Luisa Francisca, la onubense que reinó en Portugal

Huelva vivió a principios del siglo XVII una época de pujanza política y económica

Hija del Duque de Medina Sidonia y casada con el rey Joao IV, promovió la independencia portuguesa, propiciando que la Casa de los Guzmán cayera en desgracia y, con ella, el devenir de una prometedora Villa de Huelva

Luisa Francisca de Guzmán.
Paco Muñoz

03 de octubre 2021 - 02:00

“Coronas, ni aún de flores”. Replicaba el conde mientras arrebataba la guirnalda de que las damas acababan de colocar sobre la cabeza de la pequeña (más jovencita que niña a esas alturas) Luisa. Ni la alta cuna ni el poder económico y político que acumulaba la Casa de Media Sidonia justificarían nunca tal ambición ante el Rey, y por eso, quizás como advertencia para su seguridad futura, quizás como mero consejo personal, Manuel Alonso Pérez de Guzmán dejaba a las claras a su hija que había ambiciones y ambiciones, y que la de portar una corona no debería ser la suya. Vaya si se equivocaba el noble aquel día en los jardines del castillo de Huelva. Luisa Francisca sería reina, como vaticinaba aquel gesto infantil, y daría más de un quebradero de cabeza (alguno más literal que otro) a su familia.

“Luisa, Luisa…” repitió, como sabiendo por dónde irían los tiros, el conde de Niebla a la niña. Probablemente no ocurrió así, o tal vez ni siquiera ocurriera, pero eso fue lo que contó el médico de la corte, Gaspar Caldera de Heredia, en su Historia Arcana. La frase no tendría mayor trascendencia de no pasar lo que pasó después en torno a la figura de Luisa Francisca de Guzmán, la hija del conde, (luego Duque de Media Sidonia) casada con el rey Joao IV y posteriormente reina regente de Portugal. Onubense, para más señas. Bautizada en la mismísima Parroquia Mayor de San Pedro.

Quizás convenga viajar un poco más atrás en el tiempo para entender cómo fue posible que una onubense acabara siendo reina: Huelva vivía su propio y largo Siglo de Oro desde principios del XVI. Era una villa pujante y en continuo crecimiento: su puerto albergaba un centenar largo de barcos pesqueros y un número considerable de grandes navíos para el transporte de mercancías y también de personas, lo que daba buena cuenta de una economía relevante que se traducía en un crecimiento continuo de la población y de la propia fisonomía urbana de una ciudad que se había ganado ya un nombre propio en el país y la presencia de una burguesía relativamente pudiente. Era, asegura el profesor de Historia Moderna de la UHU, Manuel José de Lara, “una época de gran altura política y económica” sustentada en la intensa actividad marítima y comercial.

Buenos tiempos que no pasaron desapercibidos para los entonces señores de la villa, los duques de Medina Sidonia. Tanto que su primogénito, el Conde de Niebla (título que se concedía al heredero del Ducado) iba a elegirla como su lugar de residencia habitual. Se casó en Madrid con Juana, la hija del Marqués de Denia, uno de los nobles más influyentes de la Corte, y ejerció de padrino de bodas el mismísimo Rey Felipe III, así que todo apuntaba a que el joven ocuparía un lugar destacado en la corte de la capital. Sin embargo, Manuel Alonso Pérez de Guzmán, puede que cansado del jaleo, los vaivenes y los juegos cortesanos, decidió que establecería su casa en Huelva, y concretamente en el castillo de su propiedad ubicado en el cabezo de San Pedro, a donde vino en 1599. Ganó la ciudad, claro, que tuvo incluso su pequeña Corte, con servidores, mayordomos y bufón incluidos: “hubo una vida palaciega bastante curiosa” en Huelva, explica de Lara, en la que tampoco fue extraña la presencia de artistas de la época como el poeta Luis de Góngora, que en su Fábula de Polifemo y Galatea menciona los “muros de Huelva”, en clara referencia al castillo. Manuel Alonso Pérez de Guzmán también ejerció una importante labor de mecenazgo en la propia villa. Fundó, por ejemplo, el Convento de la Merced en 1605, al que donó la imagen “sin duda más valiosa” que aún se conserva en Huelva: la conocida como Virgen de La Cinta (que no es tal) de la catedral, obra de Juan Martinez Montañés, en 1618. “Huelva se convirtió aquellos años”, explica De Lara, “en cabecera visible de los dominios occidentales de la Casa de Guzmán”. El Conde mantuvo una presencia cotidiana en el castillo onubense, y aunque el primogénito y heredero de los títulos, Gaspar Alonso, nació en Valladolid, en Huelva fue donde lo hicieron seis de sus hijos: Ana Francisca, Baltasar Enrique, Juana Francisca, Francisco Antonio, Leonor María y, un año antes de ésta, el 13 de octubre de 1613, Luisa Francisca, la protagonista de esta historia.

Cuando el 25 de julio de 1616 murió su padre, Manuel Alonso dejó de ser conde para convertirse en el nuevo Duque de Medina Sidonia. Llegaba a su fin, por tanto, aquel retiro en Huelva, aunque nunca dejó de aparecer por la ciudad de cuando en cuando. En 1623, su hijo, el nuevo Conde de Niebla (Gaspar Alonso) tomó posesión de la villa y se instaló en el castillo, pero en este caso el noble prefirió saborear las mieles de la vida cortesana en la capital de España, a donde llegó en 1630. En Madrid, su pariente el conde-duque de Olivares, manejaba los hilos políticos de un reino, el de España y Portugal, que encabezaba ahora el rey Felipe IV. Eran tiempos convulsos para un imperio enfrascado en las guerras y las reformas con las que el valido del rey pretendía mantener la hegemonía de España en Europa.

Al conde-duque se le abrieron varios frentes dentro del reino, cuya integridad comenzaba a tambalearse. En Portugal, nobles, clérigos y plebeyos andaban ya con la mosca detrás de la oreja acerca de la conveniencia o no de seguir unidos a España. En un intento de enfriar oscuras tentaciones, el valido diseñó una estrategia para infiltrar a su gente en el gobierno portugués, y es en esta tesitura en la que promueve el matrimonio de Luisa Francisca con Joao, el Duque de Braganza, que se consuma en 1633. Siete años más tarde, el propio Olivares desata la rebelión cuando pide a los nobles portugueses 6.000 soldados para su Unión de Armas (un proyecto con el que pretendía que el resto de reinos participara en las guerras de los Austrias), y en concreto para que se unieran en la lucha contra la independencia de Cataluña.

Los portugueses aprovecharon la ocasión para iniciar un levantamiento popular y proclamar como nuevo rey de Portugal al Duque de Braganza. Joao, que conservaba aún algún resquicio de lealtad -también temor- al rey Fernando (al fin y al cabo, estaba casado con una española), tuvo serias dudas sobre si aceptar o no la corona, pero muy lejos de lo que se esperaba, o al menos de lo que esperaba el conde-duque de Olivares, su onubense esposa lo animó a asumir el reinado con una frase que, real o no, ha pasado a la historia: “Melhor ser Rainha por um dia, do que duquesa toda a vida” (Mejor reina por un día que duquesa toda la vida). Puede, quién sabe, que en ese momento recordara su floreada corona en los jardines del castillo de Huelva y también la advertencia de su padre, que para esa fecha -diciembre de 1640- ya había fallecido. Lo cierto es que no fue aquel su único papel en la rebelión e independencia de Portugal.

Luisa Francisca de Guzmán dirigió desde Lisboa, junto a su marido, la política nacional del país y la propia guerra con España. Lo sustituía siempre que era necesario y terminó siendo reina regente mientras, fallecido Joao IV, su hijo Alfonso alcanzaba la mayoría de edad. De hecho, bajo su mandato se produjo, en 1659, la victoria definitiva de Portugal sobre España en la batalla de las Líneas de Elvas. Hoy, Luisa Francisca está considerada en aquel país (puede que de una forma exagerada aunque no del todo incierta) como uno de los principales artífices de la independencia lusa. Sus restos reposan con máximos honores en el panteón de Braganza del Monasterio de São Vicente de Fora, en Lisboa, muy lejos de su tierra de cuna y de la tumba de todos sus hermanos. Bueno, de todos excepto de uno.

Fue él, Gaspar Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, quien pagó los platos rotos de la ambición de su hermana (el conde-duque de Olivares llegó a pedir que se tachara su nombre los archivos), pero también de la suya propia. Encargado por el Rey para capitanear la lucha contra su cuñado, la dejadez y las excusas continuadas del duque hicieron sospechar a Olivares, que envió a sus espías a indagar qué estaba pasando. Pronto interceptaron cierta correspondencia entre Gaspar y su primo, el Marqués de Ayamonte, en la que quedaba a las claras la intención de los Guzmanes no solo de apoyar a Luisa Francisca, sino de utilizar el éxito de Portugal para encabezar la independencia de Andalucía de la corona de Castilla. El Duque de Media Sidonia terminó confesando el complot ante el Rey, que decidió no ejecutarle pero sí desterrarlo a Valladolid de por vida y arrebatarle el señorío de Sanlúcar de Barrameda. Su primo (nunca mejor dicho) de Ayamonte acabó decapitado.

Palacio de los duques de Media Sidonia en la capital / Alberto Domínguez

En torno a 1655, el Duque desterrado ordenó a su hijo Gaspar Juan (el nuevo Conde de Niebla) recorrer sus territorios y especialmente los de Huelva, donde, indicaba, “se detendrá más en otros lugares”. Para entonces, la conjura de Portugal se había cobrado otra víctima, aunque esta era de piedra: el castillo llevaba ya casi quince años abandonado a su suerte, así que en 1657 se habilitó un palacio para la familia en el centro de la villa, que actualmente sigue en pie, pero las llegadas de los nobles se iban haciendo cada vez más esporádicas, lo que afectó significativamente a la villa. En 1669 se habían contabilizado 1.000 vecinos, frente a los 1.500 de apenas treinta años antes. Faltaban sus condes, “cuya ausencia la tiene como fuente sin agua y casa sin morador”, como escribiría Fray Pedro de San Cecilio.

El palacio de Medina-Sidonia, que aún se yergue altivo, recordando su ilustre pasado en la calle a la que da nombre, es la última memoria de un tiempo de esplendor. De una Huelva que pareció que sería, que pudo serlo pero que terminó por no ser nada. Nada nuevo en su vieja historia.

Escudo de la casa de los Guzmán en su palacio de Huelva. / Alberto Domínguez
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