El Instituto, nuestro instituto
patrimonio | tiene una identidad muy diferenciada y específica
ES posible, querido lector, que haya sido alumno del Instituto La Rábida y que su nombre despierte instantáneamente en usted todo un caudal de recuerdos y emociones; si no ha sido así es seguro que se lo habrá encontrado, majestuoso y elegante, en la colina del Conquero. Hasta es posible que haya estudiado en alguno de los institutos de Huelva o de la provincia y que éste lleve el nombre de algún antiguo e ilustre alumno del Instituto La Rábida, es decir que haya estudiado en los institutos José Caballero, Rafael Reyes, José Pulido Rubio, Juan Ramón Jiménez…
Hoy el Instituto La Rábida es, afortunadamente, un instituto más y con todos los otros de la provincia prestigia la enseñanza media. Es uno entre otros, pero con una identidad muy diferenciada y específica, fruto de su historia, tan entroncada en el vivir de nuestra provincia y de nuestra ciudad.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que éramos el Instituto, sin ningún apelativo o nombre propio más. Así se nos conocía y así se nos identificaba. Si acaso se habló allá por la década de los treinta o de los cuarenta del siglo pasado de un Instituto viejo y de un Instituto nuevo. Se aludía con el primer nombre a los años en los que el instituto tenía su sede a espaldas de la Iglesia de la Concepción, quinta de nuestras sedes a lo largo de los años, con un patio magníficamente pintado por José Caballero en su imprescindible Cuaderno de Huelva, en contraposición a nuestra casa en el Conquero desde el año 1933-34, obra singular y espléndida de José María Pérez Carasa y orgullo de la arquitectura onubense.
Nuestra historia es pues larga y profunda y casi acompaña a la existencia de Huelva como realidad provincial. Se funda el instituto por Real Orden de Isabel II en el año 1856. Por aquellos años ya contaban con instituto todas las provincias de Andalucía, aunque el de Cádiz capital no se crearía hasta el año 1863.
Desde ese momento, y fruto del trabajo intelectual y educativo de sus profesores y alumnos, el instituto se convierte en uno de los ejes que vertebran nuestra historia contemporánea y su papel en el devenir histórico será esencial porque, en primer lugar, somos la única institución educativa pública y laica que nos permite analizar el devenir provincial a lo largo de nuestra historia contemporánea; especialmente es cierta esta afirmación, si de lo que se trata es de conocer la posición de nuestra provincia y ciudad dentro de la historia cultural y del pensamiento en España y su vinculación con las corrientes europeas de la época; en segundo lugar, el instituto ha desempeñado un importante papel como eje vertebrador de Huelva y de la formación, durante más de cien años, de sus élites burguesas, pues en él se dan cita jóvenes del Condado y del Andévalo, de la Cuenca Minera, de la Sierra y de la Costa, que o bien estudian en él o bien vienen a refrendar, a veces durante más de una semana, sus conocimientos y a entablar relaciones con jóvenes en igual o parecidas circunstancias, y esto en una provincia, que por orografía e historia, ha tenido tan serias dificultades de articulación provincial. En tercer lugar, el instituto ha sido puerta de entrada de la modernidad y de sus valores en nuestra tierra. También en la periferia de Europa, y no sin dificultad, se van instalando actitudes, ideas que serán seña de identidad de la modernidad o del hombre moderno como la democratización de la vida política, el valor de la libertad y de la libertad de cátedra y de enseñanza, la tolerancia religiosa, la extensión de la educación a capas cada vez más amplias de la sociedad, el acceso de la mujer a la enseñanza media y su paso a la universitaria, la relación entre educación y mundo obrero, desarrollo económico y formación profesional, valor y cuidado del patrimonio cultural y natural, nuevas pedagogías…
De entre todas éstas, las dos grandes líneas de fuerza de la modernidad en nuestro instituto más decisivas han sido el krausismo y el americanismo.
El krausismo, el gran esfuerzo educativo y moral de poner a España a la altura de sus circunstancias, tuvo una presencia decisiva en nuestras aulas desde prácticamente su fundación en el año 1856 hasta bien entrado el siglo XX. Nombres que no debemos olvidar, porque conformaron nuestra impronta cultural y filosófica, fueron los de Federico de Castro y Fernández, padre del krausismo andaluz, discípulo directo de Julián Sanz del Río y su albacea testamentario que fue nuestro primer profesor de Filosofía y nuestro primer bibliotecario y que, una vez ganada la cátedra de Metafísica de la Universidad de Sevilla - de la que llegaría a ser Decano de Filosofía y Rector- ejercerá una influencia suave y permanente sobre la cátedra de Filosofía del instituto durante más cuatro décadas. A su sombra se formaron y enseñaron en Huelva Joaquín Sama y Vinagre, más tarde hombre de la máxima confianza de Francisco Giner de los Ríos y jefe de estudios de la Institución Libre de Enseñanza, o el moguereño José Sánchez-Mora y Domínguez, tan valorado por nuestro Juan Ramón, sucesor en la cátedra de Sama y director del instituto en el periodo finisecular (1893-1910). O ya el krausismo apellidado como krausopositivismo en la figura de Don Francisco de las Barras y Aragón, prohombre de la antropología y de la historia natural de nuestro país.
Al krausismo y a nombres como Sama y Federico de Castro y a otros profesores de la época, como Horacio Bel, le debemos las dos grandes aportaciones del instituto a la historia de la educación en España, acontecimientos, por tanto, que deben figurar en los anales de nuestra historia contemporánea: el acceso de la primera mujer a la enseñanza media en España en el año 1871, en la persona de Dª Antonia Arrobas y Pérez, natural de Talavera la Real, y que con su gesto abre las puertas de la enseñanza media y universitaria a todas las mujeres españolas, pues su caso sirve de ejemplo y precedente a todas las jóvenes que así lo solicitan en Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia…
El segundo acontecimiento es la fundación de la Escuela Libre Profesional para Obreros en el año 1870, la primera de las que se fundarán en el país y sin duda germen de la formación profesional reglada en España. En ella, con el mismo profesorado y en la misma sede del instituto y en horario de tarde-noche, se ofrecerán enseñanzas de Perito de Minas, Vinícola, Agrimensor, Aparejador, Piloto y Maestro de obras.
El americanismo será también una de nuestras señas de identidad pues, al fin y al cabo, la Sociedad Colombina Onubense se gesta principalmente entre su profesorado y la reivindicación de la obra del Descubrimiento y de la colonización del nuevo continente y del estrechamiento de los lazos culturales con las Repúblicas iberoamericanas han estado muy presente en las enseñanzas y en las obras de profesores como Horacio Bel, Sánchez Mora, Marchena Colombo, Terrades Pla, Pulido Rubio, Jos Pérez y tantos otros… Nuestro mismo nombre "La Rábida" es manifestación clara de lo que venimos diciendo.
El instituto ha sido eso y mucho más; y ahí están los afanes e ilusiones de todos los hombres y mujeres que han enseñado y estudiado en nuestras aulas y que han contribuido a que nuestra provincia y nuestra ciudad sean un poco más habitables cultural y socialmente.
Como profesores y alumnos tenemos un reto, un verdadero imperativo histórico y es guardar, conservar y acrecentar este legado del que no somos dueños sino usufructuarios, para que las nuevas generaciones del porvenir puedan disfrutarlo y aprender de él, al menos como nosotros lo hemos hecho.
De ahí que sea tan importante la restauración integral del edificio proyectado por José María Pérez Carasa, cuya primera piedra fue puesta el 21 de marzo de 1927. Huelva y sus futuras generaciones se merecen la restauración de este edificio que su autor concibiera como "un edificio amplio, bien dispuesto, en cuyas aulas, plenas de la bendita luz de la tierra, se aprenda a amar el estudio como el más grato de los sabores y a reconocer que la de estudiante fue la más dichosa etapa de la vida". Así sea.
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