Jean Seberg en Mazagón
Ahora se cumplen treinta años de su extraña y misteriosa muerte. La conocí en Mazagón en el máximo apogeo de su carrera, cuando Jean Seberg, se había convertido en una de las ninfas egerias de la nouvelle vague, nueva ola, innovadora y pujante que revolucionaría el cine francés - de cuya aparición ahora se cumplen cincuenta años - y tendría notable influencia en la cinematografía de todo el mundo. ¿Como no recordar a Jean Seberg en la impagable Al final de la escapada (1959), de Jean Luc-Godard, auténtica "chef d´oeuvre" de aquel movimiento cinematográfico?
Muy temprano aquella tarde, José Luis Ruiz, director del Cine Club Huelva, embrión del Festival de Cine Iberoamericano, que se fundaría siete años después, y yo, nos dirigíamos al hotel Santa María de la Rábida, donde se hospedaba la mayoría del equipo de la película Los pájaros van a morir al Perú (1968) que se rodaba en Mazagón, bajo la dirección del autor del relato original, el escritor y diplomático Romain Gary, dos veces ganador del Premio Goncourt, el más prestigioso galardón literario de Francia. El film lo protagonizaban la actriz norteamericana, afincada en este país, Jean Seberg, y el actor Maurice Ronet, a quien yo quería entrevistar. Recogimos a Maurice en el hotel y nos fuimos a Mazagón, donde el actor se alojaba en un chalet situado en lo alto de la zona del Picacho, desde donde se divisaba un paisaje impresionante de esta parte privilegiada de nuestro litoral.
Tomamos café, mientras Maurice nos enseñaba encantado un precioso tablero de ajedrez muy antiguo con grandes figuras que había adquirido en Sevilla. Le recuerdo como un personaje encantador, simpático, culto, inteligente y sensible que dejó una honda huella en el cine francés por su probado talento y entrañable personalidad. Aquella entrevista con Maurice Ronet fue una de las que me dejó más satisfecho de las muchas que he realizado a lo largo de mi carrera periodística.
Caía la tarde cuando los tres nos dirigimos a las ruinas de la Torre del Oro o del Loro, según la acepción popular de los mazagoneros, una de esas fortificaciones de almenara, características de nuestra costa, en cuyas inmediaciones se había construido una especie de bar de playa, similar, aunque más aparatoso, a nuestros populares chiringuitos. A un lado se encontraba una roulotte de cuyo interior salía de manera ostensible el griterío de dos mujeres que discutían en francés, pero que intercalaban gruesas interjecciones en perfecto español. Maurice Ronet nos lo aclaró: "Son Jean Seberg y su sirvienta que es española". Evidentemente la actriz había sido muy aplicada en el aprendizaje de los tacos malsonantes.
Luego asistimos al rodaje de una de las secuencias que tenía como escenario este pintoresco lugar. Sobre el agua de la playa flotaba el cuerpo de Jean Seberg, impulsado por las olas, que recogía Maurice Ronet. Casualmente Ricardo Bada me envió desde Alemania una postal de un paraje de la costa de Perú exactamente igual al de Mazagón, con sus famosos o peculiares médanos o meanos, como vulgarmente los llaman los del lugar, una especie de acantilados gredosos de naturaleza y color característicos.
Recordar a Jean Seberg es evocar a una actriz que alternó sus trabajos en el cine norteamericano y el francés, desde su reveladora Buenos días, tristeza (1958), de Otto Preminger, basada en la escandalosa novela de Françoise Sagan, aplaudida con juvenil entusiasmo por Cahiers du Cinéma, la idolatrada Al final de la escapada. Luego vendrían la memorable Lilith (1964), de Robert Roseen, que ella recordaba con gran afecto; su un tanto fallida experiencia con otro jefe de fila de la nueva ola, el genial Claude Chabrol: La ligne de demarcation (1966) y La ruta de Corinto (1967); La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), de Joshua Logan junto a Lee Marvin y Clint Eastwood, con quien vivió un fugaz amor; Aeropuerto (1970), de George Seaton, con Burt Lancaster; El atentado (1972), un "thriller político" dirigido por Yves Boisset, y algunas más. Pero su vida, su profesión, sus amores, y sus matrimonios, el segundo con el posesivo y celoso Romain Gary, resultaron fallidos. Con 41 años su cadáver apareció en un coche aparcado en la rue General Appert, de París con una carta dirigida a su hijo. Llevaba 11 días muerta. Sus relaciones con los Panteras Negras en defensa de los derechos de los afroamericanos, sus excesos, sus frustraciones, habían desequilibrado su vida. Fue un triste final para aquella tierna y delicada Jean Seberg que yo conocí en Mazagón.
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