concursantes como los profesionales cantaron fandangos… menos Antonio Chacón, quien años después diría aquello de “no me hable del fandanguillo. Eso ni es flamenco ni es ná. Un cante pa cocineras…”, aunque él reconocía valor flamenco al de Pérez de Guzmán y lo cantaba en reuniones privadas.
El coso de la Merced, en el que el pintor y decorador Pedro Gómez montó un escenario a modo de balcón con macetas y diáfano por los lados, se llenó las dos noches de un julio caluroso, iluminado para la ocasión con unos potentes focos que “convirtieron a la plaza en un ascua viva de oro... las caras se veían como si fuese de día”.
(Continuará).
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