Manolo Caracol y Lola Flores: Aquella pareja fulgurante
Historias del Fandango
Manolo Caracol introdujo un nuevo concepto en los espectáculos flamencos, añadiendo puestas en escena teatrales, pero sin desvirtuar los cantes, siete años junto a Lola Flores
La larga estirpe cantaora de Manolo Caracol
En una entrevista publicada por la revista Tajo se detallaban todos sus antecedentes familiares, en los que entroncaban las sangres y las genéticas del flamenco y los toros. Caracol expresó ahí lo que era su concepto del espectáculo y lo que él entendía que necesitaba el cante grande para ser expresado en su autenticidad. Y esa iba a ser su línea de actuación y sus montajes desde entonces.
Las “estampas escenificadas” estaban ya en el espectáculo Circuito Andalucía, que estrenó en Huelva en 1943 y que llevó a las principales ciudades de España donde gustaba el flamenco (Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Málaga, Sevilla), con Pepe Pinto y la pareja de baile Rafael Ortega y Maruja Heredia.
Pareja con Lola Flores
Lola Flores había nacido el 21 enero de 1923. Se conocieron cuando ella (con nombre artístico de Imperio de Jerez por entonces) tenía poco más de quince años. Después, en 1944, ella con veintiuno y él con catorce años más, concretaron en Sevilla realizar proyectos juntos. Ese mismo año estrenaron Zambra en Valencia, la que sería su obra de más éxito. Caracol estaba casado, los dos eran gitanos (Lola, solo de madre), pero ambos, pasionales y transgresores, se saltaron las censuras sociales y las leyes de esta etnia sin más límites que los de su propia incontrolable atracción física y artística. Y el régimen franquista, tan puritano para estas cosas, miró para otro lado.
Zambra
Zambra era un espectáculo original del trío más famoso que daría la copla, Quintero, León y Quiroga. Y ellos eran el dúo flamenco de moda. Al Gran Teatro de Huelva llegó en diciembre de 1944, tras el éxito alcanzado en Sevilla, y siguió sumando en su gira por todo el país. Presentado como “espectáculo de arte lírico-folclórico”, constaba de una serie de escenas en las que se lucían Lola bailando (“viene más artista y dinámica que nunca; su arte, sus movimientos y la gracia de su persona toda cautivaron al respetable, que aplaudió a rabiar”), y Caracol, “cantaor de vieja solera, que se nos arrancó por el cante grande, pero no es solo un buen cantaor sino que lo vemos como artista escénico destacado”, dijo la crítica onubense. Volvió al Gran Teatro en 1949 con la bien ganada fama “del simpático libreto, la acertada música, los bellísimos decorados, la cuidada coreografía… todo ello realzando la figura indiscutible de Lola”, decía La Voz de Huelva.
Luego, vino La maravilla errante, de los mismos autores, con la inclusión de Nati Mistral y Tony Leblanc en el reparto. Caracol, ya muy acostumbrado y suelto en la escenificación, cantaba fandangos, soleares, bulerías y otros palos entre grandes ovaciones del público. Pero el tiempo del éxito es finito y la edad y las facultades de los artistas decaen. La compañía llevó esta obra a Huelva en 1951 y pasó sin pena ni gloria. Lola Flores seguía siendo la estrella rutilante que gustaba mucho en la capital, pero Caracol –decía la crónica del diario Odiel–, “bastante hace el hombre, pues la realidad es que ya no está para estos trotes y se defiende como puede… Algunas canciones se salvan, otras naufragan en la indiferencia”.
El final de aquel dúo fulgurante
Aquella pareja se rompió después de siete años de éxitos. Mucho más tarde, Lola recordaba la figura de Caracol en RNE: “Él era un genio. Y yo una chiquilla con mucho temperamento que me gustaba mucho su cante. Y que le acompañaba muy bien bailando. Nunca ha vuelto a salir otra pareja igual”.
Caracol era una fuerza natural llena de pasión, un temperamento impulsivo, amante de la bebida, de los toros, de las peleas de gallos, al que le gustaban las mujeres de manera exagerada… que ponía toda esa pasión intensa con el corazón en el cante. No concebía la vida de otra manera.
Había recorrido España entera con sus espectáculos durante varias décadas, había coprotagonizado películas inspiradas en sus cuadros escénicos, había llevado su arte a la América hispana… Y seguía siendo un espejo de cante para los jóvenes aficionados.
Pero no quiso parar. Al quedarse solo, decidió continuar con la fórmula de espectáculo que le había procurado tantos éxitos, sustituyendo a Lola Flores por su hija Luisa Ortega. Nada sería igual que antes, a pesar del lanzamiento con toda la propaganda que hizo para presentar a su nueva pareja, poniendo el énfasis en el concepto dinastía de los Caracol. Comenzaron con la obra La copla nueva; después, Torres de España en 1954; Color moreno en 1955. Pero Luisa era más tonadillera y a principios de los años 60 se dedicó a cantar copla.
(Continuará).
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