Llamemos al gobernador Alonso
En el Titán
El monasterio de La Rábida celebra sus 500 años con unas obras que llegan a su mismo umbral y le está privando de la hermosa sencillez que siempre tuvo y le caracterizó
Sí, habría que llamar de manera urgente al gobernador Alonso. El que tiene calle junto al Gran Teatro, el mismo que evitó en el siglo XIX que desapareciera La Rábida. En aquel tiempo desolada, fruto de la exclaustración que obligó a los franciscanos a tener que dejar el cenobio al que llegaron hace ahora 500 años. El gobierno de la nación había decretado su inminente demolición.
Hoy estamos perdiendo otra vez La Rábida si nadie lo remedia. Este lugar tiene su grandeza en su misma sencillez, la que elogian todos sus visitantes y han cantado los poetas. La que refleja la mirada hacia América, la que demuestra que las grandes obras nacen en lugares sencillos. Hoy tenemos que llamar al gobernador Alonso porque la situación es tan crítica como la de mediados del siglo XIX, cuando se valoró su demolición en 4.950 reales, cantidad en la que iba incluida una lápida para que recordara la estancia, aquí, de Cristóbal Colón. Se había dictado una orden con fecha 10 de agosto de 1846 para crear una casa-refugio de veteranos en el servicio de la Marina, según había solicitado la Diputación. Aquello no prosperó y se pensó en su derribo.
La suerte estuvo en la llegada a Huelva de Mariano Alonso y Castillo, que consiguió la paralización de tal atropello histórico, lo hizo saber al Gobierno, nadie contestó y entendió que el silencio era la repuesta a lo que había solicitado, la suspensión definitiva del decreto demoledor.
El monasterio de Santa María de la Rábida se conserva íntegramente gracias a la gestión decidida del gobernador Alonso. La Diputación de aquel entonces apostó por la conservación consignado recursos para ello en sus presupuestos.
Aquel gesto llevó a la ciudad a dedicarle una calle al Gobernador Alonso; pero faltaba el azulejo que recordara aquella hazaña. En la República el gobernador civil Braulio Solsona, lo hizo posible y "tuve la satisfacción de ayudar a que la idea de Marchena Colombo tomara realidad, y desde entonces una soberbia lápida en cerámica, con una inscripción en la que consta la gratitud de Huelva, dice a las nuevas generaciones por qué tiene una calle en Huelva el gobernador Alonso".
Hoy habría que recurrir a aquel espíritu del gobernador Alonso y reclamar un mejor trato hacia este lugar. La Diputación de Huelva, primero con Petronila Guerrero, y ahora con Ignacio Caraballo, han tomado La Rábida como si fuera un Eurodisney y en un arrebato de falsa modernidad están acabando con ese espíritu cercano y amable que siempre tuvo. Se ha conseguido que el proyecto elimine la original idea de un muro con el letrero de La Rábida, pero sigue la tala de los árboles, algunos de ellos centenarios. Un proyecto, el de la Diputación, equivocado para este espacio; la institución provincial no se puede atribuir el derecho de hacer aquí lo que le venga en gana. La tala indiscriminada de la arboleda no ha tenido ni si quiera reprimenda en los juzgados, todo sea por el proyecto aprobado con presupuesto de esta Europa en crisis, ¿no vamos a estar en crisis con actuaciones millonarias como estas?
En La Rábida continúa la tala de árboles tras el primer atropello producido y denunciado en las páginas de Huelva Información. Se retomaron las obras con el beneplácito del Ayuntamiento de Palos de la Frontera y de su alcalde Carmelo Romero. Dicen que este desaguisado se reparará con la plantación de 150 árboles. No se sabe por dónde irán ni cuántos serán al final, lo que sí es seguro que crecen doblados, pues de testigo tienen una pequeña varita. Mientras tanto todo continúa, una excavadora está devorando los alrededores del monasterio, ya no hay ni el acceso peatonal ni los jardines. Todo es desolación.
¡Qué llamen al gobernador Alonso!
Concluyo con sus palabras en la defensa del monasterio de La Rábida, en escrito dirigido al Gobierno : "...porque si en derribar y destruir parte de esos recuerdos fuésemos muy apresurados, la censura pública y la Historia se apoderaría de nuestros actos, entregándonos a la animadversión de nacionales y extranjeros".
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