Lea, usted
Hay un dicho muy repetido en mi memoria que suele mentar algo así como: no dejes camino por coger verea. Y verdad no le falta por aquello de que ayer, contra mi costumbre, dejé la libretilla que suele acompañarme y me lleve mi flamante tablet a la plaza. Apostado sobre el tendido, ufano de poder arrancarle tiempo a mi tiempo de crónica se fueron pergueñando línea tras línea hasta llegar al quinto. Ahí me abandonó la técnica. Una despampanante pagina en blanco me miraba y yo la miraba a ella. Casi de romance, oiga... pero más con el casi que con el romance porque debe ser que el impresentable juego que iba dando poco a poco la corrida de los Espartales me iba poniendo tenso, cuando llegó el remate de la suerte. Maldije primero, pero después pensé que dado lo raquítica de ración de emociones que iba deparando la tarde, quizás por compasión, mi memoria se había borrado. Y entonces me acorde de la libretilla esa que los aficionados debemos tener en algún sitio oculto de nuestra particular pasión para acordarnos de lo que nos llega y se queda. De esas cosas de una tarde que te suele traer el tiempo después de la corrida y a eso se agarra uno hoy para contarles un festejo de rejones que habla de dos toreros a hombros, de un maestro sin suerte con el lote y de una corrida de Los Espartales, brillante en su juego el año pasado, pero no en éste. Dicen los ganaderos humildes, cuando salen las cosas bien una tarde, que los malos están en el campo. Pues es verdad. Allí se habían quedado cuatro de los malos de la camada hasta llegar a Huelva. Los otros dos del festejo, estos buenos, se los llevó la suerte de una debutante llamada Lea Vicens. La francesa tuvo los dos ejemplares más enrazados y nobles de un festejo en el que tanto Pablo Hermoso como Andrés Romero tuvieron que pechar con dos lotes a cada cual más desrazado y desinteresado de la lidia y para más abundar, con mal estilo en esas embestidas reservonas que dejaron llegar.
Lea triunfadora de la tarde. La francesa tuvo toro y lo aprovechó a su manera, con sus formas y desde luego con acierto a la hora de calar el rejón de muerte. Efectividad sin fisuras.
Buena labor en su primero con toda su artillería equina sobre el ruedo mercedario, parando muy toreramente en el centro del anillo a ese tercero que tuvo celo para acometer al caballo. Primera ovación que alentaría a la francesa para dejar que Bazuka y Bético le llegaran en buena forma a los belfos del de Espartales que se hizo presente con nobleza en los embroques.
Lea lo desarboló de un certero rejonazo y La Merced le rugió al palco para que la rejoneadora luciera sobre sus manos dos trofeos que a esas alturas de la tarde daban confianza y franqueaban muchas cosas.
El impresionante y perfecto quiebro a lomos de Gacela dejó las cosas claras para el triunfo de Lea, con el público reconociéndole méritos. Apuntaló actuación en banderillas con Deseado y, ya más venida a menos la faena, con las rosas a lomos de Greco. Fulminante rejonazo y otra oreja más, junto a la petición de esa segunda que la presidencia no atendió.
Tampoco atendió, esta muy débil y tibia, la petición que hizo el tendido tras rematar Hermoso de Mendoza una labor muy técnica y limpia sobre la lidia de un toro distraído, desentendido de todo, incapaz de prestar emoción a ese rejoneo elegante del navarro. Sin emoción no hay paraíso y Hermoso atendió al respetable saliendo a saludar hasta el tercio. Nobleza navarra porque la verdad es que a Mendoza le regaló poco el tendido ayer. Se puede entender que su primero dijese poco y que esa facilidad de oficio induzca a frialdad en al algún momento pero volvió a repetirse la actitud del tendido que sólo se vació en la ovación cerrada que Hermoso cosechó tras rematar mal con los aceros una faena en la que Disparate había conseguido enhebrar con elegancia las pocas embestidas que le regaló el de los Espartales. Poco balance efectivo, pero a estas alturas de la carrera, Pablo está ya en otras cosas.
Quien no está en otras cosas es Romero. No puede estarlo porque la lucha del onubense es de un diario. No hay remanentes. El todo o nada de la banca para seguir teniendo crédito ante la banca del toreo y además, Andrés lidiaba ayer en casa. Enmedio de un cartel con cosas obligadas por ambos lados. Porque ambas orillas apretaban certeras en la presión de un escenario al que Romero tuvo que ganarle la partida con dos toros que no regalaron nada. Que lo enturbiaron hasta límites en los que ni ese inmenso caballo que es Guajiro tuviera oportunidad de robarle con garra a la tarde esos trincherazos toreros. No había continuidad, ni celo de pelea brava. Romero proponía y el de los Espartales lo descompasaba todo. Una lucha contra el toro y el orgullo de seguir en la pelea de la tarde. Seguir y seguir hasta sacar a flote una faena llena de tesón y torería por hacerse con el triunfo que debía llegar y llegó en forma de una oreja merecida y luchada.
Pero si en la tarde del triunfo importante y legítimo de Romero hay un caballo, ese fue ayer Kabul. Retirado por cojo el quinto de la tarde, Romero desecho a lomos de Perseo la suerte del marsellés a portagayola.
Vista la brusquedad de éste que cerraba plaza el compromiso se hacía complejo para emocionar lo suficiente a una plaza rendida a los encantos toreros de Lea.
Si en el historial de Romero con esta plaza hay una faena maciza y profesional, esa es la de ayer al sexto. Con las revoluciones precisas para sonar bien, para dimensionar un buen oficio , para justificar un triunfo legítimo. Y por encima de esas tantas cosas para engrandecer con muy poco toro un rejoneo de altura al que Romero y Kabul le pusieron brillante colofón. Pocas concesiones al circo. Toda la verdad del mundo y la templanza de un rejoneo que dejó llegar hasta esa oreja conseguida al mejor Romero de mucho tiempo que a lomos de ese torerísimo caballo que es Odiel, vestido con los colores de la bandera de Escacena, llenó de toreo el resto de una faena que, como toda la tarde había enderezado con certeza de triunfo un caballo muy joven que debe dar el aval a Romero para seguir disfrutando de triunfos. Aunque sea muy difícil olvidarnos de ese caballo de cintas blancas y rojas que se llama Guajiro.
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