Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La financiación autonómica, ¿Guadiana o Rubicón?
Entrevista
Lo de Manolo no es normal. No lo es, por ejemplo, que después de más de 40 años sobre los escenarios siga agotando, como si nada, las entradas de todos sus conciertos (las de Huelva le duraron dos días), ni es normal que, invariablemente, coloque cada disco que saca en el número uno de las listas de ventas, y no dirán que no es raro ver hoy en día a un artista que no opine sobre cualquier cosa en su cuenta en Twitter (o X o como se llame ahora), ni publicando agudas reflexiones o bailes ensayados en Tiktok ni presumiendo en Instagram de lo que comen o de lo bonita que está la playa. Manolo es tan raro (tan “marciano”) que no le interesa saber cuántos oyentes mensuales tiene en Spotify. De hecho, ni siquiera sabe cómo diablos lo miden ni cómo hemos acabado teniéndolo en cuenta para decidir qué es o no un éxito musical. Es tan suyo que un día se le ocurrió que la mejor forma de reponerse de la parada forzosa que lo retiró de los escenarios en 2022 sería coger carrerilla con una gira antes de empezar con otra… inmediatamente después. La de Huelva es la penúltima parada de su ciclo de actuaciones en teatros y pequeños recintos que cerrará la semana que viene en Cáceres. No tardará mucho en volver: en mayo sale de nuevo a la carretera para tocar, esta vez sí, en los escenarios nacionales más emblemáticos, que por supuesto ya está, a meses vista, llenando hasta la bandera. Como si fuera lo más normal del mundo. Manolo García no parece darle demasiada importancia. Lo que le interesa de verdad es “levantarme cada día”, dice, ponerse “un poco de música tomando un café” y ya luego, si toca, comerse "con patatas” los problemas del día a día cantando y disfrutando con unas cuantas miles de personas. Hoy le toca a Huelva, donde el artista estrena el Pabellón Carolina Marín como espacio para conciertos prometiendo solo una cosa: “felicidad”. Parece imposible, ¿verdad? Pues ya verán cómo lo consigue.
-Viendo las imágenes de esta gira parece un pregunta tonta, pero ¿Cómo va esa salud? ¿Ya está totalmente repuesto?
-La salud muy bien, gracias (ríe). Hice lo que me dijeron que hiciera y parece que ha funcionado. Parar era necesario. La verdad es que tengo una hoja de servicios muy limpia. Desde que empecé a hacer conciertos con Los Rápidos en el año 81, y después con Los Burros y con El Último de la Fila, nunca había suspendido un concierto, y mucho menos varios, y mira que ha habido días, por ejemplo con la lluvia, en los que me he encontrado con la opinión en contra de técnicos, del personal de seguridad… de todo el mundo. Nunca lo había hecho, me la he jugado pensando siempre en el público, pero cuando te dicen que tienes un problema médico serio y que tienes que parar... Bueno, digamos que ahí ya la cosa cambia. Tuve que hacerlo, me quedé un poco desangelado, pero pensé que si hacía lo que me decían volvería todo a su sitio. ¿Que hay que descansar? Pues se descansa y ya está.
-¿En algún momento pensó que podría no volver a dar un concierto?
-Soy una persona bastante esperanzada. Muy escéptico ante todo lo que me rodea, pero a la vez soy muy positivo y participativo. Hago muchas cosas: pinto, leo, trabajo con grupos ecologistas, escribo… No paro, así que mi vida no gira solo en torno a la música. No tengo ese punto de fijación. Sé que esto se tendrá que acabar algún día, y que habrá altibajos, y no tengo esa desesperanza de que si esto se acaba, se me acaba todo. Cuando paré no pensé: “Ay, ¿y ahora qué voy a hacer?”, para nada. Solo me puse a otras cosas. A pintar, a leer muchísimo... Es verdad que no tenía ni idea de cuándo podría volver, pero tampoco estaba angustiado por eso. Incluso si me hubiera planteado que fuera algo definitivo… oye, pues no pasa nada. No tengo la enfermedad del aplauso. No lo necesito. Ayer mismo estuve un rato en el estudio y fui muy feliz solo con tocar y hacer alguna maqueta… Por supuesto que nadie quiere parar una gira, pero si hay que hacerlo por fuerza mayor, pues se hace. Mientras hay vida hay esperanza.
-¿En esa tesitura surgió la idea de reunirte de nuevo con Quimi Portet en un estudio a regrabar canciones de El Último de la Fila y sacarlas en un nuevo disco?
-Sí, claro. Ha sido totalmente por gusto, por el placer de grabar, porque los discos ya no se venden. Casi ni existe el disco físico. Se lo han cargado aposta unos cuantos que han querido quedarse con todo lo que antes se repartía entre muchos. Esto de los discos es una injusticia más, como tantas. Empezando por la reivindicación actual de agricultores y ganaderos, que llevan tantos años padeciendo y a los que por fin estamos escuchando, y terminando por la música, como en otros muchos sectores. La inteligencia artificial, los ordenadores, la robótica, las redes… Al final lo que tenemos es un aborregamiento total del personal. Todos estamos cada vez un poco más tontos, y eso termina enriqueciendo solo a unos cuantos. Un enriquecimiento absurdo, además, porque no se van a llevar nada al otro barrio.
-Ahora el éxito de un músico se mide en oyentes o reproducciones de Spotify y el resto de plataformas…
-Fíjate que El Último de la Fila ha estado mucho tiempo sin entrar ahí. No lo hemos permitido porque creemos que es un robo. Lo que pagan es una miseria, es flagrante, pero como tampoco podemos andar descolgados todo el rato, pues hace poco decidimos meternos. Todo el mundo traga al final. Cuando en Prefiero el trapecio digo que somos muy buena gente, jolín, es que de verdad lo somos. Estamos siempre al pie del cañón, el que puede se levanta, se ducha, se peina, paga sus impuestos, se toma su café y se va a currar. Los ciudadanos aguantamos tela, pero hay cosas que claman al cielo. Lo de los músicos, como lo de tantos colectivos, es una más. Para mí lo peor es que jueguen con la ilusión de los músicos jóvenes, que están deseando entrar ahí, se pagan la grabación, el videoclip… se lo pagan todo y las plataformas les devuelven poquísimo. Han montado un negocio perfecto: tienen una vaca que les da leche todo el tiempo a cambio de un manojito de hierba. A mí lo que no me puede quitar nadie es el rato que hemos echado Quimi y yo en el trabajo. El arrocito, la cervecita, tomar un café o charlar un rato con los músicos… Pero la gente joven sí debería levantarse y decir que ya está bien de pagarles la fiesta.
-Con todo, el sector de la música en directo ha tenido muy buenos resultados este año.
-Aquí se da una paradoja muy curiosa, y es que los músicos trabajamos en dos cosas y nos pagan solo una. O un trabajo nos lo pagan y por el otro nos dan… pues una limosnilla. Oye, y además es que no hay control ninguno. No se sabe ni cuántas bajadas de esas se hacen de cada canción. ¡Es un lío! Los músicos jóvenes están contentos solo por estar ahí, pero hay que advertirles de que están abusando de ellos, que tienen que reivindicar sus derechos.
-Se acerca el final de la ‘gira de teatros’ con la cita de hoy en Huelva ¿Qué balance hace de estos conciertos?
-Ha sido una gira muy bonita porque la gente se lo está pasando bien, que para mí es lo importante. Eso es lo que me llevo. A día de hoy el directo aún no me lo han robado. Lo paso bien, lo pasan bien los músicos y lo pasamos bien con la gente. El público canta, participa… Durante un rato son felices, y no es decir por decir: yo lo veo. Veo sus ojos, sus sonrisas, sus caras. Hay alegría, y esa ilusión es el pan de la gira. Por suerte para mí tengo un repertorio bastante conocido (por quienes me siguen, claro), así que salimos ahí a cantar con un montón de amigos, a intercambiar emociones y olvidarnos un poquito de los problemas, del día a día más prosaico, del sufrimiento, del miedo… Durante un ratito nos los comemos con patatas, y eso nos hace muy felices.
-Va a estrenar el Carolina Marín como recinto de conciertos. ¿Qué espectáculo va a ver el público onubense?
-Lo que estoy haciendo es presentar un poco de los dos últimos discos, siete u ocho temas, y el resto es un repaso de lo mis canciones más conocidas, quitando alguna pequeña marcianada o algún tema menos popular que me apetezca cantar. Básicamente es eso: un poquito de presentación y un poquito de lo que la gente espera oír y que mí me gusta cantar, claro.
-¿Esta gira ha sido una especie de preparación, de ‘calentamiento’ para la que arranca en mayo?
-Sí, ha sido, está siendo, un poco de continuación de la anterior y de preparación para la siguiente. Mi manera de trabajar siempre ha sido así. Cuando creo que tengo cosas que decir, las digo, y cuando acabo, me voy y no doy más la matraca. No quiero ser interminable, no quiero hacerme pesado. Lo importante es que siempre que te vean haya cosas nuevas, además de pasarlo bien, claro. Tampoco me ha interesado nunca hacer cuatro grandes conciertos y tirar pa casa. Siempre digo que soy como el vendedor de biblias. Me gusta ir de puerta en puerta, de ciudad en ciudad, porque eso es vida para mí. Pasear, visitar un museo, tomarme un vinito, ver a algunos amigos, el paisaje y el paisanaje de cada sitio al que voy. Pocos oficios te dan esta oportunidad. Y cantar y tocar, claro, que me apasiona. Ya a finales de noviembre consideraré que quien haya tenido interés en verme, me habrá visto,y entones pararé.
-La nueva gira se presenta más eléctrica, más potente.
-Esta gira de teatros, o de público sentado, que estoy haciendo desde el año pasado no es tampoco especialmente acústica. No hay un piano y una guitarra y ya está, sino que también está siendo muy eléctrica. Lo que pasa es que en recintos tan grandes, con el público de pie, dando saltos y tocando palmas… ahí ya pones el turbo, porque además si no lo pones la gente se te aburre. Creo que todo el mundo sabe que soy muy pop, pero también muy rock. Me encanta escuchar a Lole y Manuel, a Camarón, y ahora me ha dado por Paco de Lucía, pero a la vez también disfruto con Greenday, con Pearl Jam, o con Tequila… Yo me muevo ahí… en ese bacalao, y todo eso lo traslado a los conciertos.
-También viene con apellido: ‘Cero emisiones contaminantes desde ya’. Es toda una declaración de intenciones…
-Sí, le he puesto ese título porque creo que necesitamos una llamada de atención. Hay que decir que estamos llegando tarde, que no podemos seguir permitiendo este aumento de temperatura del planeta, que es algo muy serio y que todos estos problemas que hay hoy, que son de por sí gravísimos, se van a acentuar por la confluencia de varios factores, empezando por la demografía (en el año 2050 vamos a ser 10.000 millones), la escasez de recursos, la hambruna… Ya no se trata de reciclar ni de ahorrar energía en casa ni otras migajas, sino que tenemos que parar de contaminar ya. No se puede curar un cáncer con tiritas. Hay que extirparlo, y no lo digo yo, sino los científicos. Todos, en todo el mundo. La unanimidad es total: esto va en serio y no tenemos tiempo. Hay pruebas palpables, físicas. Fíjate las temperaturas, o mira cómo está Doñana. Siempre he creído que hay que dejar un planeta lo más apañaete posible a los hijos y a los nietos. Así que, bueno, en vez de llamarla ‘Gira me rasco la barriga’ o ‘Gira qué contento estoy’, pues le he puesto ‘Gira cero emisiones contaminantes desde ya’. Alguien lo leerá, digo yo. Esa es mi contribución. De hormiguita, pero, sinceramente, creo que es lo que hay que hacer.
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